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Museos

Alerta en el Museo Vaticano: Desmayos y agobio

En un reportaje en «The Guardian», varios guías alertan de que de media se producen 10 desmayos diarios en el interior del museo o en las colas, y que no son raros los casos de ataques de pánico y hasta lesiones por las multitudes

Una imagen de la multitud en la Galería de los Mapas del Museo Vaticano, en Roma.
Una imagen de la multitud en la Galería de los Mapas del Museo Vaticano, en Roma.larazon

En un reportaje en «The Guardian», varios guías alertan de que de media se producen 10 desmayos diarios en el interior del museo o en las colas, y que no son raros los casos de ataques de pánico y hasta lesiones por las multitudes.

Comer en restaurantes señeros, pasear por las calles más famosas, quizás ver un musical o un espectáculo y, por supuesto, ir a un museo de prestigio. El turismo masivo tiene en las grandes capitales unos ritos bien establecidos, de los que se benefician los «blockbusters» museísticos, gigantones del arte como el Louvre, la National Gallery o los Museos Vaticanos. Instituciones que son máquinas de ganar dinero a costa de un turista a menudo más interesado en el «selfie» con la obra icónica (sea «La Gioconda» o la Capilla Sixtina) que en una verdadera necesidad de cultivar el alma estética.

Desde que el turismo es esta cosa monolítica y embarazosa que llena nuestras capitales y nos sube el precio de los alquileres, ir de museos se ha convertido en una experiencia más en los paquetes turísticos que contar después a los amigos con grandes hipérboles: «No sabes qué bonita la Capilla Sixtina, estaba a reventar de gente». Cuanta más gente, mejor, pues es síntoma de que lo que ahí allí dentro vale la pena, los 20 euros que te piden a la entrada. Los Museos Vaticanos son la quinta institución más visitada del mundo: atrae a más de 6 millones de personas al año. En los meses de primavera y verano, con toda Roma bullendo de palos «selfies» (por cierto que antes de ayer unas chicas derribaron en un museo de Ekaterimburgo un Dalí con una de estas armas del demonio), las estancias vaticanas son una marea amorfa de gentes, mochilas, cámaras, viseras... Tanto que el museo es consciente de estar al borde del colapso. De morir de éxito.

En un excelente reportaje en «The Guardian», varios guías alertan de que de media se producen 10 desmayos diarios en el interior del museo o en las colas, y que no son raros los casos de ataques de pánico y hasta lesiones por las multitudes. Poco ha pasado para lo que podría, asumen los entrevistados, que recuerdan que en caso de estampida las galerías vaticanas podrían ser una trampa mortal. A eso se suma que solo la Capilla Sixtina cuenta con aire acondicionado; el resto, en verano, puede convertirse en un recorrido agobiante más que en una delicia estética. «Es peligroso para los turistas, el patrimonio y nosotros», asume una guía. Reordenar esta locura es uno de los retos de Barbara Jatta, nombrada directora por el Papa en 2016.

Este año los Museos Vaticanos han suscrito un contrato con la española Indra para maximizar la seguridad y extender el aire acondicionado a las estancias de Rafael y los apartamentos Borgia. Jatta está estudiando limitar a un número concreto los visitantes diarios. No estaría mal tomar medidas antes de que una catástrofe ponga en cuestión, más aún, el modelo de turismo de masas y museos-espectáculo que aqueja a las grandes capitales.