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Libros

Alcohol, sexo y drogas: Easton Ellis vuelve a las andadas

El siempre polémico autor de «American Psycho» publica «Los destrozos», precuela de su primer libro y una de sus mejores obras hasta la fecha

Gonzalo Perez. 27/9/10. Easton Ellis, escritor
Easton Ellis, un escritor que vuelve a crear polémica con un librogonzalo perezLa Razón

«Un libro, una novela, es un sueño que pide ser escrito igual que uno se enamora: el sueño se vuelve irresistible, es imposible hacer nada al respecto», se lee en la primera página de «Los destrozos», la nueva novela del escritor estadounidense Bret Easton Ellis después de trece años sin publicar. Una de las mejores novelas de Ellis, extensa y profunda, de más de seiscientas páginas, que transcurre a finales de los años ochenta en la ciudad de Los Ángeles y cuya línea argumental es la presencia de un asesino en serie que andaba por ahí en aquella época, aunque el asesino en serie, en cualquier caso, no lo es todo. O no es, al menos, el centro neurálgico de la novela. Lejos ya del universo que pintó en aquellas sus primeras novelas, como «Menos que cero», «Las leyes de la atracción» o la conocidísima «American Psycho», que lo lanzaron a la cima de la fama como el «enfant terrible» de las letras americanas, el escritor nacido en Los Ángeles en 1964 viene, desde hace algunos libros y años, decantándose por una literatura de corte más bien autobiográfico, aunque sin renegar de los recursos que ofrece la ficción y dando muestras de una imaginación desbordante, exuberante, para componer, según su mirada, el mundo que lo rodea.

En esta novela del escritor hay asesinatos, música, cocaína, Valium, riqueza, marcas y cine

Así lo hizo, por ejemplo, en sus dos anteriores libros, «Lunar Park», donde la realidad y la ficción, e incluso la metaficción, se confunden con el trazo autobiográfico que envuelve la historia, y «Suites imperiales», en el que revisita a aquellos adolescentes que andaban sin timón y a la deriva en «Menos que cero» pero veinticinco años después. Dos novelas, en definitiva, en las que Ellis no se interesaba tanto por hundir su pluma y retratar un oscuro príncipe de las tinieblas, sino en mostrar, a corazón abierto, sin escapar al sentimiento o a la emoción, las tinieblas que habitaban su alma de escritor.

Pero una novela, advierte Bret Easton Ellis en el prólogo de «Los destrozos», no tiene mucho que ver con una trama ni con un principio ni un final ni tampoco con una autobiografía. Una novela, repite, es «un sueño que pide ser escrito» y ser escrito, además, de la misma manera en que uno se enamora: irresistiblemente. Ese sueño, en «Los destrozos», tiene por escenario la prestigiosa escuela de Buckley en Los Ángeles, adonde concurren Bret, el narrador de la novela, y muchos de sus amigos que, además, son compañeros que están a punto de comenzar su último año de instituto.

Es la víspera del otoño de 1981. Bret, un chico rico y triste, está solo en su casa de Mulholland Drive. Sus padres se han ido de viaje a Europa y tiene todo a su merced: una empleada doméstica latina que le hace la comida, un perro que le hace compañía y drogas a placer: pastillas de Valium que le roba a su madre, cocaína, marihuana. Tiene diecisiete años, pero ya se siente un escritor: lee con pasión a Joan Didion y a Stephen King y escribe una novela que lleva por título «Menos que cero».

Ricos y tristes

Sus amigos son también adolescentes ricos y tristes que andan, como Bret, a la deriva. Están la pareja que forman Susan, la reina de la belleza y la más guapa del instituto, y Thom, estrella del equipo de fútbol, y también Debbie, su novia, hija de un rico productor de cine y homosexual reprimido y de una madre alcohólica, y aficionada a los caballos, a la buena vida y a la cocaína. Hay, además, otros dos amigos y compañeros de clase: Matt y Ryan, con los que Bret ha tenido relaciones íntimas. Y Robert Mallory, un chico nuevo con un pasado misterioso y que llega a Buckley justo en el momento en que en la ciudad hay un asesino en serie al que la Prensa ha apodado «El arrastrero».

Obsesionado con él, con Robert, Bret comienza a preguntarse si el nuevo compañero no tendrá relación con los crímenes, que están rodeados, además, de un aura tenebrosa: el asesino entra en las casas, cambia los muebles de lugar y, si hay mascotas, hace algo con ellas. Pero Bret, también, no deja de preguntarse si esa obsesión por Robert no tendrá que ver con su alma de escritor y, también, por las drogas que toma a raudales.

En ese sentido, Bret comprende que quizá, en el fondo, él no es tan distinto a Robert. Él también, tal vez, lleva una máscara, como todo el mundo, para vivir en un universo de fantasía, algo superficial, en el que cada cual cumple su papel y esconde y vive en privado, en lo prohibido, lo que considera esencial. Así, lo que Bret comienza a preguntarse es si él, en realidad, no será como Robert: alguien que parece inocente pero que no lo es tanto como lo parece.

«Los destrozos», en todo caso, es una novela escrita desde la distancia, muy lejos en el tiempo, pero sobre lo que Ellis imagina muchos años después, cuando, a raíz de unos acontecimientos fortuitos, el encuentro con una mujer en la calle, por ejemplo, comienza a atar cabos y a preguntarse si aquellos asesinatos no tenían algo que ver con Robert o si eso, en realidad, no era más que un producto de su imaginación, de su nostalgia por una época en la que era un escritor en ciernes y a la que, años después, regresa como en un sueño que también tiene parte de pesadilla.

Libertad y libertinaje

El entorno, así, parece abarcarlo todo dentro de ese sueño. Hay bandas y hay canciones y hay música pop que Bret escucha en casetes mientras conduce su Mercedes 450 SL o su Jaguar XJ6 por las autopistas de Los Ángeles con el cabello al viento y hay libros que devora con placer y películas que mira una y otra vez y un deseo constante de vivir la cultura como si de una religión se tratara. De todos modos, detrás de esa nostalgia por una época pasada, Bret Easton Ellis ofrece una mirada que no deja ser profundamente satírica y algo triste, desencantada, de aquella cultura de libertad y libertinaje pero cuya contracara era la máscara de la hipocresía y de la correcta vida sexual.

Pero no sólo aparecen aquellos adolescentes retratados en «Menos que cero», sino también los adultos que supuestamente estaban a su cargo, un señor algo mayor que ofrece sexo a los jóvenes a cambio de drogas, unos padres ausentes que intentan seducir a los amigos de sus hijos, otros que ahogan su frustración en el alcohol o que no consiguen salir del armario en el que viven hipócritamente. La única opción de Bret, con una mirada entre cínica y desoladora, no sólo sobre los otros, sino también sobre sí mismo, sobre alguien que no deja de evaluar sexualmente a quienes lo rodean, es la cultura, el entretenimiento: una actitud estética ante una vida que puede vivirse como si se estuviera dentro de una película. O de un sueño.

Los fans de sus primeras novelas no echarán de menos las señales que han marcado los inicios de su literatura, con mucho de asesinato, música, cocaína, Valium, riqueza, marcas, cine, aunque los otros lectores, los interesados en la vida y en la mirada algo más sosegada del escritor sobre su propia biografía, encontrarán una novela profunda, cruel pero emotiva, y escrita como se escribe un sueño: con una imaginación desbordante y audaz en la que este, por momentos, puede volverse una pesadilla. Como la vida misma.