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Ángel Viñas y el eterno retorno de lo idéntico

La visión parcial del historiador sobre Franco afecta a su mirada de los hechos y del pasado
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El filósofo Friedrich Nietzsche, en la más personal de sus obras, «La gaya ciencia», hacía referencia a un demonio que, furtivamente, martilleaba el subconsciente del individuo afirmando que la vida vivida hasta el momento presente, se repetiría «ad infinitum», no encontrando en ella, jamás, nada nuevo. «¡El eterno reloj de arena de la existencia se invertirá siempre de nuevo y tú con él, pequeña partícula de polvo!», escribía el filósofo germano. La interpretación temporal del concepto nietzscheano «eterno retorno de lo idéntico» nos lleva a afirmar que cualquier combinación finita en un tiempo infinito, está condenada a repetirse. ¿Cuántas veces? Nadie lo sabe. La pasada semana leí en un medio digital un artículo del economista-historiador, Ángel Viñas Martín, en el que glosaba los primeros años como militar de Francisco Franco, sus primeras condecoraciones y sus primeros ascensos, artículo que titulaba «Franco y la cruz laureada de San Fernando: un caudillo que se cree sus propias mentiras». Realmente no aportaba nada nuevo, pues era una copia casi literal de lo que este autor había publicado en su blog a finales de 2019.
Con una irreprimible sorna, reflejo de su habitual complejo de superioridad y de su reiterado odio al personaje, Viñas realiza un somero examen a la hoja de servicios de Francisco Franco desde que éste sale de la Academia de Infantería el 14 de julio de 1910, hasta su ascenso a comandante por méritos de guerra seis años después. Las primeras condecoraciones ganadas por Franco en la campaña del Kert –una Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo y una Cruz de María Cristina–, son objeto de sus dudas y recelos, deslizando –como suele hacer en sus trabajos– teorías que hacen pensar al lector, en la injusticia de la concesión, en el amiguismo a la hora de la propuesta, o la extraña conducta en operaciones del entonces jovencísimo y desconocido oficial de Infantería. Enfangar, vamos, que es lo suyo. Nadie sensato objetaría nada… salvo Viñas. Porque puestos a sospechar, Viñas es un genio. El genio de la sospecha. En esta ocasión, al parecer, las suspicacias apuntan a que la primera condecoración concedida a Franco tiene difícil justificación –según su criterio, claro– pues la obtuvo «por haber estado sin recompensa durante tres meses en operaciones activas en la campaña de Melilla». En aquellos años, todo oficial que llevara tres meses en el frente de operaciones sin haber sido condecorado, era propuesto para una cruz al Mérito Militar con distintivo rojo; no fue algo que le hicieran a Franco por ser Franco –que entonces no era nadie–. No fue el primero, ni el último, en ganar una medalla de esta manera. Es más, unos años después, se reglamentó esta práctica habitual, ampliando el plazo de permanencia en el frente. Aquí dejo la referencia por si alguien desea verificarlo: Real Decreto de 10 de marzo de 1920 (Colección Legislativa nº 4, Apéndice 1).

