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Edu Galán: «La democracia se está externalizando en multinacionales»

En su nuevo ensayo, «La máscara moral», saca a relucir las hipocresías de una sociedad que vive pendiente de lo que piensan los demás

El escritor Edu Galán publica “La Máscara Moral”
El escritor Edu Galán publica “La Máscara Moral”Alberto R. RoldánLa Razón

Hace tiempo que Edu Galán sospecha de ciertos comportamientos, solidaridades y sentimentalismos que se han extendido en nuestra sociedad. Si hay que llevar traje, él es de los que prefiere hacérselo a medida y que no venga nadie a cortárselo. Por eso ha sometido a examen estas actitudes en «La máscara moral» (Debate), un libro no apto para personas con alma infantil.

¿Vivimos una tiranía de las apariencias?

No sé si tiranía, porque eso implicaría un tirano y aquí, más bien, los tiranos somos nosotros, que nos imponemos como tiranía. Pero la sensación es como si vivieras bajo el control de un Dr. No, porque existe una autoobservación moral y física sobre nuestros cuerpos y sobre la forma de comportarnos respecto a la moral de quienes nos miran. Esto crea un estado psicológico propio de los habitantes de una tiranía. Los sentimientos más comunes son la ansiedad, el miedo o la vergüenza. Por eso los ansiolíticos se han disparado. Se pide a las personas algo imposible, como ser moral todo el rato, mostrar su vida privada también todo el rato y transformar cualquier acción en algo moral. Incluso beber agua en un plástico es moralmente inferior a beberla en un cartón. Esto crea ansiedad en cuanto a «cómo me estarán percibiendo». En lugar de entender qué está pasando, la sociedad nos encarrila hacia la medicación.

Si vendemos una imagen, no hay autenticidad.

Somos auténticos vendiendo esa imagen. La autenticidad no existe. Lo que haces en esta sociedad auténticamente es vender tu imagen, no porque te salga de dentro, sino porque estás enclavado en el sistema, que exige una exhibición física y moral. Es una exhibición permanente y espuria. El problema es que esta exposición pública requiere unos contenidos físicos y morales continuos y establece una dinámica de comunicación que es insana.

¿Lo que tenemos es moral o postureo?

Ahora tenemos unas exhibiciones morales vacuas. Tiene que ver más con el postureo y la exhibición momentánea, donde la persona con un hashtag se pone a favor de una moral. Se conduce en el mundo sin ningún compromiso ni otra preocupación que el propio hashtag. Esto desnaturaliza la moral y coloca a la persona en un lugar extraño, donde las herramientas para comunicarse están descarriladas, y eso no sale gratis, porque la moral no está hecha para eso.

¿Por?

La moralidad requiere un trabajo. Si eres honesto debes cumplir con determinados ritos y compromisos. La moral católica te pide ir a misa de doce. Un ejemplo perfecto sería Íñigo Onieva. Nadie diría que él sigue una moral católica de dogma, pero él cree que yendo a misa de doce y sacando fotos saliendo de la iglesia, lo es. Cree que esa moral se adquiere por píxeles. Es el píxel el que da validad a la moral católica. Pero esta moral exige otras cosas. El asunto es que queremos el fin, no los medios, que se nos perciba como morales. Pero cuando rascas a esas personas, te das cuenta de que lo que hay es un enano, no el Mago de Oz.

Estamos pendientes de los demás.

Vivimos en morales contrapuestas. Es como los mafiosos, que conviven con la moral propia de la mafia, donde la falta de respeto a tu mujer requiere una «vendetta», pero a la vez asumen la moral católica que dice: «No matarás». La mente humana es extraordinaria. Hay gente que se apunta al movimiento Black Lives Matter sin haber pasado por Alabama y al mismo tiempo esa persona no da de alta en la Seguridad Social a la empleada de Senegal. Este libro saca a la luz esto. Si eres un hipócrita, al menos que lo seas conscientemente, como hacen los políticos, que viven muy bien así y no van al psicólogo en exceso. Si lo eres, sé adulto y acéptalo.

Tenemos una moral «bienqueda»

Hemos creado una moral «bienqueda», pero respecto a algo. Para definirse tiene que señalar a alguien que lo hace mal. Siempre que hay bien, hay mal. Es una moral «bienqueda» también por otro motivo: sirve para sentirse moralmente superior a otros y poder señalar a lo que consideras que es malo.

¿Quién dicta esa moral?

