Norma Aleandro: “Jamás me arrepentí de decirle que no a Hollywood”
En “El vuelo de la mariposa”, que llega a cines a la vez que a Filmin, el director Carlos Duarte Quin explora la vida y obra de la gran dama argentina de la interpretación
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Habla con calma, ocupada en sus quehaceres de senectud, mientras intenta pintar los recuerdos de la manera más vívida posible. Norma Aleandro (Buenos Aires, 1936) pasará a la historia como la gran dama argentina de la interpretación pero, al otro lado del teléfono, desde su casa a más de 10.000 kilómetros de quien escribe, solo hay humildad. Protagonista de la primera película argentina que ganó el Oscar (”La historia oficial”, 1985), versada en mil y una obras de teatro y reconocida en todo el mundo por papeles como el de “El hijo de la novia” o “Gaby: a True Story” (también la nominaron al hombrecillo dorado), Aleandro es ahora el centro en la mirada de “El vuelo de la mariposa”. El poético documental, dirigido por Carlos Duarte Quin, se estrena a la vez en cines y en la plataforma Filmin y repasa, de mano de la propia actriz su vida y obra. Entre recuerdos, reflexiones y apenas remordimientos, Aleandro recuerda sus inicios, su breve idilio con Hollywood -con un sonoro rechazo a trabajar con el mismísimo Francis Ford Coppola- y una producción artística que la ha llevado a girar por medio mundo.
-¿Cómo nació el proyecto? ¿Cómo llegó a usted?
-El proyecto llegó primero a mí gracias al director, que me envió una especie de tratamiento de guion para que me lo leyera. No me entusiasmaba nada, sinceramente. No me entusiasmaba la idea de someterme a una biografía, pero él me acabó convenciendo por el enfoque, y porque me iba a dejar participar. Todavía no he podido ver la película, solo algunos fragmentos por eso mismo.
-¿Por qué no le gusta? ¿Se relaciona mal con el ego?
-No es una cuestión de ego, o de anti-ego, pero me estorba tener que hablar de mí misma, de mi vida. No me gusta compartir mis pareceres y mis opiniones, porque sé de muy poquitas cosas. De hecho, diría que odio responder preguntas. Y no se lo tome a mal, que usted es muy respetuoso, pero cuando veo a un periodista suelo salir corriendo.
-¿Cuándo decide Norma Aleandro que quiere ser actriz? ¿Cuándo surgió su vocación?
-Yo tenía 3 años y mis padres ya eran actores, pero no nos llevaban, porque siempre actuaban muy tarde. Nos solíamos quedar con mi abuela, y en uno de esos bucles en los que entrábamos todos como familia en los que podíamos pasar varios días sin vernos, se le ocurrió llevarnos al teatro. Fui muy contenta, pero me asustó mucho la platea, que estaba completamente oscura. Todavía no había entrado el público y se veía la trastienda, llena de pelucas. Mi madre, muy apurada, a pedirme que de un personaje mudo. La niña que normalmente hacía el papel se había puesto enferma y, aunque era mayor que yo, no era mucho el aporte porque simplemente tenía que salir de la mano de mi madre y quedarme allí sentada. Me pusieron una peluca espantosa, un vestido viejo que olía mal, feísimo, como todo allí, pero estaba muy contenta. Todo el mundo venía a felicitarme por atreverme, hasta que empezó todo.
Desde el escenario, justo antes de salir con mi madre, solo escuchaba un ruido de la platea. Ensordecedor, muchas conversaciones al mismo tiempo. Yo era demasiado pequeña, siempre que lo pienso. Mi madre le dijo algo a mi padre y él gritó: “¡No es mi hija! ¡No es mi hija!”. Me agarró de los brazos de mi madre y me llevó a una ventana, me descolgó y gritaba: “¡La voy a matar!”. Yo no podía creer lo que estaba pasando, así que desesperada solo alcanzaba a decir: “Papá, papá, que soy yo. Bájame”. Un desastre, pero seguimos. Mi madre, que era una gran actriz, hizo como que se desmayaba, pero me lo creí, y acudí a intentar reanimarla hasta que cayó el telón. Cuando empezamos a escuchar los aplausos corrí hacia a mi abuela, podríamos decir que traumatizada. Creo que no volví a pisar un teatro en una década por lo menos.
-¿Podría continuar?
-Por inercia, acabé en el teatro. Trabajando en Radio del Estado, donde me daban papeles pequeñitos pero constantemente, porque tenía muy buena dicción. También les gustaba que pudiera poner acento español, para determinados papeles. Un día, un director de teatro que me había visto, me quiso para su obra de teatro convencional. Ilusionada, me puse a estudiar teatro, de la mano de varios profesores argentinos y de una profesora invitada, la francesa Simone Garmin. Su método se basaba en la improvisación, que en Argentina por aquel entonces no conocía nadie, así que cuando llegó el día tuvo que explicarlo bien. Entonces todo el mundo me parecía muy mayor, pero rondaría todo el mundo los 20 años. El ejercicio de improvisación era haber sobrevivido a un bombardeo, poniéndose en el papel de un soldado, de una viuda, o de lo que cada uno quisiera. Me quedé sin pareja, así que decidí ser una huérfana que cruzaba un puente, así que me dejé caer, muerta, cuando sonó el bombardeo que hacía la propia profesora con la boca. Cuando llegó el turno de evaluarme me dijo: “¿Usted quiere ser actriz? No sirve”. Salí corriendo, desesperada, y me asomé al río dispuesta a matarme en ese mismo momento. No lo hice, claro, pero el miedo ya estaba dentro de mí. Fueron meses terribles, y hasta dejé de comer con normalidad.
Por suerte, casi un año después me recuperé, gracias a un papel que me dio el mismo profesor que había presenciado aquella escena tan fea. Fue en un acto sacramental, que hicimos en el atrio de una catedral aquí en Argentina. Me gusta mucho contar esta anécdota, sobre todo a chicos jóvenes, porque no tienen que dejar que les arruinen la vida con comentarios así. Y yo, en realidad, tuve suerte, porque uno oye historias terribles de humillación en el teatro antiguo. Cuando eres joven estás indefenso, y no se te ocurre ir a contarlo.
-Usted dice varias veces en el documental que le daría pena si el trabajo fuera lo más importante de su vida. Entonces, le pregunto: ¿Cree que hay muchos actores que convierten el trabajo en el centro de su vida, que no dejan espacio para nada más?
-Sí, y he conocido a muchos. Es gente que se vuelva en una sola cosa, y eso es un error en mi opinión. También ocurre porque el teatro puede ser muy peligroso por la sensación de compañía que ofrece el público. Es maravillosa, pero si uno no está pasando por un buen momento, está deprimido o está simplemente mal, puede convertirse en un falso amigo, en una forma de vida equivocada.
-¿Se llegó a arrepentir alguna vez de decirle que no a Hollywood?
-No, nunca, la verdad. Siempre hice giras de teatro, hasta en lugares tan remotos como Jerusalén. Y todo eso antes de ir a entregar el Oscar. Cuando me llamaron para actuar allí, yo había estado aprendiendo inglés, así que me lancé a hacer solamente los que me gustaban. Eso ganó cierta repercusión, pero yo no estaba feliz. No puedo ser feliz fuera de mi casa, lejos de mi familia. Tenía que haberme enfrentado sola a todo aquello, y no lo habría soportado. Empecé a decir que no por mi familia, por extrañar, y nadie me creía. Hasta me ofrecían más dinero.
-¿Cómo le gustaría que la recordaran?
-Como una buena actriz, poco más puedo pedir.