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“La Maternal”: Pilar Palomero se confirma como artesana de la honestidad en San Sebastián

La directora de “Las niñas” compite en el Festival de San Sebastián con su segundo trabajo, un acercamiento tan crudo como preciosista y extraordinario a la realidad de los embarazos adolescentes
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La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Hay una cuestión, quizá fortuita, en el cine de Pilar Palomero, que pasa en lo formal por lo tradicionalmente femenino. Sin embargo, lo realmente brillante y original de su manera de dirigir es la maestría para con la elipsis. Artesana de lo honesto, Palomero levanta en “La Maternal”, una película sobre el embarazo adolescente visto a través de los ojos de una niña que apenas sabe que entra en la siguiente etapa de su vida. Solo así es capaz de regalarnos más de diez minutos de muchachas compartiendo su experiencia respecto a las semanas de espera pero ni un solo fotograma abordando el parto. Ese poder editorial -que no de edición aunque también podríamos hablar del eje horizontal que abre y cierra la película-, es el que convierte su segundo largometraje en una de las películas españolas más potentes, más sólidas y más sinceras de la temporada. La directora maña aprovecha esa fábula de la inconsciencia interrumpida para erigirse como una realizadora versada en las sutilezas: no se trata de construir un cuento de precaución moral, ni tampoco de ejercitar la ética desde la ausencia de prejuicios, sino de desnudar estos últimos, convertirlos en axiomas vacíos a través de lo empírico de las experiencias que las propias chavalas van describiendo.
Ese mismo poder es también el que Palomero no rehúye a la hora de hablar del aborto como elefante rosa de la habitación, y también el que sí hace acto de presencia respecto al trauma y a lo lúgubre que puede volverse (o no) la historia de cada una de las chicas según ahondemos en ellas. Otra vez, el final de la infancia, pero otra vez también la dignidad como único parámetro de medición leal y firme. Tan solo un par de años después de “Las niñas” nos encontramos con una directora infinitamente más madura y no por ello alejada de la coyuntura. “La Maternal” tiene, como todas esas películas grandes del cine español, un contexto cultural que la vuelve revisitable en cualquier momento, digna de intentar desgranar como pieza incómoda de qué somos más allá de lo etnográfico, en estudio universal. El mérito, al fin y al cabo, es volver elíptica y sincera una película que lo tenía todo para ser artificiosa y explícita.
-¿Dónde está el germen de “La maternal”? ¿Cómo nació la película?
-El germen de “La maternal” está en una charla que tuve con Valérie Delpierre, productora de “Las niñas”, justo al terminar el rodaje de aquella. Ni siquiera habíamos empezado a montar. Ella tiene una amiga que es trabajadora social, que tenía 12 años y que se había quedado embarazada. Que había sido madre, de hecho. Cuando Valérie me lo comentó, como para hacer una película, me sentía bastante lejos del tema y tenía mis reservas. Pero aun así concertamos una cita con el director de un centro residencial para madres embarazadas en Barcelona y ahí comencé a hablar con mujeres adultas que habían sido madres adolescentes. Ahí fue cuando realmente yo comencé a creer en la película, porque fue ahí donde me di cuenta de lo poco que sabía y lo que me apetecía saber más para poder contar su historia.
-¿Ha sido complicado escribir la película desde la perspectiva de tus propios prejuicios? ¿Es muy distinta la Pilar que empieza a escribir respecto a la que termina de rodar?
-Totalmente. Esta película me ha cambiado mucho por dentro. Y eso tiene que ver con la temática, por supuesto. Desde el primer momento me di cuenta de los prejuicios que tenía respecto a la maternidad adolescente. Y luego, a la hora de hacer los primeros pitches, cuando explicamos de qué iba a ir, notaba muchas reticencias. Mezclar adolescentes, embarazos… Me dio la sensación de que a la gente le produce razón escucharlo. O prefiere directamente no hacerlo, no mirarlo. Y es absurdo, porque es algo que sigue existiendo, que está ahí aunque no miremos. A medida que me iba adentrando en la temática entendí todos los prejuicios con los que lidian estas chicas. Con ese juicio social que existe, sobre todo. Yo lo que he descubierto es que detrás de todo eso hay niñas, hay mujeres valientes, que se han tenido que enfrentar a situaciones muy lejos de lo ideal y que me han sorprendido por su fuerza. He sentido que ellas, de manera muy generosa, han confiado en mí para relatar sus experiencias desde un prisma todo lo honesto y sincero que he podido.
-Sé que a veces lo argumental os aburre, pero me interesaba la decisión de incluir una conversación explícita sobre el aborto. Quizá otra directora, más cobarde, habría pasado de puntillas por el tema. ¿Fue un problema moral, político, o algo más relacionado con la fidelidad a los relatos reales de las chicas?
