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“Cabeza y corazón”: Ainhoa Andraka y Zuri Goikoetxea hacen de la cámara la sexta mujer en pista

El documental, presentado en el Festival de Cine de Gijón, se adentra en el núcleo de la selección española de baloncesto sobre ruedas ante la oportunidad de volver a una cita paralímpica
DOXA PROD.
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Y, de repente, la cancha. En “Cabeza y corazón”, el documental dirigido por Ainhoa Andraka y Zuri Goikoetxea que se presenta estos días en el Festival de Cine de Gijón, el espectador es invitado, de forma implícita y sin gestos alharaquientos al seno de la selección femenina de baloncesto sobre ruedas. El contexto termina inundando el relato por goteo, de manera sutil y nada condescendiente, pero lo importante ahí son las vidas, las canastas y los anhelos de un grupo de mujeres con la historia por meta. No se trata de crear un drama deportivo basándose en la tensión, aunque por momentos uno pareciera ser testigo de una adaptación lírica y palpable de “Un domingo cualquiera”; y tampoco hay en el documental una pulsión integral de adaptación temática, puesto que sus directoras se sitúan a la altura -literal- del relato y narran para un espectador que, aunque prejuiciado, presumen inteligente. En suma, y desde la no ficción, Andraka y Goikoetxea ponen la cámara donde pocas veces ha estado, para levantar una película brava y aguerrida en la que el deporte casi es la excusa.
“El germen de la película, en realidad, nace hace unos quince años. Yo trabajaba de noche en un medio de comunicación y siempre hablaba con un compañero, Víctor, a través del interfono”, comienza el relato Andraka sobre el origen de “Cabeza y Corazón”. Y sigue: “Ninguno se podía mover del puesto, por lo que no nos habíamos visto nunca. Yo le hablaba de cine documental, que era lo que estaba estudiando, y él me hablaba de baloncesto. Nos hicimos amigos y un día, por fin, nos vimos. Ahí supe que tenía la espina bífida y que iba en silla de ruedas. Y, claro, eso me hizo pensar en si mi acercamiento a él hubiera sido el mismo de saberlo desde el principio. Hasta qué punto mis propios prejuicios me habrían influenciado”, cuenta la co-directora, que en ese momento empezó a darle forma a un documental distinto, intentando que aquel interfono pudiera transcribirse a la experiencia del espectador.
Un objetivo común
Sin embargo, ese intento de eliminación de barreras a través de la silla no terminó de cuajar, se convirtió en un “proyecto fallido”, según explica la propia Andraka. Años después conocería en Doxa, la productora de no ficción en la que trabajan y que antes nos ha traído “Meseta” o “Fantasía”, a Goikoetxea, con la que compartió aquellas filmaciones y comenzó a creer en los cimientos que luego darían forma a “Cabeza y Corazón”. “Empecé a ver a aquellos mini-DV, esas cintas, de una forma casi obsesiva. Era muy noble cómo Ainhoa se había acercado al baloncesto sobre ruedas. Creo que había una intención ahí que me motivó a intentar entender la discapacidad de otra forma”, añade la realizadora, antes de completar: “Habían pasado ya diez años desde las grabaciones y justo, 24 años después de los Juegos Olímpicos de Barcelona, la selección tenía la oportunidad de volver a una cita mundial. Fue un momento perfecto, y así es como nos lanzamos al documental”.
Así, “Cabeza y corazón” comienza casi directamente en Hamburgo, donde la selección femenina de baloncesto sobre ruedas comienza su participación en el mundial ante Holanda, quizá la mejor escuadra de la escena mundial. Hasta allí viajaron las directoras del documental, todavía sin la financiación ni mucho menos cerrada y teniendo que lidiar, por ejemplo, con las restricciones en materia de derechos televisivos que implicaba filmar en una cita mundialista. Con ese panorama, cabe la pregunta casi en términos industriales: ¿Qué tan loco hay que estar para rodar un documental en el contexto actual? “Tenemos años de experiencia como productoras o montadoras, pero es nuestra primera película como directoras. Era complicado, aunque sí teníamos claros varios principios. Quizá el más importante era que lo deportivo, lo estrictamente ceñido a los partidos no nos interesaba. Por eso, ya desde el principio, tuvimos claro que rodaríamos esa acción en cámara lenta. Como también ayudándonos de ese pequeño momento de aislamiento en la cabeza de cada jugadora que se produce al entrar en la cancha”, cuenta Goikoetxea aportando luz sobre el inteligente tono que adopta el filme.
A su lado, Andraka aclara la intencionalidad del documental para con las historias humanas, esos testimonios que se suceden en primera persona y sin la condescendencia argumental de un narrador que pudiera ejercer, quizá, de “gatekeeper” ante una realidad desconocida para la gran mayoría de los espectadores: “Las chicas acapararon todo el espacio del documental. Lo fueron consumiendo, en el mejor sentido de la palabra”, y añade, sobre el tono realista, entre lo costumbrista y el cine de acciones (aunque, por momentos, también de acción): “Quizá por el trabajo que ya habíamos hecho antes, porque llegábamos informadas y no sería el enésimo reportaje al que sí están acostumbradas, las chicas de la selección cogieron mucha confianza con nosotras. Nos interesaba mucho el cine directo, lo artesano. Y ahí estaba esa historia, la de un grupo de mujeres, cada una con un origen y en un momento vital distinto, luchando por un objetivo común”.
Y es ahí precisamente donde radica la clave del triunfo que termina siendo “Cabeza y Corazón”, en utilizar la cancha casi como un lugar de respiro, de agitación y liberación violenta de emociones, de convertir, en definitiva, a la cámara en la sexta mujer en pista. Lo real, al final, está en esos testimonios de compartir habitación en el hotel, los de ir a comprar suavizante a un supermercado alemán o los que simplemente explican una lesión en términos médicos. La verdad, al fin y al cabo, que busca cualquier documental cimentado sobre la no ficción. Aquí es, incluso, una cuestión estética, como explican sus directoras: “Queríamos que quien viera el documental pudiera reconocerse, incluso, en realidades muy lejos de la suya. Por eso nos subimos también a la silla a filmar, a rodar desde una altura que es consciente en términos éticos pero también en los prácticos”, explican Goikoetxea y Andraka, contentas por la exposición que les brinda una cita como el Festival de Cine de Gijón, pero alerta respecto a la situación comercial de filmes como el suyo: “No es tanto una cuestión de separar entre el documental de autor o el más visto, el que está en las plataformas y casi siempre tiene forma de true crime, se trata de acercar, al menos en nuestras películas, ambas pulsiones, ambas formas para llegar al mayor número de espectadores posible”.