No hay pokémons para la España vaciada
En el documental “Meseta”, el director Juan Palacios vuelve al pueblo de sus abuelos para reflexionar sobre la despoblación rural desde el prisma del costumbrismo
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Dos hermanas, que se mueven entre el principio y el final de la adolescencia, caminan por un secarral atentas a su teléfono móvil. No parecen encontrar lo que buscan. Se detienen. En efecto, no parece que vaya a haber muchos pokémons en mitad de la nada. Se entiende que a los desarrolladores del juego que las tiene enganchadas no les interesa generar una comunidad en una comarca perdida de Zamora.
La historia, tragicómica pero cierta, es una de las varias que dan forma a «Meseta», el nuevo documental de Juan Palacios que se estrena este viernes en salas de todo el país. El director, que viene de recibir la mención especial del jurado en el festival CPH:DOX de Dinamarca (uno de los cinco grandes del género), cuenta que la película nace de esa pulsión inocente del pueblo como «lugar de libertad al que te llevaban tus padres, te soltaban y eras feliz durante los siguientes tres meses», explica antes de matizar: «Pero eso es una ilusión, porque si analizas la realidad en el pueblo de mi familia no hay nadie menor de 16 años. Son casi dos décadas sin que nazca nadie».
Muy inteligentemente, el fantasma de la despoblación en lo que hemos convenido en llamar «España vaciada», va más allá de la casi completa ausencia de niños en las variopintas postales del filme: «¿Cuál es el futuro de un lugar así? ¿Cómo es para mis abuelos ver morir el pueblo delante de sus ojos?», se pregunta el realizador.
En su película, silente y sosegada, ese tipo de cuestiones se clavan como puñales en la memoria de los pueblos desiertos y en sus habitantes, ya vetustos, que lidian como pueden con las vicisitudes de verse sumergidos en ese donut geográfico gigante que está tan lejos de la industria como del turismo. A la sazón, un pescador de río relata cómo se echó una novia paraguaya por Internet o una pareja de pastores debate sobre los titulares de una revista del corazón mientras sueña con visitar París y Londres.
«Me interesaba que los personajes se reinterpretaran a sí mismos, que vivieran su propia realidad pero sin proporcionales pautas sobre lo que queríamos contar», explica Palacios, que se sirve de una especie de realismo mágico para sacar la película, por momentos, de la tragedia. Y sigue: «La película empieza con una fotografía en blanco y negro, que no es más que el primer mapeo que se hizo de la meseta por parte de los americanos durante la Guerra Fría. Yo creo que es en ese momento en el que la meseta se convierte en algo abstracto y distante del desarrollismo de Franco y que, poco a poco, se va a ir quedando en un recuerdo. Siempre decía que la esencia de España estaba en los pueblos, pero cuando llegó al poder les dio la espalda».
Más allá del análisis de las causas, el documental de Palacios es una especie de foto fija sobre las consecuencias humanas del desastre lento: es tan importante llevar wi-fi como no dejar que se pierdan las leyendas del bosque y, de hecho, ambas cosas se dan la mano. Eso sí, el director avisa: «No nos podemos quedar en la ensoñación del pueblo como regreso, porque de esa manera el único resultado sera el de una profunda decepción».