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Obituario

Alfonso Ussía: la ironía por castigo

El escritor y columnista fallece a los 78 años dejando atrás una carrera larga en la Prensa

Alfonso Ussía Cristina BejaranoLa Razón

Mordaz, irónico, ácido, sarcástico, cítrico, pícaro, satírico y vitriólico por castigo. Así, y con cien adjetivos más, podría definirse a Alfonso de Ussía Muñoz-Seca, nacido en 1948, segundo hijo de Luis de Ussía y Gavaldá, II conde de los Gaitanes –amigo y protector don Juan en su exilio– y de María de la Asunción Muñoz-Seca y Ariza. Por línea materna, era nieto del dramaturgo Pedro Muñoz Seca; primo del escritor Borja Cardelús; sobrino del teniente general Jaime Milans del Bosch y Ussía, y padre del novelista y columnista Alfonso J. Ussía. El escritor ha fallecido a los 78 años.

El citado maestro lo mismo se inventaba un mote para la mansión de Isabel Preysler —sí, la famosa “villa meona” es de su cuño— que interpretaba al caradura y corrupto doctor Gorroño en el mítico Debate sobre el Estado de la Nación del programa conducido por Luis del Olmo que bordaba una columna… O hacía carreras de bidé con ruedas en la planta de un hotel junto a los añorados Tip, Chumy Chúmez, Summers... Igual caricaturizaba a un decadente señorito andaluz como el marqués de Sotoancho (masterpiece cuya última aventura, después de decenas de títulos como protagonista, La exhumación de papá y el cróquet, publicó con Almuzara) como se permitía llamar “Hope” a Esperanza Aguirre desde los tiempos de juventud en que compartían raqueta, cancha y complicidad.

Hablamos del periodista, escritor, columnista, humorista —si se me permite— que trabajó en Informaciones, "Sábado Gráfico", "Diario 16", "Ya", "Las Provincias", "Litoral" y fue director de "El Cocodrilo", pero sobre todo en "ABC" y "La Razón", donde logró interminables distinciones: el González Ruano y el Mariano de Cavia de periodismo.

Era todo lo dicho, pero también poseía una agógica esmerada, acelerando y ralentizando su discurso para mantener la atención del lector o del oyente. Una pluma, la suya, que no fingía humor: lo invocaba siempre, sin arquitectura de venganza, sino de chanza pura. Fue uno de los primeros page-turner de la década de los noventa, cuando se leía como si no hubiera un mañana, y todo su arte consistía en dos cosas: provocar extrañeza colocando una frase o un concepto en un sitio fuera de lugar, o inventarse la última estupidez nuclear.

Ahora que hablar claro se ha convertido en una guerra de guerrillas contra uno mismo, él no tenía tapujos y soltaba los espumarajos que mejor le convenían contra todo puritano-tonto-del-haba que le viniera bien a su pluma. Pero todo sin venganza; con un humor que invitaba a reflexionar y a provocar la media sonrisa. Como si su máquina de escribir escupiera libremente todos los conceptos con los que él la hubiera ido alimentando a partir del tuétano de su verbo ácido y crítico.

“Querida, tenemos un problema” -me dijo a la treintañera que fui en estas mismas páginas, ante la petición de una entrevista-, “no podemos hacer lo que me pide porque me he enamorado de usted” -prosiguió con marmóreo gesto busterkeatoniano-. Ante mi sobresalto, estalló en una carcajada cósmica para concluir: “¿pero es que no me conoce? Le estoy tomando el pelo”. El resultado fue una de las conversaciones publicadas más divertidas de mi carrera periodística. Porque también sabía ser entrevistado.

Hablamos de sus más de 50 libros y sus veintimuchosmil artículos en casi todas las cabeceras conocidas del país… De su astracanado abuelo don Pedro Muñoz Seca, de su tío Jaime Milans del Bosch y de su primo Borja Cardelús —autor de América Hispánica—. Y, sobre todo, de su etapa radiofónica junto a Antonio Mingote, Luis Sánchez Polack “Tip”, Antonio Ozores, José Luis Coll y Chumy Chúmez. Mucha memoria en el morral de su trayectoria… “demasiada”, repetía.

