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Zorrilla ajusta cuentas con Don Juan Tenorio

La editorial Bolchiro recupera “Recuerdos del tiempo viejo”, las divertidas crónicas periodísticas que el dramaturgo publicó en “El imparcial” y que dan cuenta de su vida y de su obra teatral más conocida
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La Razón

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Este es un José Zorrilla sesentón, giboso ya de años, que andaba a vueltas con los bártulos de la conciencia y los remordimientos, echando las sumas y las restas de los tiempos desperdiciados y las felicidades vividas. Decidió, con un humor muy siglo XX a pesar de transitar por el último cuarto del XIX, hacer balance en una serie de prosas dinámicas y divertidas que servían de última estola, adorno o colofón trágico/humorístico a una singladura vital que venía a morir en aquellas jornadas reflexivas y lúcidas, muy vivas de inteligencia. Unos escritos desbrozados con ingenio y que dieron a parar en unas memorias intituladas con el nombre de «Recuerdos del tiempo viejo», un libro que andaba fuera del alcance de los lectores desde hacía años y que la editorial Bolchiro recupera ahora con prólogo de José L. Alonso de Santos. «Es un estilo muy moderno, que se ha imitado mucho, pero se ha reivindicado poco», comentaba, durante la presentación que se llevó a cabo en Commodore Cultura, él mismo, cuya biografía, además, por coincidencia o mera suerte del destino, corre pareja a la del propio dramaturgo, que se sumergió en la leyenda de Don Juan para alumbrar una de sus versiones más modernas y mejor recordadas por los amigos de las plateas.
Zorrilla tuvo la clarividencia y el sentido de la oportunidad de sincopar un estilo de agudizada precisión en unas páginas que son pura historia de la literatura. Alonso de Santos explicaba cómo llegó a conjugar lo aprendido durante aquel romanticismo tardío que se vivió en España, ese juego de antónimos y paradojas propios de ese estilo, para alumbrar en este momento un estilo novedoso, ágil, de mucha temperatura periodística. El escritor tuvo una biografía muy agitada, de abundantes idas y venidas, muy apartada del remanso habitual de la escritura de bufete. Y de esto va dando puntual reseña en estas páginas salpicadas de ironía y vigencia.
Sus memorias abarcan el intervalo que van de 1840 a 1846 y el impulso para escribirlas no fue otra que la necesidad económica, la posibilidad de ganarse un sueldo para torear las carestías de los días privados de dinero, una experiencia que resulta bastante frecuente entre los escritores españoles. Aunque el público no había olvidado su figura, su Don Juan se representaba todos los años puntualmente con enorme acogida y éxito (aunque él no recibía estipendio alguno por ello ni tampoco sacaba beneficio por sus derechos o de ninguna taquilla), la realidad es que se encontró en una tesitura económica difícil y solo pudo vadear tan exigua economía a través de la Prensa.
Por este motivo empezó a publicar de manera habitual en el periódico «El imparcial» estas crónicas memorialísticas. Abarcan el periodo comprendido entre 1840 y 1846, y recoge las impresiones que le dejó su paso por los diferentes países que frecuentó, como Francia, sus viajes a través de América, como Cuba o México, donde el emperador Maximiliano le puso al frente de un teatro, a pesar de que no existía programación. Él mismo le dio ritmo de coplilla a estas andanzas y dice: «Emigré: me di a la mar, / y esperando en el olvido / una muerte hallar sin ruido, / en América fui a dar. /No llevando allá negocio / ni esperanza a qué atender, / al tiempo dejé correr / en la oscuridad y el ocio. /Once años anduve allí, / vagando por los desiertos, / contándome con los muertos / y sin dar razón de mí».
José Zorrilla va comentando la cultura, los sucesos, lo que ocurre y siente cercano, pero también le quedan fuerzas, incluso, para ironizar sobre su gran obra, el «Don Juan Tenorio». Más que vanagloriarse, toma el sendero del humor para sacar los defectos que tiene, poner de relieve los deméritos, aunque de una manera delicada, con elegancia, sin tropezar en el escarnio. Si en esta obra despunta la figura de Inés, como subrayó el propio Alonso de Santos, él remarca los despistes y torpezas de su obra, y anota el detalle de cómo es imposible que, en todos los actos, nadie pueda saber en qué tiempo preciso del día discurre la acción. Este Zorrilla, vivaracho, desacompleado, daba con este libro un buen ejemplo de cómo deben ser memorias, o sea, honestas, dando resalte a las contradicciones, siendo crítico consigo mismo y dando cuenta de una vida aventurera que, en el fondo, es una crónica de sus éxitos y fracasos, esos pasos de lo que nadie escapa nunca.