Fernando León de Aranoa: “Quería huír del retrato maniqueo del empresario malo porque sí”
El director regresa al Festival de San Sebastián con “El buen patrón”, una comedia extraordinaria en la que Javier Bardem da vida a uno de esos caciques de nuestro tiempo
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Estamos en 2002. Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968) viene de asombrar al mundo con «Barrio», una historia sobre tres chavales que intentan sobreponerse a su entorno y a sus circunstancias, y presenta en el Festival de San Sebastián su nuevo proyecto, sobre el mercado laboral contemporáneo, con Javier Bardem como protagonista. «Los lunes al sol» no solo se haría con la Concha de Oro a la Mejor Película, sino que le arrebató unos meses después el Goya a Almodóvar y su «Hable con ella» que parecía querer arrasar con todas las estatuillas en la temporada de premios.
En la enésima demostración de que el tiempo es cíclico, el laureado director vuelve con «El buen patrón», que tiene hoy su presentación oficial en el Zinemaldia y en la que se reúne de nuevo con Bardem para tratar de darle forma a un jefe déspota y cacique de nuestro tiempo al que no le importa ninguna barrera ética con tal de asegurar «el bien de la empresa». Entre básculas, mentiras y tratos de dudoso honor, el director firma un filme sorprendentemente cómico sobre la España de nuestro tiempo, en todos sus estratos, y sobre los canallas que de algún modo le dan forma. Unos días antes de viajar a Donostia, el director atiende a LA RAZÓN para hablar sobre su película, sus motivaciones y un período de barbecho de casi cuatro años.
Aranoa, siempre asociado al cine más comprometido y la izquierda que con más ahínco ha intentado denunciar la desigualdad en sus diferentes acepciones (y recepciones), construye en “El buen patrón” una especie de “Los santos inocentes” de nuestra si era. Si en el recordado filme del recientemente fallecido Mario Camus el paisaje era el de un país roto por la Guerra Civil y devuelto a los tiempos del vasallaje en términos de desigualdad económica, en el nuevo trabajo de Aranoa es la crisis de 2008, la precariedad y el establecimiento de pequeños microcosmos fabriles -en ese tejido empresarial que tiende a la concentración- los que dan contexto al relato. El realizador huye de explicar cómo hemos llegado hasta ahí para dejarnos ser testigos de ese universo como espectadores omniscientes, y también impotentes, ante la codicia más humana.
En “El buen patrón” no se encuentra la equidistancia facilona de los “Parásitos” de Bong Joon Ho, ni tampoco la violencia por aquiescencia de Michel Franco en “Nuevo Orden”, tan solo hay exposición y explotación de los grises. ¿Es un pecado asumir que la audiencia no es idiota? “El buen patrón” no solo huye de los prejuicios, siempre tan asociados a ese maldito “cine social” que pocos saben definir, si no que lo hace desde la más absoluta comedia. León de Aranoa, de la mano de un Bardem apabullante que aspira a todo en la temporada de premios, levanta una película extraordinaria, precisa y esperpéntica sobre el canalla que todos llevamos dentro pero, más allá de la empatía, se recrea en las pequeñas decisiones que tomamos, o no, para convertirnos en ello. No es tanto el estúpido “el que es pobre es porque quiere”, como “el que es cabrón es porque quiere”. Sí, todo cine es político, pero es que el de Aranoa además es inteligente.
–¿De dónde viene «El buen patrón»? ¿Cómo nace?
–El punto de partida está ligado a su personaje central, al que le empecé a dar forma en 2017. Parte de situaciones que yo he leído o presenciado, pero también de mucho de lo que me han contado. La forma en la que él, cuando las cosas se complican, intenta resolver los problemas más personales de sus empleados. Es la historia de alguien que, pensando primero en su empresa, entra de más en las vidas de sus empleados para intentar devolverlos al redil.
–¿Y cómo se vuelve comedia?
–El punto de partida, que es real, daba lugar a situaciones cómicas, pero también me permitía hablar de las relaciones laborales, de la manera en la que el trabajo interfiere en nuestra vida personal. De ahí también la idea de que la fábrica sea de básculas, poniendo en la balanza el humor y la posibilidad de hablar desde un estrato social que nos afecta a todos.
–Si la película es el patrón, la película también es Javier Bardem...
–Pensé en él relativamente pronto porque llevamos mucho trabajando juntos. Y también porque somos amigos, claro. Diría que hasta me resulta difícil pensar en protagonistas y no hacerlo en él. Hace dos años, precisamente en el Festival de San Sebastián, se lo propuse. Así fuimos dando forma a la manera en la que habla, en la que se mueve, porque me parecía importante no caer en el estereotipo. Quería que fuera un personaje con el que se pudiera empatizar, que de algún modo pudiéramos entender sus razones y que fuéramos capaces de reírnos con él. No quería dibujar a un empresario arquetípico y deseaba huir del retrato del empresario malvado o maniqueo porque sí. No pretendía caer en lugares comunes.
–¿Por eso su patrón es más canalla que explotador? ¿Buscaba la empatía?
–Absolutamente. Por supuesto que los empresarios malvados existen, aunque eso no me interesaba. Quería buscar los grises y los colores contradictorios, los que te llevan a empatizar con un canalla.
–¿Y no hay así un cierto riesgo de condonar sus pecados?
–El recorrido me interesaba para poder contar que Blanco es alguien que tiene poder y lo ejerce sobre los que están por debajo de él, y luego esos mismos sobre los que están por debajo de ellos. Al final, el que tiene una cuota de poder, por mínima que sea, es susceptible de ejercerla en su beneficio. Cualquier personaje tiene más interés si apela al espectador, al pequeño patrón que muchos tenemos dentro.
–Cuando uno hace una película así, ¿viene bien que ciertos sectores empresariales nos iluminen con su lado más canalla?
–La situación tampoco necesita comentario cinematográfico porque se hace solo. Lo ideal sería que estas cosas no ocurrieran y que el Estado ejerciese su poder de otra manera para que todos los ciudadanos pudieran acceder a algo tan primordial como la electricidad sin mayor problema, sin depender de su situación económica.
–En «El buen patrón» tampoco sale demasiado bien parada la Prensa...
–No creo que nadie salga muy bien parado, la verdad. El retrato del empresario no es maniqueo, pero tampoco el del poder político o la Prensa. En ese microcosmos que es la fábrica se puede contar prácticamente todo y, de fondo, también cómo funciona el mercado laboral. Me interesaba explicar esa especie de caciques y dinámicas de poder, y ahí está la Prensa, pero ningún personaje me parece rescatable.
–¿Y la inmigración? En su película, por fin parece que deja de ser un mero accesorio de nuestro cine.
–Quise abordar el personaje de Tarik Rmili, el único que le planta cara al patrón, desde un prisma sin paternalismos. Y el actor, de hecho, me lo agradeció mucho, porque no es ningún justiciero y también tiene su lado B.
–Han pasado cuatro años desde «Loving Pablo». ¿Por qué tanto tiempo? ¿Qué ha ocurrido?
–Sucede que hacer películas es muy complicado y cuesta una vida ponerlas en pie. En España se trata de un proceso y un periplo bastante largos. De hecho, en esas esperas es cuando me pongo a escribir otros proyectos. A mí me gustaría rodar cada dos años, pero es prácticamente imposible.