-Fue importante, pero no fue un problema. Para mí lo importante era retratar las cosas como son y era obvio que la del aborto era una conversación que tenía que salir, que está en su día a día. Obviarlo sería una traición, una censura de la que quería huir. Nunca me surgió conducir su discurso, quería escuchar su verdad. Ahí es donde más importante se volvió el trabajo de documentación, porque fueron muchas charlas, muchos cafés, muchos apuntes desgranando el entender que no hay una única vivencia, no hay una única experiencia. No hay una respuesta clara ni una solución a estas situaciones, cada caso exige un equipo de herramientas distinto.
-¿Cómo encuentras a las chicas? ¿Cómo se construye esa intimidad? Y sobre todo, ¿cómo encuentras a Carla Quílez?
-El cásting es, quizá, el proceso que más hemos cuidado en toda la película. La mayoría de las chicas que aparece están ante su primera experiencia como actrices. Todas fueron madres en su adolescencia y ahora tienen entre 18 y 20 años. Las conocí durante la fase de documentación, y a través de las conversaciones hemos ido construyendo una confianza y casi una amistad. Gracias a ellas hemos construido el guion, pero no basándonos en sus experiencias explícitas, sino en lo que fueron sintiendo durante todo el proceso. No va sobre su vida, va sobre su experiencia, sobre su carácter, sobre sus anécdotas. Luego, cuando íbamos a rodar, me costaba imaginarme una película sin ellas, así que les propuse presentarse al cásting. Y eso no siempre sale bien, porque no es lo mismo contar una historia frente a un café que frente a una cámara. Para mí sería imposible, por ejemplo. Han sido muy libres y muy auténticas.
Carla, por su parte, viene de un casting. Y fue algo un poco arriesgado porque la conocimos a través de un video de Instagram en el que salía bailando reggaetón. Irene Roqué, directora de cásting, me lo enseñó, me dijo que le había llamado mucho la atención y le escribimos para que viniera. En su caso, por la edad teníamos que contar con alguien que no hubiera pasado por ese embarazo. Hubiera sido, creo, demasiado traumático contar con alguien de 14 años que ya hubiera vivido esto y pasar por ahí de nuevo, con todo lo que implica a nivel emocional. Y fue todo un descubrimiento, para todo el equipo. Entró por completo en la historia, hizo suyo el personaje… Es una actriz increíble. Quizá estoy demasiado fascinada por verla florecer delante de mí, pero su fuerza es innegable.
-Hablando del elenco, ahí está brillante Ángela Cervantes, como madre y víctima de esa repetición de patrones que, quizá, está cruzada por una dinámica de clase. ¿Estás de acuerdo? ¿Cómo de importante es ese contexto en el que se desarrollan las niñas?
-Sí, estoy de acuerdo. Lo siento así y lo vi muy de cerca en la documentación. Cómo se repiten una y otra vez los mismos patrones. Pero no solamente en este entorno, y eso es algo que también estaba en “Las niñas”. Tendemos a repetir, en cierto modo, los comportamientos que hemos heredado. Sentí la importancia de un centro como el de “La Maternal” porque representa una oportunidad para no repetir esos patrones. Y que eso sea transversal a todas no quita que Carla pase por esas circunstancias por su contexto, por vivir en cierto riesgo de exclusión social. Hay más probabilidades, por supuesto, porque hay menos educación sexual y emocional.
-Si podemos trazar una línea entre tus dos largometrajes es el del final de la infancia, o más bien el del comienzo de lo siguiente, que sabe Dios qué puede ser. ¿Cuál es la principal diferencia entre la Pilar Palomero de la primera película y la de ahora? Sobre todo teniendo en cuenta el poco tiempo que ha pasado entre ambos proyectos…
-Todo ha sido una locura de tiempos, todo ha ido muy seguido. Esta película, de hecho, creo que se ha rodado tan pronto y tan rápido precisamente por la pandemia. Durante el confinamiento tuve suerte y me pude encerrar a escribir el guion. Eso aceleró todo muchísimo. Tenía pensado escribirla más adelante. Respecto a las diferencias… No soy quién para decirlo, pero sí puedo decir que he intentado replicar y amplificar aquello con lo que más disfruté en “Las niñas”, que es trabajar y experimentar con las actrices. Para mí, eso ha sido lo que más he disfrutado en los dos rodajes, el comenzar a trabajar una escena desde un lugar e ir llevándosela a otro completamente distinto a través del juego, por ejemplo. Ahí es donde he visto que de verdad surge la magia y donde tengo lugar, un poco, para ver mi película como espectadora incluso.
-Quería preguntarte también por la forma. La foto de Elizalde regresa a esa idea de Cajías en “Las niñas”, la de presentar el mundo infantil como muy pequeño, casi sin posibilidad de vislumbrar el fondo. Todo queda en el primer plano, encerrado, cautivo de una concepción mínima del mundo.
