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Crítica de “Jinetes de la justicia”: notas sobre la sincronicidad ★★☆☆☆

La Razón
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  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Título: Jinetes de la justicia (Retfaerdighedens ryttere). Dirección: Anders Thomas Jensen. Guion: Nikolaj Arcel y Anders Thomas Jensen. Intérpretes: Mads Mikkelsen, Nikolaj Lie Kass, Nicolas Bro, Lars Brygmann. Dinamarca-Suecia, 2020, 116 min. Género: Drama.
Dudamos de si a Carl Gustav Jung le habría gustado “Jinetes de la justicia”. Al psiquiatra suizo le gustaba pensar en las sincronicidades, aquellos vínculos que hacen rimar acontecimientos disímiles como si hubiera una conexión secreta entre ellos. Para Jung esas coincidencias eran “elementos simpáticos” que, inevitablemente, revelaban significados singulares según nuestra interpretación subjetiva. ¿Existe, pues, el azar, o, por el contrario, la realidad es un mapa de signos interconectados que las leyes de la probabilidad iluminan de una manera determinada (y a veces perversa)? ¿Somos parte de un algoritmo infinito e indescifrable? Aquí el kilómetro cero de esta discusión que podría ser metafísica es el color de una bicicleta, rojo o azul, como las pastillas de “Matrix”. Ese color desemboca en un accidente de tren, una muerte inútil, la disolución de una familia tradicional y la creación de una disfuncional, y la creciente sospecha de que, detrás de todos esos “elementos simpáticos”, hay una organización fascista capaz de volarlo todo por los aires.
Sí, dudamos de que Jung hubiera aplaudido la película de Anders Thomas-Jensen porque continuamente hace trampa con los algoritmos del azar. A su conveniencia, dibuja una geografía del caos que cuadra y descuadra por exigencias caprichosas del guion. Tal vez es capricho, tal vez inseguridad, que se extiende a una variedad de tonos y registros que van de la violencia extrema liderada por el protagonista (Mads Mikkelsen), un militar con evidentes problemas para gestionar su ira que busca venganza a cualquier precio, y por la susodicha banda de extrema derecha, a la comedia excéntrica, encarnada en los tres atolondrados científicos, cada uno con su trauma a cuestas, que se hacen pasar por psicólogos en un improbable giro vodevilesco de la trama. Tampoco sabemos si la película está planteada como una fábula que desafía todo posible parecido con la realidad, o simplemente Jensen borra de ella lo que le molesta -por ejemplo, la inteligencia del personaje de la hija de Mikkelsen, capaz de tragarse los embolados más delirantes, o la ausencia patológica de la policía danesa ante el montón de cadáveres que se acumulan en la ciudad- para cerrar su particular discurso sobre la aceptación de la pérdida y la gestión del duelo. Como experto guionista de títulos exportables del cine danés (de “La caza” a “Después de la boda”), sabe que escoger entre el rojo y el azul implica sacrificar la lógica del azar por la del demiurgo.
Lo mejor: Los fans del thriller nórdico le perdonarán sus inverosímiles salidas de tono.
Lo peor: Es una película insegura y tramposa, que pierde la oportunidad de elaborar un discurso más profundo sobre la semántica de las coincidencias.