Zahara: no sabemos si canta o si baila, ¡pero cómo llora!
He sabido antes que de pequeña la llamaban «puta» que a qué se dedicaba
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He sabido antes que a Zahara de pequeña la llamaban «puta» que a qué se dedicaba. Antes que ha pasado mucho miedo que el título de una de sus canciones. De hecho, acabo de escucharla por primera vez. La he buscado en Spotify para escribir este artículo, que no se diga.
Para mí no había más Zahara que la de los Atunes hasta que se hizo la magia. Me enteré primero de que muchos se habían ofendido porque otros se habían ofendido por su cartel, que de la existencia de los propios ofendidos por el cartel. Consideraban aquellos una ofensa extrema que se retirase el cartel de Zahara porque VOX Toledo consideraba una ofensa extrema que en el cartel apareciese la cantante ataviada de virgen y con una banda en la que se leía «puta». A mí me ofende que se ofendan todos. Los primeros, porque provocar a los católicos hace tiempo que dejó de ser irreverente o transgresor. Hace más de veinte años ya, por poner solo un ejemplo, que la genialísima Ana Elena Pena se fotografiaba vestida de virgen con una enorme galleta María en las manos. Los segundos, porque se trata de la decisión de un promotor privado, no de un organismo público. Y ya está bien, por muy en desacuerdo que estemos con algo, de tratar de tutelar y supervisar lo que piensa o hace todo el mundo aquí, mientras no se sitúe claramente fuera de los límites de la ley. Pero volvamos a Zahara, que me lío.
Zahara ha actuado en Toledo, donde la polémica. Y todos los titulares nos hablan del miedo que ha sentido, del odio que ha sentido, de cómo fue arropada al grito de «todas somos putas». Vuelvo a darle al play para recordar que Zahara, más allá de ser sufriente, es cantante. Que por momentos se me olvida. Debería estar Zahara contenta con todo el apoyo recibido por muchísimos de sus compañeros de profesión. Un apoyo que les honra, pero que también habrían agradecido y merecido, creo yo, otros artistas que han sufrido cancelaciones, no ya de sus carteles, sino de su misma presencia. Y estos sí (me refiero, claro, a Plácido Domingo) por parte de instituciones públicas.
Pero Zahara ha hecho del llantito su bandera, sustentando su popularidad sobre el testimonio lacrimógeno y la emocionalidad exacerbada, jaleada por aquellos a los que les encanta sentirse en el lado correcto de la historia, es decir, del que se declare más débil y más oprimido. No hace falta que lo sea, pero que lo parezca. Si aquella frase apócrifa sobre Lola Flores decía «no canta, no baila, pero no se la pierdan», la de Zahara sería algo como «no sabemos si canta o si baila, pero cómo llora».