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Filosofía

Alexandre Lacroix: "No se trata de salvar el mundo, sino de salvar tu humanidad en la era de la tecnología"

Alejado de dogmas, se ha convertido en uno de los filósofos más relevantes en la era de la información y ahora presenta «Cómo no ser esclavo del sistema» (Arpa)

Alexandre Lacroix
El filósofo francés Alexandre Lacroix, que presenta nuevo libro © Serge Picard

Alexandre Lacroix (Poitiers, 1975) llegó al mundo cuando Francia cerraba el ciclo de sus «Treinte Glorieuses», las tres décadas de crecimiento ininterrumpido tras el final de la II Guerra Mundial. A partir de entonces todo fue una espiral de cambios y rupturas en la que seguimos inmersos. La caída del Muro dio paso a un milenio de revolución digital que ha modificado nuestro software del pensamiento sin dejarnos tiempo de digestión. Lacroix es el filósofo de moda en Francia porque descifra la encrucijada tecnológica de forma accesible y sin caer en dogmas. Director de la revista mensual «Philosophie Magazine» y profesor en el prestigioso Sciénce-Po, Instituto de Ciencias Políticas de París, es crítico con esa casta de intelectuales tecnófobos y con el «freudporn», ese guión orientado al rendimiento que condena nuestras relaciones sexuales. Ahora publica en España «Cómo no ser un esclavo del sistema» (Arpa) después de habernos enseñado, siempre desde la Filosofía, a «Aprender a hacer el amor».

El duelo, la separación amorosa, las fracturas de nuestra sociedad… ¿De dónde viene este interés por la ruptura que está en el corazón de todas sus obras?

Cuando tenía once años perdí a mi padre en circunstancias trágicas. Se suicidó y descubrí su cadáver. Así que soy una de esas personas que tuvieron que superar el duelo, del que he escrito en dos novelas autobiográficas. Esa experiencia ha influido decisivamente en mis escritos. A causa de este duelo, busco razones para vivir, y por tanto para el contacto con los demás. Por eso he escrito sobre el erotismo, sobre la maravilla de los paisajes o sobre lo que puede dar sentido a la actividad humana en «Cómo no ser esclavo del sistema».

Y, sin embargo, vivimos en una sociedad que emocionalmente no sabe cómo gestionar la ruptura o el duelo, que huye de él o que impone constantemente esa dictadura de «sentirse bien». ¿Esto muestra las carencias de una educación emocional?

En 2012, Reid Hoffman, fundador de LinkedIn, publicó un libro titulado «The Start-up of you» en el que invitaba a todo el mundo a pensar en sí mismo, desde una edad temprana, como una «start-up», una pequeña empresa. En las redes sociales no tienes amigos, tienes socios. Y como cualquier «start-up», necesitas contar con un buen pitch para presentar tus objetivos y demostrar que eres resistente, que puedes convertir los fracasos y contratiempos en oportunidades. Cuando leí este libro me pareció una distopía, un episodio de «Black Mirror». Pero, en realidad, era una profecía que anunciaba la sociedad actual. A mí me gustaría recordarles que la vida humana tiene profundidad emocional, sentimental y metafísica, y que no se puede resumir a un cálculo de intereses.

¿Cómo puede ayudarnos la Filosofía con esta falta de educación emocional?

Nadie sabe exactamente qué es la Filosofía. Fijémonos en los textos de Platón, Kant y Nietzsche. En la forma y en el contenido no se parecen. Sin embargo, lo que tienen en común todas las obras o planteamientos filosóficos es que estimulan el pensamiento en nosotros, que nos dan algo apasionante acerca de lo que pensar. No sé si la Filosofía educa directamente las emociones, pero nos permite tomar perspectiva y llevar una vida más consciente, que no es poco.

Usted cree en la eficacia de las filosofías con una «doctrina ligera». ¿Por qué?

Cuando se quiere proponer una filosofía de acción, una que sirva de guía para la vida, la máxima tiene que ser muy simple. Consideremos la de los epicúreos: «Satisface sólo tus deseos naturales y necesarios». O la de los estoicos: «Preocúpate por lo que depende de ti, y no te preocupes por lo que no depende de ti». Si se te ocurren máximas más complicadas, pareces más inteligente, pero en la práctica serán inaplicables. Por eso, «Cómo no ser un esclavo del sistema» se construye en torno a una máxima muy simple: «Maximiza tu beneficio con ideales limitados». El objetivo es animar a todo el mundo a fijarse, desde el principio, un ideal que corresponda a un deseo profundamente arraigado, pero que no sea simplemente el beneficio o el interés material, y luego a comportarse como un agente económico racional, pero sin renegar del ideal que da sentido a sus días y a su existencia. Para unos, ese ideal será la búsqueda de la belleza, o la protección de la naturaleza, pero también muy a menudo se tratará de tener relaciones de calidad con los demás o de transmitir conocimientos.

La tecnología ha dado un vuelco a nuestras vidas, nuestro «software de pensamiento» se ha modificado. ¿Qué actitud debemos adoptar ante este cambio, resistencia o adaptación?

Muchos intelectuales son tecnófobos: adoptan una postura reaccionaria ante la llegada de las nuevas tecnologías. En Francia tenemos bastantes filósofos anti-smartphones. Me parece una actitud dogmática que no tiene ningún interés. La tecnología está cambiando sustancialmente nuestras vidas. Por ejemplo, ChatGPT llegó este año. Si hago como si ChatGPT no existiera, mis estudiantes me timarían. Así que se me ha ocurrido una solución diferente: cada vez que les pida una redacción o un trabajo, les diré que me den dos copias, una hecha con ChatGPT (para que aprendan a hacer consultas correctas y a utilizar la herramienta) y otra personal. Esto les obligará a preguntarse qué tienen ellos que no tenga una inteligencia artificial. Sin duda, la capacidad de comprometerse con su tema, de decidir sobre dilemas. Por lo que a mí respecta, lo importante es comprender la civilización tecnológica. No tiene sentido condenarla o vivir aislado de ella.

Todavía estamos intentando aprender las lecciones de la pandemia. Durante el covid esperábamos un cambio colectivo hacia un mundo mejor, más solidario, bla,bla,bla...¿Se impuso después algo más mediocre y humano?

Yo diría que el confinamiento ha acentuado una tendencia que ya estaba presente antes: la fusión del trabajo y la vida. En muchas profesiones llevamos nuestras herramientas de producción con nosotros: ordenadores y teléfonos inteligentes. Pero esto significa que tendemos a vivir en constante preocupación y trabajar a todas horas, tardes, fines de semana, vacaciones. Una pregunta interesante: ¿hay momentos en los que soy algo más que un engranaje del sistema de producción y del sistema de producción y consumo (porque pasar un tiempo viendo Netflix o Instagram sigue siendo consumo)? ¿Puedo reencontrarme a mí mismo y establecer relaciones auténticas con los demás?