-Surgió la oportunidad de trabajar con Julián Elizalde por unas referencias cruzadas, porque era nuestra primera vez juntos, pero nos entendimos de inmediato y muy bien. Ambos teníamos claro que había que contar la historia a través de Carla, colocarnos siempre en su punto de vista y que ello estuviera determinado por la posición de la cámara. Y sobre todo, estar abiertos a improvisar. Pero es que cada vez que digo lo de improvisar parece que llegara al rodaje un par de minutos antes y que todo fuera magia, pero no me refiero a eso, me refiero a preparar tanto la escena que tengas margen para llevártela a otro sitio, dejar que fluya. Siempre primando la vida de la película por encima de lo que está escrito. Fue un trabajo más de sensaciones que de ópticas. Ambos somos personas que se dejan llevar mucho por lo que pide la escena. ¿Suena un poco místico? Bueno, pero es que es verdad, porque si quieres hacer una película sobre los sentimientos no te puedes poner estrictamente matemático.

“Pornomelancolía”: una polémica que no era y un «porno» que apenas seduce

El incendio era previsible, los bomberos, finalmente, no hicieron falta en la Concha. Tras el polémico arranque del Festival de San Sebastián, que eligió seguir proyectando la «Sparta» de Ulrich Seidl pese a las acusaciones al director alemán de no crear un «ambiente seguro» a los menores de edad de su película, la segunda polvareda del Zinemaldia llegaba con el pase oficial de «Pornomelancolía», del realizador argentino Manuel Abramovich. En la película seguimos a un joven mexicano que, harto de lidiar con las angustias a fin de mes, decide meterse a actor porno. El camino, por supuesto, será de descubrimiento, pero también de tristeza y de destrucción, como queriendo seguir la senda de lo explícito pero sin llegar nunca a la excusa de la casquería. Hay sutileza, hay desnudos, pero también hay demasiado conservadurismo estético.
El pasado agosto, su actor principal y protagonista, Lalo Santos, anunció el divorcio mediático con el director y rechazó la invitación del festival a la presentación del filme. Según declaró Santos en sus redes sociales, «hubo graves fallas en la planeación, además de falta de capacidad y sensibilidad por parte del director y la producción», en queja continua sobre las «condiciones» del rodaje. Según ha trascendido, Santos hacía referencia a las escenas de sexo explícito, en las que no se sintió del todo arropado y, en las que cree, han faltado medios: «Nunca hubo especialistas en salud mental como parte del equipo y ese fue un gran error».
En la rueda de prensa oficial de «Pornomelancolía», que provocó algunas que otras escapadas del Kursaal donostiarra, Abramovich respondió: «Es muy triste que Lalo no pueda estar aquí contestando las preguntas conmigo y expresando cualquier cosa que quiera expresar sobre las cosas que siente. Además de triste estoy desconcertado. No lo entiendo, me sigo haciendo preguntas», aclaró sin rehuir nunca la polémica.
Matías G. Rebolledo
-Y luego está la mezcla de la música urbana y Estopa...
-Es curioso, porque haciendo la película me di cuenta de lo mayor que soy y lo poco que me entero de lo que escuchan los adolescentes hoy en día. La música de la película, por supuesto, vino dada por la música que escucha la generación de Carla. Ella, como bailarina, nos ayudó a entender qué debíamos usar, qué escucha realmente su círculo, su edad, su contexto. Entonces empezamos a investigar y dimos con esas canciones, que son un mundo aparte. A través de un asesor musical nos dimos cuenta del poderío que hay en ese nuevo reggaetón, liderado por mujeres que no piden perdón por cantar lo que les da la gana, por ejemplo. Y eso está muy presente en la película. Y luego está el tema de Estopa, que es un pequeño capricho nostálgico que me he podido dar, realmente. Creo que tenía mucho sentido, porque la canción que sale suya es de principios de los 2000, justo cuando la madre de Carla era adolescente. Era interesante establecer ese paralelismo a través de la música, unirlos en generaciones distintas y explicar cómo asociamos la música a momentos concretos de nuestra vida. Justo Estopa es que es parte de mi vida, y es una canción brutal.
-Superada la maldición de la segunda película casi sin terminar todavía la primera, ¿sentías presión por llevar tu trabajo a una escala aún mayor, como es la de San Sebastián?
-Todo ha sido muy rápido. Y es que ahora ya tengo encaminada una tercera película, incluso. Pero claro, por supuesto que esa presión existe. Quieres que tu trabajo siga gustando. No aspiro a que se repita todo lo que pasó con “Las niñas”, porque aquello fue muy grande y muy excepcional, pero sí a que deje el mismo buen gusto en quien la vea. Lo que intento, y lo que he intentado siempre, es hacerlo lo mejor que puedo. Y eso es lo que ha hecho todo el equipo. Entiendo que se puedan comparar, pero quiero que guste para seguir haciendo películas con la misma libertad que he encontrado hasta ahora.