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Gilles Lipovetsky, frente a una sociedad “enferma de culpa”

El filósofo y escritor galo participó en la «Noche de las ideas» del Instituto Francés, donde reflexionó sobre nuestro tiempo
El filósofo francés Gilles Lipovetsky, en el Círculo de Bellas Artes. Cortesía del Institut Français de España / Jorge Zorrilla Pascual
JORGE ZORRILLA PASCUAL
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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No cabe la misma rotundidad en su filosofía que en la cita de Luis XIV, pero si quisiéramos hacer didáctico el acercamiento a su figura, basta con atribuirle a Gilles Lipovetsky (Francia, 1944) una cita soberano: «El posmodernismo soy yo». El escritor, filósofo y Caballero de la Legión de Honor visitó España para participar en la «Noche de las ideas» y se sentó con LA RAZÓN para hablar de los tiempos que corren, de su crítica al ecologismo de acción mínima y también de su última obsesión, la tentación, que en su último libro define como el gran mal de nuestro tiempo.
Aunque ya hemos superado la etapa que alumbró en su particular biblia –anterior a la caída del muro de Berlín–, «La era del vacío», y hay todavía incautos que siguen invocando al posmodernismo para quejarse del mero progreso, el francés continúa siendo un referente del pensamiento global: «Vivo en una ciudad muy pequeñita. En Grenoble. El alcalde, muy fiero él, ha quitado los coches del centro de la ciudad. Ahora tenemos más contaminación todavía por los que se acumulan en la periferia», comienza su relato el filósofo, a modo de parábola casi, bien consciente de que el próximo gran desafío humano es el del cambio climático pero nada esperanzado respecto a nuestra forma de afrontarlo: «El ecologismo, tal y como se concibe hoy en día, es una mera ilusión. Se ha transmitido como un dogma personal y no como un asunto de gran escala política. No sirve de nada reducir nuestro impacto cuando hay países en los que se contamina por decreto», opina vehemente.
Individualismo extremo
La crisis ecológica, a la que el escritor regresa varias veces durante la animada conversación, es para él un último signo de ese individualismo extremo del que avisó en los ochenta: «Somos mejores personas en sociedades cada vez peores. Vivimos sumidos en una inseguridad de tal calibre, que ello nos obliga a intentar ser perfectos, al menos de cara a la galería. No creo que se pueda luchar contra esa tendencia, es irrefrenable», explica. Pequeña pausa. ¿Y cómo es posible que en un mundo cada vez más dado a la singularidad, la política a la contra de movimientos antivacunas o tendentes al fascismo triunfe en la colectividad? Lipovetsky se recoloca en el asiento para intercambiar fuego gustosamente: «Es que la colectividad está muerta. Es un término propio de los tiempos de Hitler o de Stalin. Las crisis de las democracias no son crisis de identidad, sino de desigualdad. Los antivacunas, por ejemplo, tienen éxito porque son radicales del individualismo. En cierto sentido, han sabido entender que cada vez nos importa menos el de al lado. Y por eso es tan difícil desacreditarles. Si la opción común, que no colectiva, fuera mínimamente atractiva, solo lidiaríamos con tres o cuatro sujetos», dice meridiano.
Para el autor, que publicó hace algo más de un año «Gustar y emocionar. Ensayo sobre la sociedad de la seducción» (Anagrama), la solución a estas grietas sociopolíticas no pasa por la «demonización» de los individuos, sino por su integración «en un sistema informativo». Es decir, más rigor que catequismo: «La solución que se ha probado mejor para luchar contra el lado oscuro del hiperindividualismo, ese que no permite vivir en sociedad, es la construcción de mundos críticos en los que se desarrolle la sociedad como ente artístico. No todo el mundo debería vivir de ello, pero todos deberíamos poder pintar, escribir, diseñar videojuegos incluso», opina antes de entrar en la explosión de sus preceptos, en el análisis casi póstumo de lo que lleva predicando cuarenta años: «Mis escritos sobre el individuo, sobre la libertad personal, eran contextuales porque los ochenta en Europa fueron una explosión de libertad a todos los niveles. Nos emancipamos de décadas oscuras», remata.
Ese mismo rasgo ominoso, quizá todavía más grave torciendo el gesto, es el que Lipovetsky dedica al metaverso y al triunfo estilístico de lo transhumanista, es decir, el cuerpo más allá del cuerpo: «No creo que el metaverso venga para quedarse. Los mundos virtuales llevan años con nosotros y, como mucho, se han convertido en herramientas de entretenimiento. Ya hay quien se pasa 10 o 12 horas al día jugando a un videojuego. Creo que esta nueva tendencia quedará acotada a un grupo de ricos muy ricos. Y, claro, a quien encuentre en ello una solución a sus fobias patológicas. Usted seguirá queriendo quedar con mujeres guapas más allá de la realidad virtual», concreta antes de despedirse, con el aura de un gran maestro y la destreza elíptica intacta: «Estamos enfermos de culpa, desde la moda ‘’fast-fashion’', que nos da remordimientos, hasta el sexo y sus nuevas reglas».

La pluralidad del pensamiento contemporáneo

Además de con la presencia de Gilles Lipovetsky, plato estelar de la «Noche de las ideas», el Instituto Francés contó en el madrileño Círculo de Bellas Artes con un plantel de lujo y bien diverso respecto a la filosofía inmediata de los tiempos que corren: las escritoras Carmen Posadas y Sofi Oksanen, por videoconferencia, debatieron con personalidades como el sociólogo Michel Wieviorka, Pablo Simón o Elizabeth Duval. En su séptima edición y bajo el lema «(Re)construir juntos”, el estamento de la lengua gala entra también en un año de especial importancia, con Francia al frente de la Unión Europea.