“Vacuna”, el vocablo con tres siglos de historia lograr ser palabra del año
Fundéu la elige como la más representativa y la que mejor define este 2021
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Me cae bien el término «vacuna». Siempre he admirado su paciencia y perseverancia. Después de tres siglos salvando vidas, al final ha logrado que alguien repare en su existencia y que la nombren palabra del año. Eso es aguantar y resistir, y no lo que pregonaba Cela. La FundéuRAE ha determinado que esta es la voz de este 2021, un año que por su pesadez parecía tener la complexión de un siglo: hubo momentos, allí por febrero o marzo, que muchos creyeron que podría llegar a desafiar las leyes del espacio/tiempo. Lo que no ha quedado claro en esta elección lingüística es si han escogido «vacuna» como pronunciamiento político contra los antivacunas y otros alegres negacionistas, vindicación del orgulloso patrio por ser uno de los países con mayor porcentaje de vacunados o como una sutil reclamación para que los políticos espabilen, aflojen la cartera de una vez y metan más pasta a eso del I+D para que los españoles saquemos pronto la que tenemos todavía en los tubos de ensayo. Esto no está aclarado, pero seguro que dicha ambigüedad es deliberada y no fruto de ningún descuido. Y eso está bien. Da que hablar en las tertulias, alimenta el debate, hace que las cosas rulen (término éste que, por quinientos años que perdure en el habla, jamás alcanzará los éxitos de su colega «vacuna», uno de sus «compiyoguis» en el diccionario de la Real Academia Española).
Esta elección es adecuada, sobre todo, porque en pocas ocasiones a lo largo de la historia tantas ilusiones y esperanzas han estado depositadas en una sola voz, de manera especial por parte de los adolescentes, que necesitaban salir de casa para poder sentarse en un banco a mirar el móvil. Al paso que van, las palomas van a confundirlos con ancianos. Para muchas parejas la vacunación no ha sido el antídoto para esquivar el coronavirus, sino el remedio farmacéutico para llegar más tarde al divorcio. Los mayores no andaban muy lejos y para ellos ha sido una manera práctica y rápida de dar esquinazo a la enfermera de la residencia, que al principio les caía genial, muy encantadora y eso, aunque, al final, han terminado de ella más hartos que de su sombra.
Pero los que han escogido «vacuna» no lo han hecho solo por unas motivaciones sociales, por la repercusión en los medios y por todo el juego que ha dado el vocablo durante estos meses, sino porque tenían claro también otros asuntos menos medulares, aunque dotados de enjundia. Esto de promover una palabra, de lanzarla al habla común, es un divertimento que se les escapó a los romanos y que resulta prometedor. Con «vacuna», los españoles han hecho lo mismo que con un bocata de calamares y una caña: primero convertirlos en una fiesta y después lidiar el trago con ingenio.
Así, en estos meses, todos hemos ampliado nuestras capacidades descriptivas con «vacunación masiva», que a algunos les recordaban aquellos tiempos de Stalin; «pauta de vacunación», que desconozco la razón, pero como que inspira confianza; organización, como si la expresión tuviera un tío abuelo alemán o así, o «vacunódromo», que deja la sutil impresión de una carrera de galgos. Pero lo mejor es cuando el acento lo pone el folclore. Y en esto han tenido un lucimiento meritorio los canarios, que se han sacado de la manga la molona «vacuguagua», de «vacunación» y «guagua». Vale, es cierto que en 2050 ni Dios se acordará de ella, pero, qué demonios, al menos demuestran que el rato del volcán se lo habrá hecho pasar mal, pero no les ha quitado una chispa de gracia. Que vaya por ellos.