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Zahara, ¿en los límites de la libertad de expresión?

El cartel promocional de su gira ha levantado una agria polémica. Unos invocaban el arte para justificarlo y otros a los sentimientos religiosos para criticarlo y obligar a que lo retiraran. ¿Dónde está la frontera y qué riesgos supone vulnerarla?
Noemí Elías Bascuñana
La Razón

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Dos carteles han acaparado las polémicas de esta semana. El póster promocional que el ilustrador Javier Jaén diseñó para «Madres paralelas», el último filme de Pedro Almodóvar, y la imagen promocional que anuncia la gira de Zahara. Los dos casos han tenido un epicentro en las redes sociales, los dos han saltado a los titulares y han generado noticias, pero los dos han tenido una resolución totalmente opuesta. El cineasta le ha ganado el pulso al gigante tecnológico, que, debido a las protestas de los instagramers ante su indiscriminada y logarítmica censura, se ha retractado, ha entonado «mea culpa», ha dado un paso atrás y le ha dado luz verde. La cantante no ha compartido semejante suerte y, después de una protesta interpuesta por Vox, ha presenciado desde la talanquera cómo el Ayuntamiento de Toledo ha retirado su religioso afiche debido a que «mucha gente protestaba» por la iconografía elegida.
En medio de agosto, en las fechas más distendidas y relajadas del año, la música y el cine volvían a poner a prueba la elasticidad de ese holgado término que es la «libertad de expresión». ¿Cuáles son sus límites? ¿El arte disfruta de banda ancha? ¿Debemos ser más permisivos y tolerantes? ¿También más cuidadosos? Como reza una frase, ¿nuestra libertad termina donde comienza la tuya? El jurista y catedrático Jesús Prieto de Pedro, uno de los mayores especialistas en Derecho de la Cultura en el mundo, dejar claro unos primeros fundamentos o asientos: «La libertad de expresión se ha convertido en la libertad-madre de otras, como la libertad de expresión artística, que hoy posee una fuerte carta de naturaleza y esto provoca que disfrute de unos criterios distintos a la mera libertad de expresión. Existen diferencias entre ellas. Ésta última tiene un compromiso con la verdad cuando transmite información y no puede mentir. Para eso existe el derecho a rectificar. La libertad de expresión artística no tiene ningún compromiso con la verdad, la realidad o la información de lo que pasa y tiene derecho al escarnio, la sátira, la interpretación de los datos y a configurar estos como quiera».
En este punto surge un tema delicado: ¿aunque una obra creativa moleste a los receptores? Jesús Prieto responde anteponiendo una aclaración pertinente y obligada: «La libertad de expresión es frágil y es necesaria para construir una sociedad, porque la crítica social y al poder son esenciales para que la democracia pueda avanzar y quepamos todos con nuestras formas de ver y analizar las cosas». Por esta razón, él mismo reconoce que «existe una tendencia por tratar de domeñar la libertad de expresión. Molesta al poder y hay una inclinación tradicional, antigua y fuerte para conseguirlo». Y aporta un dato relevante que no debe caer en el olvido y sí tener muy presente: «El Tribunal Supremo de Estados Unidos ha dicho sobre la libertad de expresión artística que no solo incluye el derecho a informar, sino también a molestar. Y eso lo está recogiendo la jurisprudencia europea».

Indignación y sensibilidad

El escritor y filósofo Manuel Cruz incide en un aspecto que también proviene de Estados Unidos: «La palabra que aparece en el cartel de Zahara hace más comprensible la indignación o la sensibilidad de algunas personas. Pero, incluso, si introducimos ese elemento, hay que distinguir entre el reproche social y que intervengamos con normas o leyes. No solo es complicado, también peligroso. En Estados Unidos, la libertad de expresión, exceptuando casos en los que haya unas manifestaciones sean la antesala misma de un delito, el empujón final, puedes decir lo que quieras. No pasa nada. Las palabras podrán ser desagradables. Inoportunas. Pero no se prohíben». Sin embargo, él mismo se apresura a introducir un matiz, en el que coincide también Jesús Prieto: «Yo creo que, evidentemente, los sentimientos religiosos de los ciudadanos se deben tomar en consideración, los problemas del espacio público tiene que ver con una colisión entre derechos. Para mí es atendible los sentimientos de esos ciudadanos».
Edu Galán, autor de «El síndrome Woody Allen», participa en esta disyuntiva y, sin perder la seriedad, pero sin dejar de lado el sentido del humor, se pregunta: «¿Pero a estas alturas alguien cree que por escuchar las canciones de Zahara habrá gente que saldrá a quemar iglesias?». Añadiendo un punto de cordura y sentido común asegura que «la mejor cosa que te pueden decir en la sociedad actual es que eres un adulto, porque vivimos en una sociedad aborregada e infantilizada. La prueba es que hay alguien que dice: “usted se tiene que indignar por este cartel”. Y van y se indignan. Pero hombre, este cartel ha circulado por toda España hasta llegar a Toledo y no había sucedido nada. Pensaba que estas cosas ya estaban superadas». Edu Galán defiende que «no sé a quién le puede molestar de una manera tan visceral este cartel. Y si hay alguien, yo creo que puede mirar hacia otra aparte, que es lo propio de una sociedad adulta». Lo que sí resalta es un aspecto: «Lo que faltan son, en mi opinión, cosas que provoquen a religiones más peligrosas actualmente, porque la católica, nadie en su sano juicio afirmaría que lo es. Para hacer sátiras, la peligrosa es la religión musulmana».