Subimos a su encantadora casa cerca del Hotel Miguel Ángel, me presentó a su hijo Bosco —gran amigo del genio fallecido cantante Antonio Vega— y hablamos de sus adorados Quevedo, Góngora y Cervantes, y, sobre todo, de la poca importancia que se daba al hablar de sí mismo no como un escritor español, sino como “un español que escribe”, con militancia en lo que cree, compromiso y amor por su país (perdón, él diría España).

Pero no se puede hablar de Ussía sin recordar que su pluma también provocó turbulencias. A lo largo de su extensa trayectoria, no estuvo exento de polémicas que, lejos de restarle carácter, subrayaron su temperamento implacable y su empeño en defender sus ideas sin filtros. En la década de 2020 participó en el libro Memoria histórica, amenaza para la paz en Europa, promovido por Vox y editado por el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos del Parlamento Europeo, junto a autores como Hermann Tertsch y Francisco José Contreras. Mucho antes, sus artículos ya habían suscitado intensos debates: el 23 de abril de 2003 calificó de terroristas a los grupos musicales Su Ta Gar y Soziedad Alkoholika, provocando una gran oleada de críticas. En 2004, el revuelo generado por su texto «El cerdo vasco» marcó su salida de ABC y su incorporación a La Razón, donde sazonó con humor e inteligencia la actualidad durante muchos años. Poco después, en mayo de 2006, un juzgado de Madrid lo condenó a indemnizar al periodista Fernando Delgado por un delito contra el honor, tras publicar un artículo en este periódico en el que lo insultaba y le atribuía expresiones que nunca había pronunciado. De igual modo, el 7 de abril de 2015 perdió un juicio contra Lionel Messi y tampoco le fue mejor en sede judicial con Corinna Larsen, por tildarla de «profesional del sexo, recauchutada o zorrón desorejado»... e incluso fue objeto de sátira por parte de Joaquín Sabina en su Ciento volando de catorce, que le dedicó un soneto. Vamos, que no todo fue un paseo de rosas en el jardín del verbo… pero le iba en el sueldo de su honor decir lo que se le pasaba por la cabeza, fuera contra quien fuera. Sus palabras podían despertar adhesiones y rechazos, provocar risas o indignación, pero nunca pasaban inadvertidas. Como él mismo solía decir: “la peor columna no es la que indigna, sino la que se olvida”. Y nadie podía olvidar las suyas.

Hasta sus últimos días siguió escribiendo —artículos e incluso, me comentan, un nuevo libro— y continuó recibiendo reconocimientos. Entre ellos el que la Comunidad de Madrid le otorgó: el Premio de Cultura 2025 en la categoría de Literatura, un galardón concedido “por el conjunto de una obra que sobresale por su defensa de los valores y principios de la libertad”, porque, no en vano, lleva medio siglo contándonos nuestra propia actualidad…a su manera, como Sinatra.

No cabe la menor duda de que entendió como pocos que somos herramientas del lenguaje cuando el lenguaje empezó siendo nuestra herramienta. Por eso jamás escribió en germanía y era tan incombustible como lenguaraz. Sabía aborrecer como el que ama y amar como el que aborrece, al tiempo que bien podría haber seguido el dictado de Sir Walter Scott cuando dijo que imaginar una vaca con alas es haberla visto. Él no la imaginaba: la veía. Y lograba ese efecto en sus lectores. En definitiva, sabía dejar el humor donde uno podía verlo, hacerlo suyo y reproducirlo en la barra del café más próximo. Porque era alguien a quien poder robar una idea. Sí, el mundo se divide en gente que las tiene y en gente que jamás las tendrá. Él tenía muchas. Para dar y regalar.

Por eso no puso el “huevo” durante mucho tiempo en ningún sitio, sino aquí, allá y acullá. Un periodista “hecho a mano”, que diría Umbral, con textos que tenían su propia cabeza, tórax y extremidades (aunque no se estuviera de acuerdo, aun estándolo). Si leyera este texto volvería a gastarme una broma, pero esta vez no me hablaría de “amor”, sino que aparecería disfrazado de alguno de los personajes a los que dio vida en la radio —Floro Recatado, don Juan Pineda o Jeremías Aguirre— para recordarme, con una risa sideral, que la mejor manera de despedirle es seguir cultivando la risa. Porque Alfonso Ussía nunca escribió para gustar, sino para quedarse. Y lo ha conseguido. Porque el humor es la mentira más honesta que existe, aunque él se marchara sin dar las gracias… pero también sin pedir jamás perdón.