“Diarios de otsoga”: Miguel Gomes, Maureen Fazendeiro y la crónica rota de un verano pandémico
El director de “Aquel querido mes de agosto” vuelve a fijarse en el estío para plantear un artefacto cinematográfico basado en la deconstrucción del calendario durante el confinamiento
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En “Aquel querido mes de agosto” (2008), además de profesar una especie de admiración religiosa por el sol del verano, ese que aprieta hasta que se rompe el sudor, Miguel Gomes sintetizaba lo que luego acabaría siendo su cine: preocupado por la forma, el director portugués siempre ha intentado retorcer sus relatos, en principio simples, hasta una narración cercana al paroxismo. Así lo hacía en la portentosa “Tabú” (2012), donde la muerte era motor y fantasma de la película; o en la trilogía de “Las mil y una noches” (2015), en la que volvía contemporáneo (y portugués) lo épico del abandono a lo árido. Tras, o más bien durante, la pandemia, el director luso vuelve, y lo hace de la mano de Maureen Fazendeiro para co-dirigir “Diarios de Otsoga”.
“Agosto” escrito al revés es la excusa argumental de Gomes y Fazendeiro para romper ahora un diario de la pandemia, filmando una película sobre una película y una historia sobre una historia. El rodaje de un filme con restricciones por el COVID sirve a los directores portugueses, en “Diarios de Otsoga”, para intentar epatar en lo ridículo, consiguiéndolo y además reflexionando en un plano más sesudo, casi como tesis sobre el cine de guerrilla en tiempos complicados para el sector. Los co-directores atendieron a LA RAZÓN aprovechando su visita a nuestro país.
-¿Cuál es el origen del proyecto, dónde y cómo nace “Diarios de Otsoga”?
-Maureen Fazendeiro: El origen del proyecto, creo, es una especie de reacción a lo que pasó durante el confinamiento. Sobre todo a los primeros meses de esa especie de nueva vida. Esta película, de hecho, surgió inmersos en otros proyectos que se demostraron imposibles por la pandemia. Así dimos con Crista Alfaiate, la protagonista, que se había quedado sin trabajo y le gustó la idea de hacer algo juntos. Eso fue en mayo de 2020, y en agosto ya estábamos rodando.
-¿Cómo de complicado se hizo el rodaje?
-Miguel Gomes: podría mentirte para hacerlo más bonito, pero la verdad es que no, fue todo bastante fácil dentro de lo que cabe. Inventamos una manera de rodar, realmente, porque nadie sabía cómo hacerlo en pandemia. Con nuestras propias reglas, la película es mucho más personal, distinta. Todas las dificultades se convirtieron en una herramienta al servicio de la película. Por eso nos rendimos tanto a los exteriores, por ejemplo. Y, de hecho, rodamos sin mascarillas, que eran un elemento de la ficción al fin y al cabo. Fue más una complicación económica que pandémica. Sí fue más complicado cuando se sumaron las complicaciones del embarazo de Maureen, que nos obligaba a confinarla dentro del rodaje y a hablar con walkie-talkies.
-¿Se acabaron así integrando cosas en la película?
-M.G.: Totalmente. Llegamos a un punto en el que rodar y vivir eran lo mismo. Y así creo que debería ser casi siempre, mezclando el cine con la vida.
-En la película, en el apartado estético, la luz es muy importante. Casi secuestra todo...
-M.F.: Filmamos la película en 16 milímetros por cómo capta la luz, las sombras, las dimensiones en general de las cosas. Es un look muy particular, por eso nos gusta trabajar con película. El mejor en eso es Mario Castanheira, por eso le quisimos como director de fotografía. Y también invitamos a Rui Monteiro, que no suele trabajar en cine sino en teatro, por lo que la iluminación siempre intentaba como subrayar a los personajes, sacarlos de ese fondo en el que es fácil perderlos.
-M.G.: Según lo entiendo yo, hay dos formas de rodar. Una que dice, vale, quiero rodar con esta planta exótica que solo se puede comprar en Tailandia e implica un montón de documentación y logística; y otra, que es la mía, que pasa por hacerlo con algo cercano, con lo que tienes. Y eso va hasta lo más simple, porque Rui (Monteiro) es la pareja de nuestra protagonista. Daba igual que no tuviera experiencia en cine, lo importante era que tuviera experiencia en el cine. Y además, claro, nos ahorrábamos una cama (ríe). El cine debe ser aprovechamiento. “Otsoga” es “Agosto” al revés, pero también un territorio de lo cercano, una puerta a lo cotidiano, quizá. Aunque esté en otro tiempo, en otro mundo.
-La película ha tenido un recorrido excelente en el circuito de festivales, con gran acogida crítica y de público. ¿Les sorprende, por esa especie de alergia que parece existir alrededor del cine estrictamente pandémico?
-M.G.: Siento que el éxito de la película, si acaso, viene por su verdad. También es cierto que la resonancia siempre ha sido en festivales latinoamericanos, quizá por tratarse de un público más receptivo hacia lo que trata la película. No sé si a los nórdicos les pueda gustar, como no les gustó casi ninguna de mis películas. Tener que ver con la pandemia podía alejar a la gente, sacarla de la película o hasta aburrirla, como cansada de vivir esta mierda como para encima recrearla, pero intentamos evadirnos. La película, según la entiendo yo, trata más sobre esa alegría de volver a estar juntos con otras personas después de un período de aislamiento extremo.