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Jorge Volpi: “La pobreza nos vuelve violentos aunque nuestra naturaleza no lo sea”

Tras ganar el Premio Alfaguara en 2018, el autor mexicano se traslada a la frontera entre México y Guatemala para volver a radiografiar los orígenes de la violencia en “Partes de guerra”
Jorge Volpi, durante una entrevista por “Partes de guerra”
Gonzalo Pérez MataLa Razón

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Han cambiado un poco las ventanas, las puertas parecen ahora más estrechas y el suelo sigue manchado de sangre, pero México nunca ha dejado de ser un hogar para Jorge Volpi. Tampoco la violencia ha perdido interés como elemento de estudio literario –y culpable silencioso de una tristeza instalada de forma continua en su mirada como ciudadano– para este escritor de cincuenta y tres años, oriundo de DF, que después de alzarse con el Premio Alfaguara en 2018 gracias a la estructura documentalista de la que se sirvió para armar su libro “Una novela criminal” y en donde radiografiaba el caso Cassez-Vallarta, un suceso que durante años conmocionó a la sociedad mexicana y llegó a generar un incidente diplomático entre Francia y México, ahora vuelve a la primera línea de la ficción con “Partes de guerra”, una historia cargada de cadáveres migrantes, personajes femeninos valerosos, enredados en las sombras de su pasado e identidades a la deriva que naufragan en el embarcadero de un pequeño pueblo a orillas del guatemalteco río de Usumacinta.
Después de sumergirse de una forma tan exhaustiva en los orígenes de la violencia, ¿qué elemento identificarías como detonante de la barbarie en el caso del individuo y en el de los pueblos?
Solo el mes pasado fueron asesinadas unas 4.000 personas en México. Masacradas. En un mes. Después de haber pasado tanto tiempo respirando de cerca la violencia, afortunadamente no porque haya visto morir asesinado a algún miembro de mi familia, pero sí al toparme con desapariciones continuas de vecinos y conocidos, uno llega a la inevitable conclusión de que su origen está en la desigualdad. Y en la aplicación de un sistema de justicia ineficiente, casi inexistente, como el que llevamos arrastrando en mi país desde hace demasiado tiempo. La necesidad y la pobreza nos vuelven violentos aunque nuestra naturaleza no lo sea. Date cuenta de que en México la vida no vale mucho.
¿Le parece más justo utilizar el término victimario que el de asesino en según qué casos? ¿Hasta qué punto influye el lenguaje que utilizamos para definirnos y definir nuestros actos?
Es cierto que en el libro utilizo más la palabra victimario que la de asesino, pero en el fondo me parecen igual de efectivas ¿no?. Ambos provocan dolor, ambos sirven para definir al causante, a la parte activa del daño. Pero por supuesto que el lenguaje que utilizamos importa, de hecho cuando ese lenguaje se circunscribe a nuestra idiosincrasia mexicana el debate puede volverse todavía más complejo: a veces se puede llegar fusionar la condición de víctima y la de victimario precisamente por los condicionamientos sociales que comentaba antes. Y esto era una de las cosas que me parecía muy importante mostrar en la novela.
¿Qué importancia le concede a lo trágico durante el proceso de escritura? En sus universos siempre planea, pese al orden y la meticulosidad, la crudeza, lo visceral, el golpe.
Hay que tener en cuenta que yo vengo de un movimiento literario, “Generación del crack”, con el que pretendíamos romper en términos narrativos con todo ese fervor que había despertado años atrás el boom latinoamericano, pero intentando retomar su estética de densidad formal. No porque renegáramos del realismo mágico ni mucho menos, sino porque teníamos ganas de demostrar que en América Latina se podía escribir sobre más cosas. De modo que en mi caso, ese interés por lo visceral como bien apuntas procede, además de por una curiosidad que siempre ha permanecido despierta, por una herramienta con la diferenciarme, con la que explorar mi propia voz.
En este libro habla de fronteras, de cercos, de líneas divisorias. Hubo progresistas que pensaron que la llegada de Biden al poder iba a mejorar la situación de los “espaldas mojadas”...
Tú lo has dicho: “pensaron”. La gestión que ha hecho Trump de la inmigración en materia de derechos humanos ha sido absolutamente nefasta, pero es que la de Biden no parece mucho más prometedora la verdad. Me preocupan las desapariciones, me preocupan las deportaciones, me preocupa los billetes sólo de ida y me preocupan los políticos que siguen sin hacer absolutamente nada porque también estén asegurados los de vuelta.
¿Aboga por esa concepción rousseauniana de la bondad natural del hombre? ¿Se aprende a ser malo?
Digamos que soy más partidario de una visión tocquevilleana, de esa mirada que cuestiona la acérrima maldad que se les presupone a los criminales y que entiende por tanto que el criminal es aquel que cometió un acto de maldad, pero a fin de cuentas sigue siendo humano y por tanto debemos presuponerle humanidad. No somos malos de manera natural, son nuestros actos los que pueden catalogarse como tales, nuestras acciones, nuestros hechos.