Desacreditar su trabajo

Como el sectarismo de Viñas no conoce límites, sus trabajos suelen abusar de expresiones, adjetivos e interjecciones, dedicadas a desacreditar o burlarse de algún hecho, manifestación, actitud o reflexión de la persona a la que desea estigmatizar. En el caso que nos ocupa, hace mofa y escarnio de unos hechos recogidos en la hoja de servicios de Franco, quien realizando servicios de descubierta el 15 de diciembre de 1913, logró apresar una guardia enemiga, tomando parte los días 16, 17 y 19 en los combates de Hayara, monte de Beni-Sidel y Beni-Amaran, en la zona de Tetuán. El desprecio del catedrático le lleva a escribir entre paréntesis un: «¡Oh cielos!», pretendiendo minimizar el valor o ridiculizar las acciones bélicas del joven militar. En otra parte del texto nos regala la interjección exclamativa «¡Wow!», puesta en ese lugar con la misma intención peyorativa. ¡Pero qué obsesión la de este hombre! ¡Y qué manera de ahondar en el descrédito de sus trabajos con estas innecesarias y pueriles tonterías onomatopéyicas!
Pero, realmente ¿sabe Viñas cómo fueron los combates en África en aquella época? ¿Conoce las características del terreno en el que nuestros soldados hacían marchas, descubiertas, aguadas, construían blocaos, vivían a diario y muchos, morían? ¿Tiene la más ligera idea de la fiereza y acometividad del enemigo rifeño contra el que combatieron los españoles en las campañas africanas del primer cuarto del siglo XX? ¿Se imagina lo que era estar tres meses ininterrumpidos en la zona de operaciones del norte de Marruecos en 1913?
Por las chuflas y comentarios despectivos que jalonan su artículo, me temo que Viñas no tiene clara ninguna de estas cuestiones, y cuando desde su cómoda atalaya opina y pontifica –a temperatura ambiente adecuada, sin «comer» polvo, sin sufrir disentería, piojos u otras enfermedades, con nulo esfuerzo físico y sin pegar un solo tiro–, lo hace chapoteando en el desconocimiento manifiesto de lo terriblemente crueles que fueron las guerras de Marruecos; lo atroces que llegaron a ser las condiciones de vida de los soldados que allí lucharon, y lo dantesco que fue para los militares, encontrase los cadáveres putrefactos de sus compañeros, a los que los rifeños, en macabro ritual repetido a lo largo de los años, habían torturado inmisericordemente, les habían seccionado los genitales, se los habían metido en la boca y, tras rajarles el vientre, les habían prendido fuego; o la costumbre horrenda de realizar todo tipo de mutilaciones en vivo a los soldados, arrancándoles la piel a tiras y seccionándoles la cabeza como ceremonia final, mientras éstos se retorcían de dolor.
En un artículo, escribía el corresponsal del diario «ABC» en la zona de Melilla, el 16 de octubre de 1921, sobre la entrada en Zeluán: «Hay en la entrada de Zeluán un cortijo blanco de líneas andaluzas (…) para llegar al cortijo hay que cruzar un camino jalonado de cadáveres. Un poco más allá, en medio de la carretera, hay un montón de cráneos entre cenizas (…) Sí entráis, a pesar de esta preparación de ánimo, el cortijo os espanta. Atravesado en la puerta, corta el paso un cadáver que tiene arrancadas en tiras la parte carnosa de las piernas (…)»
El corresponsal de «El Imparcial», anotaba el 25 de octubre de 1921, tras la reconquista de Monte Arruit: «La posición propiamente dicha no ha podido ocuparse a causa de que el número de cadáveres insepultos hacía irrespirable la atmósfera. (…) El espectáculo es horroroso. En su mayoría, los cadáveres presentan horribles mutilaciones y muchos tienen la cabeza separada del tronco…». Todo eso pasaba en Marruecos en 1909, en 1912, en 1921… Porque los rifeños de las harkas eran unos temibles y sádicos guerreros –hienas con chilaba, los llegó a definir un periodista de la época–. Y a ellos se enfrentaban Franco y sus hombres.
Con su habitual cursilería Viñas utiliza un acrónimo en francés, para destacar que la hoja de servicios de Franco es muy anodina: «RAS» –«rien á signaler»: «nada que reseñar»–. La participación de Franco y su unidad en los combates de Benkarri, Wad-Ras y Beni-Sidel, entre el 22 y el 25 de junio de 1913, en el curso de la campaña de Tetuán, la reduce a eso: «RAS». ¡Le parecerá poco señalar que en esos tres días Franco y sus regulares participaron en tres combates!
Y puestos a usar acrónimos, no podía faltar el de su invención «EPRE»: «Evidencia Primaria Relevante de Época», del que abusa en todos sus textos. Los historiadores llamamos «documentos» a aquellas pruebas en las que apoyamos nuestras afirmaciones o conjeturas, pero él y sus discípulos han de diferenciarse del resto aportando «EPRE». Me consta que existen formas superiores de pedantería, aunque se salen del relato. No es necesario ser muy avezado para suponer por dónde irán las siguientes entregas con las que Viñas deleitará a su parroquia, mendigando el aplauso fácil por sus descalificaciones a Franco, al que en el artículo también denomina «SEJE» («Su Excelencia el Jefe del Estado»), ¡cómo goza con los acrónimos!
Tengo la seguridad de que el catedrático no pierde el tiempo leyendo a los que le rebaten –¡faltaría más!– y, entre la necedad y la osadía, seguirá escribiendo de aquello que más rédito le ha dado en estos últimos años, obnubilado por su odio africano al personaje: Franco, ese hombre sin el que Ángel Viñas no sería nadie.

Unas alforjas pesadas

Me interesan bien poco las razones por las que el economista-historiador acumula tantísima inquina y aversión contra Franco; motivos tendrá, no lo dudo, pero debe ser un trauma cargar con las pesadas alforjas de ese furibundo resentimiento. Y aún así se le ve pletórico, complacido consigo mismo, henchido de superioridad moral e intelectual, en posesión de la verdad histórica absoluta, y derrochando desprecio a los que osan contradecirle, llegando, a veces, al insulto personal. Un hombre que derrocha astucia dialéctica y desperdiga ignorancia supina y manifiesta en cuestiones castrenses, como intentamos demostrar Rafael Permuy y yo mismo en el libro «Importación de Armas en la Guerra Civil española. Discrepancias historiográficas con Ángel Viñas» (Galland Books), obteniendo su callada por respuesta. ¡Que lástima, dedicar tanta inteligencia al rencor y a la manipulación!
La figura de Ángel Viñas como historiador es la que mejor encarna el concepto más tenue y desdibujado, y por ello menos filosófico, del «eterno retorno de lo idéntico». Su obra nos descubre todos los días, en una permanente reiteración «ad nausean», lo malo, ególatra, mentiroso, felón, bufón, ladrón, cobarde, feo, bajito y aflautado, que era el general Francisco Franco Bahamonde. Es posible que aquel demonio del que hablaba Nietzsche en La gaya ciencia, acudiera a susurrar al oído del futuro catedrático, en las Navidades de 1975: «Ángel, Franco ha muerto. Es tu momento».
Lucas Molina Franco es Doctor en Historia Contemporánea y licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales. Profesor Asociado de Economía Financiera y Contabilidad en la Universidad de Valladolid.