Joan Didion, memorias de la chica de la Coca-Cola fría
Se publica «De donde soy», un ensayo memorialístico sobre su familia y de cómo la geografía moldea al hombre
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Cuando Camilo José Cela tomó los desabrigados caminos de la Alcarria llevaba en su mochila literaria el bagaje de varias generaciones de escritores, como Azorín o Unamuno, reconocidos viajeros de la Península Ibérica, pero también la enseñanza, ya aventada por José Ortega y Gasset y la Institución Libre de Enseñanza, que asentaba que para conocer a los habitantes de un país antes había que conocer su territorio.
Joan Didion, californiana embozada en enormes soledades y silencios, logró conciliar el aspecto menudo que desprendía su elegante delgadez de cristal con una mirada de reflejos intensos que daba cuenta de las diferentes tectónicas que armaban su suelo intelectual. La escritora vivió en su plenitud esa época de derrumbamientos y erosiones de principios y de ideas que fueron los sesenta y los setenta, desde el escándalo que trajeron consigo los The Doors y demás roqueros de semejantes alcurnias, hasta los crímenes que sacudieron Cielo Drive, cuando la locura de Charles Manson incitó a convertir el cuerpo de Sharon Tate en un altar sangriento.
Joan Didion, una de esas autoras que rehuía madrugar, se levantaba de la cama tarde, desayunaba Coca-Cola fría y utilizaba gafas de sol, no solo como gafas de sol, sino casi como un cimiento o complemento de la personalidad, revolucionó la literatura con una ensayística versátil y original que aspiraba a hacer lo que suele intentar a menudo la novela: recoger los distintos temores y temblores de su tiempo, tratar de comprenderlos y dar exacto testimonio de ellos.
Sus obras enmarcadas dentro de este género, siempre de compleja y difícil talla, analizaban la época y las distintas disoluciones y paradigmas que traían consigo. Y, con ese mismo carácter explorador y de aventura literaria (y de pensamiento), abordó los orígenes de su familia en «De donde soy», una suerte de memoria que discurre por vericuetos infrecuentes y cuya lucidez proviene de unos hontanares imprevistos.
De dolor y luto
La celebridad de «El año del pensamiento mágico» ha vinculado a Joan Didion con la literatura del dolor y el luto, aunque es evidente que sus dimensiones son bastante mayores. Pero algo de despedida de espectros, de dejar marchar a los ancestros que te han acompañado en la existencia, asoma en este «De donde soy». Aborda aquí la figura de su madre y es donde recoge la profecía, repetida muy a menudo en semblanzas, documentales y artículos, de que alguna vez también ella publicaría relatos en «Vogue» (lo que logró al final de la universidad). También es donde esboza con acierto el retrato de ese padre congestionado de penas y de una tristeza profunda y evidente como un surco en la tierra.
Joan Didion, con una inteligencia clara, no refiere estos retratos familiares al inicio de la lectura, sino que lo reserva al acabar el texto. Alguno se planteará el motivo de esta extensa digresión. Aunque las respuestas pueden ser muchas, está claro que en ella existía la lúcida intuición de que para entender bien las figuras de su familia, y la de cualquier persona de esa área de Estados Unidos, había que remontarse en el tiempo, volver la mirada a los remotos antepasados, cuando California todavía permanecía como la última frontera de la nación, el territorio era salvaje, los regatos y corrientes, aún sin represas, descendían libres por las trochas y el hombre blanco podía encontrarse con los nativos indios.
El motivo de este auténtico viaje al Oeste es la asunción absoluta por parte de ella de que el carácter del hombre también viene moldeado por el territorio. Joan Didion se embarca en una larga explicación de la geografía y de su colonización por las primeras familias de caravaneros que se adentraron por sus senderos. Este es el origen de un relato donde acaba desplegando su talento para mostrar diferentes aspectos y contradicciones con el fin de sacar la verdadera identidad de los americanos que poblaron y se asentaron en esta área.
Desde London hasta los pandilleros
Esta es la narración intensa, apoyada en testimonios, pasajes históricos, relatos literarios (asoman los nombres de Jack London y William Faulkner), de los pioneros que acudieron allí, de la domesticación de sus recursos hídricos, de la utopía americana que llevan estas familias y el sueño de una tierra de prosperidad y de igualdad, aunque también de la confirmación de una terrible realidad: «La colonización del Oeste, por inevitable que fuera, no había servido de manera uniforme al bien común ni tampoco había beneficiado a todos los niveles».
Didion traza un relato que no es solo histórico, que también es político y económico, y que, con una sutil habilidad, es capaz de enhebrar consigo mismo. Asistimos aquí al nacimiento del recelo, entre estos primeros inmigrantes, ante la inmigración, la discriminación por raza (negros y orientales), la avaricia de las empresas que acaban comprando territorios; la instalación de grandes corporaciones, la difusión de la pobreza, los altercados y rebeliones urbanas, el aumento de pandilleros en las calles. Joan Didion deja la impresión de que hay que deslizarse por todas estas aristas para llegar al alma misma de los californianos.
Ella, que aprendió a nadar en el río Sacramento y a conducir en las proximidades de sus riberas, nos conduce por todos estos vericuetos hasta llegar a reconocer dos de los impulsos que le influyeron a la hora de iniciar esta meditación: cómo las autoridades habían permitido, y hasta animado, la destrucción de la educación pública y el consiguiente incremento de la construcción de cárceles. Es curiosa esta conjunción, como si ella misma aceptara que ningún ideal sale adelante si no existe antes instrucción.