¿Qué hubiera pasado con el surrealismo?

Jesús Prieto explica que un asunto son los sentimientos religiosos, otra, la obra, y, otro asunto, la intención de ofender. Para él, explica, «los sentimientos religiosos y otros supuestos o pretendidos límites, en abstracto, no son límites a la libertad, porque si aceptamos eso, nos encontraremos que vamos constriñendo la expresión artística». Y saca a relucir un ejemplo práctico: «¿Qué hubiera pasado en ese caso con el surrealismo? No habría podido existir o desarrollarse. Lo que hacían los surrealistas iba más allá de lo que proponen los carteles de ahora. Es que hay que pensarlo en estos términos. Si eso llegara a producirse, sería malo para una sociedad, para la democracia y, también, para los seres humanos». Otra, cosa como señala él, y como coincide con Manuel Cruz, es que una obra de arte sea de buen gusto o que sea buena. Y eso, también es criticable y la libertad de expresión, te ampara.
Edu Galán aclara que «la libertad de expresión, ahí está la hemeroteca, tiene muchas sentencias a su favor y está protegida. Las herramientas satíricas deben estarlo. Ahora una cosa es el humor, y otra el escarnio, claro». Pero enseguida matiza que esta controversia, para él, se circunscribe al clima social que alientan los populismos. «Yo creo que a lo largo del siglo XX existe muchos ejemplos del uso de la imagen religiosa en la cultura popular, y ya a nadie le sorprendían, pero me temo que en España y en el mundo tenemos un problema con el populismo, el de derechas y el de izquierdas. La población, y los medios, actuamos en ocasiones hacia el lugar que nos llevan los poderes más populistas. Ahora no hay un partido que no sea cortoplacista y populista. Unos lo son más y otros menos, pero...».
Manuel Cruz alude también a la polémica del cartel de Almodóvar. «Hay un criterio que me suena como censura franquista en esa red», comenta. De lo que no duda es que «en nuestra sociedad existen múltiples sentimientos que pueden resultar heridos y hay que ir con cuidado, pero tampoco se pueden matar moscas a cañonazos y prohibir algo cada vez que nos parece mal. Eso supondría meternos en un jardín muy grande y enrevesado».

¿Cuándo existe un delito de ofensa a los sentimientos religiosos?

Fernando Amérigo, profesor de Derecho en la Universidad de Complutense y director del Instituto Universitario de Ciencias de las Religiones en esa misma universidad, asegura que para que exista un delito de ofensa a los sentimientos religiosos, «tiene que haber un elemento de provocación. En el caso de las obras de arte, un elemento de provocación no quiere decir que se pretenda ofender a las personas religiosas. Una provocación artística no es ofender a la religión. Esto es lo que dice la jurisprudencia. Es complicado que le hubiera costado este cartel una condena a la cantante. Otra cosa es el buen o el mal gusto, que sea innecesario o que se vista de Virgen». Cuando se le pregunta cuándo existe un delito de esta naturaleza, explica: «Cuando sí hay una intención clara de herir los sentimientos de unos determinados creyentes a los que estaría dirigido un objeto o una obra. Pero jamás en un ámbito de crítica política o por expresiones. Ese es el elemento genérico». Y especifica: «Hay delito en algunos casos que son muy claros: la interrupción de un acto de culto o, por ejemplo, que en una procesión saliera un grupo que empezara a ofender las imágenes que pasan y dirigiéndose a quienes participan en ella».
Fernando Amérigo aclara que en la ley de expresión de la libertad hay «cierto derecho a la ofensa». Y advierte que, si intentas limitar esta ley o llevas eso muy lejos «estarías justificando la prohibición de las caricaturas del islam y no se podrían hacer las caricaturas de Mahoma, cuyo objetivo es hacer una crítica al islam político, al islam yihadista, no ofender los sentimientos musulmanes, aunque algunos se ofendieran. Pero en este caso no les queda otra cosa que aguantar». Para él, el objetivo del cartel de Zahara era llamar la atención. «Es casi un elemento publicitario. Se buscan fórmulas para atraer el público y lo hacen en el ámbito de la provocación. Aquí lo que se puede juzgar es su buen o mal gusto. Pero igual que ella ha hecho eso, los demás tienen derecho a criticar al artista, resaltar su mal gusto o decir que era innecesario o lo que se quiera. Solo hay que ver lo que los políticos se dicen a diario. Si no sintiéramos ofendidos por cualquier manifestación, te cargas la libertad de expresión».