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¿Sabe la izquierda lo que es la clase media?

La ridiculez de Sánchez al diferenciar clase media y trabajadores es heredera de la lucha de clases marxista. Los expertos coinciden en que es una cuestión económica
efeLa Razón

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Este Gobierno, que no sabe definir lo que es una mujer, tampoco sabe definir, claro, lo que es la clase media. Se mueve en la abstracción, en la palabra hueca que sirva de McGuffin para que avance la trama, la suya, sin interferencias. Pero todo lo hace por ella, por su bien. ¿Qué es clase media? Preguntan los medios a Nadia Calviño, clavando sus pupilas en la suya azul. ¿Qué es clase media? «Eh, uf, mmm, esto… el conjunto de las medidas que hemos puesto en marcha, todo el despliegue de medidas que tratan de amortiguar el impacto de la subida de los precios, se dirige al conjunto de la ciudadanía con una atención muy especial a las clases medias». Vale, señora, pero ¿qué es clase media? ¿Y tú me lo preguntas? Clase media eres tú.
Porque todos nos consideramos a nosotros mismos clase media. ¿Quién se va a considerar clase baja, si el que más y el que menos tiene un techo, un trabajo, puede tomar unas cañas con los amigos y llevar al niño a extraescolares? Podríamos encontrar un componente psicológico autocomplaciente en esa percepción propia: estando situado en la clase media, uno ha hecho lo correcto. Se ha esforzado lo suficiente como para estar bien posicionado, por encima de la situación de pobreza. Uno se ha movido o, al menos, se ha mantenido. Pero sin ser el niño de papá que ha heredado una empresa, ni el que se ha enriquecido injustamente explotando a otros o el que ha sido un trepa. Tampoco un paria sin recursos ni cultura. Uno no es un holgazán, pero tampoco es un bellaco. Está justo donde debe, justo en el medio exacto. En la virtud. Pero paradójicamente no podemos estar todos ahí. Necesitamos que los otros conjuntos no estén vacíos para que la clase media exista. Si esta sociedad no hay ricos y no hay pobres, sin clase media y baja, no hay un punto medio entre ambos grupos. No hay clase media. Luego, aunque todos nos percibamos como tal, no todos lo somos.

Definiciones triviales

El sociólogo estadounidense Erik Olin Wright establecía un agrupamiento por clases de la sociedad en el que una definición de clase media sería aquella que identifica a las personas con suficiente educación e ingresos como para participar plenamente en la vida en sociedad. La clase alta sería la que componen los individuos con riqueza, ingresos, nivel cultural y relaciones sociales que les permiten vivir separados del resto. La clase baja la compondrían aquellos que carecen de los recursos educativos, culturales y económicos básicos para vivir con seguridad por encima del umbral de la pobreza. «Desde el punto de vista económico», explica el economista Carlos Rodríguez Braun, «no hay, en realidad, más que definiciones triviales. La clase media es, en los países desarrollados, la gran mayoría de la población. Y es que esa es una de las marcas del progreso económico precisamente: la extensión de la clase media. La ridiculez expresada por Sánchez de diferenciar la clase media y los trabajadores no es más que una herencia cochambrosa de la noción de la lucha de clases marxista. La paradoja es que la fiscalidad descansa sobre la clase media, ya que son la mayor parte de los contribuyentes, pero, además, la castiga especialmente. Al contrario de lo que se piensa, los impuestos castigan, no a los ricos, sino a los que quieren serlo. Está pensada específicamente para quitarle dinero a la gente que está en la mitad, a la mayoría de la población, y al mismo tiempo para dificultar que la clase media pueda prosperar. La progresividad no castiga al millonario. Si tú tienes un millón de euros y ganas cien mil más, esa fiscalidad seguirá siendo la misma. Porque el rico ya está en el tramo máximo del impuesto de la renta. En cambio, si ganas treinta y pasas a ganar sesenta, ahí es donde se castiga».
«Yo tampoco sé qué es la clase media», comenta el profesor e investigador Ángel Fornieles, doctor europeo en Derecho Tributario Europeo. «En el Antiguo Régimen era más fácil distinguir entre clases, pues era una cuestión de estatuto: derechos y deberes diferentes. Ahora parece más una cuestión de capacidad económica individual en el conjunto de la sociedad. He visto a personas ir a trabajar en bicicleta a las 5 de la mañana a los invernaderos y niños con fiebre pedir en el colegio que no los manden a casa porque, si no, no van al comedor y ese día no comen. Y he visto a otras personas mandar su avión privado a recoger a otra persona que les va a ayudar a comprar un edificio entero en el barrio más caro de Madrid, no porque le sea rentable, sino porque le gusta. Eso me hace pensar que quizá hoy la “clase media” son quienes tienen que elegir. La “clase baja”, por su parte, no puede y la “clase alta” no lo necesita. Y nuestra clase (así como nuestra posición dentro de la clase) se define, entonces, por posibilidad de elección sobre nuestras necesidades y deseos. Se podría pensar que lo descrito es injusto, pero tales consideraciones serían inútiles y absurdas: lo que hay que perseguir más bien es que todos tengan la oportunidad de elegir, al menos en lo más básico. Conseguido eso, si algunos no lo necesitan, mejor para ellos (y muy probablemente para el resto de la sociedad). Cómo se consigue ese fin se trata ya de otra historia. La llamada izquierda le ha ganado el discurso a la llamada derecha: se confunde fin con medio. Que se persiga o se diga (a gritos) perseguir ese fin no significa que se tenga el medio idóneo para hacerlo. Y desde esa perspectiva, más que clase media, debiera ser clase «modal»: la más numerosa. Lo ideal sería que todos estuviéramos en condición de no elegir. No obstante, los recursos son limitados, el sistema de producción es imperfecto y la capacidad de crear nuevas necesidades y deseos en el ser humano tiende al infinito».

Tendencia al equilibrio

El verdadero problema de la clase media y los desequilibrios de la economía, pues, sería confundir riqueza con dinero, «pero el dinero es, entre otras cosas, la medida actual del precio (que no el valor) de las cosas», explica Fornieles. «La economía tiende siempre al equilibrio. Inundar la economía de dinero no es hacer más ricas a las personas, sino desequilibrar la economía: si se produce lo mismo, existen las mismas necesidades y se aumenta la cantidad de dinero; se está produciendo un desequilibrio que se reajusta mediante inflación. Lo extraño no es que hoy haya inflación cercana a los dos dígitos, lo extraño es que no hubiera llegado antes. Se culpa a la condenable invasión de Ucrania, pero ya había síntomas mucho antes. La guerra solo ha sido un estimulador más, por más que muy importante. Sin ella, también habría habido inflación. Y claro, los reequilibrios económicos suelen ser abruptos y muy difíciles de controlar. Eso es lo que pasa ahora. Como, además, este reequilibrio llega antes de que el desequilibrio causante hubiera tenido efectos en la “clase baja” (aumento también de la cuantía monetaria), se hace aún más terrible. Unido además a una enorme deuda pública a la que la inflación le viene como agua de mayo, a quien se hace sufrir más es a la llamada clase media: eso sí, a costa de pasar a muchos de sus miembros a la llamada clase baja». Más desequilibrio y, por lo tanto, más riesgo de que la clase media deje de ser clase modal.