Nos la están imponiendo determinadas multinacionales. Son ellas las que nos la imponen de la manera que nos gustaría que nos la impongan. Puestos a imponer, aceptamos que sea así. No es una relación del faraón con los esclavos; es una relación de dialéctica. Al que se le imponen las cosas está feliz de que existe el que las impone y el que impone, lo hace según lo que demanda al que se le imponen las cosas. Al ser una dialéctica, las cosas se complican. La persona que se somete acepta de buen grado al que somete y pide más. Esto obliga entender el medio, que es de lo que va este ensayo. Lo que pasa es que las herramientas que se crearon hace 30 años y se masificaron hace diez, han cambiado a todos los que las usamos, la sociedad. Me refiero a la mercadotecnia y las redes sociales. Es difícil señalar a una persona como culpable. Estamos en una dinámica de mercado donde se ha hecho creer al sujeto individual, al chaval que crece en Dos Hermanas, que es el centro del universo. A ese chaval lo están sometiendo, pero está feliz de ser sometido, porque le crean la ilusión de que es único, es el centro del universo. Por eso tenemos una sociedad de atención al cliente. Le hacen pensar a uno que, si quiere que se haga la luz, la luz se hace... y eso es mentira, es una ilusión. La sociedad de mercado nos ha hecho creer que somos únicos y que a través de los productos que compramos, demostramos esa autenticidad que llevamos dentro, pero es mentira. Es muy raro que se sientan únicos 100.000 adultos o jóvenes exactamente con la misma ropa, los mismos móviles, las mismas formas de comunicarnos y las mismas pastillas para aplacar que no eres único y que el mundo te va a arrasar, como nos arrasa a todos.

¿Moral de mercado?

El título de este libro iba a ser «moralotecnia», pero la idea de máscara me llamaba más la atención. No solo es que tuviésemos principios. En la antigüedad había morales que exigían determinado compromiso con lo que pedían. Desde ser caritativos con los pobres hasta meter un hachazo al enemigo. Las morales no se imponen muchas veces porque unas sean mejores a las otras. Muchas veces se imponen porque no hay un Estado de por medio y existe alguien que tiene armas. La moral correcta en Irán es la de las mujeres de Irán, pero la moral que se impone es la teocrática del Estado de Irán porque tiene a la Policía. Esta idea de que la gente va a ver una moral democrática, porque es buena y se va a poder cambiar, es muy naif. Los cambios y peleas entre morales son difíciles porque requieren compromiso. Cuando esta moral se usa sin sentido, cuando cualquiera escribe el hashtag «stop cáncer» y cree que lo está curando, tenemos un problema. El cáncer no se cura con un hashtag. Vivimos una sociedad cándida, como las religiones pintan poco, las personas creen en «Cuartos Milenios».

¿Cómo influye esto en la democracia?

(resopla). La democracia requiere de un tipo de Estado, un Estado democrático. Tengo la sensación de que la democracia se está externalizando. La democracia se está externalizando en multinacionales donde te crean la ilusión de que cambias las cosas, que, con dar a un botón, votas. Y se vota todo. Te dan un refuerzo instantáneo, «likes», te dan los mejores filtros para que parezcas lo más guapo posible, cosa que no hacen los que te sacan la foto para el DNI, que cuando te sacan la foto sales siempre feo porque, claro, la Policía quiere que seas reconocible por si cometes una tropelía...Es que el Estado y la democracia son muy pocos atractivos para los niños, porque los niños son de «lo quiero ahora, ya». La democracia se vota cada cuatro, tienes que atender a los políticos, seguir lo que ocurre y continuar con tu vida personal... y entonces... la democracia ha perdido.

Y ahí juegan bien los populismos.

Los populismos son multinacionales del voto. Son empresas del voto, no son partidos políticos. Esto se ve en los dos populismos claros que tenemos: Vox y Podemos, aunque es aplicable a todos. Es maravilloso Ciudadanos, otra multinacional del voto. Estos ahora abren y cierran oficinas. He leído que hay un liquidador de oficinas de Ciudadanos. Esto es propio de las empresas cuando les va mal... Es inédito. Los populismos son compañías hipócritas, más de “marketing” que de acción política. De ahí que sus votantes me odien. Soy feliz cada vez que uno de Vox o Podemos me insulta, porque ellos representan todo lo que está mal en la democracia... aunque me reconozco como un perdedor porque tampoco en los partidos tradicionales está la respuesta a todo. Pero esto me preocupa mucho. Cuando empiezas a llamar al líder político por el nombre de pila, vamos mal. Santiago, Irene, Pablo... vamos muy mal... Mientras digan Feijóo y Sánchez, voy tranquilo. El día que digan Alberto y Pedro, me pondré de manos...