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El alumno de Bayona que enseñó a decir A.C.A.B. a las arañas en "Vermin: la plaga"

El director francés Sébastien Vanicek debuta en el largometraje con "Vermin: la plaga", un fenómeno de espectadores en Francia que mezcla el horror de aracnofobia con el comentario social y de clase
El alumno de Bayona que enseñó a decir A.C.A.B. a las arañas en "Vermin: la plaga"
El alumno de Bayona que enseñó a decir A.C.A.B. a las arañas en "Vermin: la plaga"ADSO FILMS
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Madrid Creada:

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Para encontrar la raíz de la relación entre el cine de terror y el comentario social, acaso espejo deforme de qué nos está pasando, nos solemos ir hasta "La noche de los muertos vivientes" (1968). De manera sutil (para su era), el director George A. Romero se servía de los zombis para establecer un paralelismo entre el horror a lo desconocido y el más ramplón racismo, dominador inequívoco de la vida común americana de su era. En la siguiente década, el subgénero mondo italiano jugaría con nuestra percepción de la realidad (alterándola casi para siempre, en el caso de las noticias) y la aparición de los asesinos en serie -y en secuela-, ya en los ochenta y en Estados Unidos, sería caldo de cultivo de la agenda más conservadora: no al sexo adolescente, no a las drogas recreacionales y no, en general, a la diversión. O te mata Jason. O Freddy. O Leatherface. De alguna manera, el cine adrenalínico siempre nos ha definido mejor que ningún otro, enfrentándonos a nuestros miedos de una manera tangencial. Eso es, precisamente, lo que intenta (con éxito) una película como "Vermin: la plaga", dirigida por el debutante Sébastien Vanicek y que se ha convertido en todo un éxito taquillero en Francia.
De la mano de un joven elenco, liderado por un Théo Christine rubio platino, el realizador se las apaña para narrar una invasión de violentas y venenosas arañas y, a la vez, hablar de los problemas sistemáticos en los suburbios galos. Mirándose en las banlieue de París o Lyon, Vanicek construye inteligentemente un relato sobre la familia elegida, sobre el racismo de la sociedad francesa y sobre una cohesión circunstancial que solo se puede dar en contextos de exclusión social. No en vano, este alumno reconocido de J. A. Bayona salió de esas mismas colmenas suburbiales, conociendo de primera mano todas las problemáticas por las que pasan en el día a día. Sobre su relación con el director de "La sociedad de la nieve", con el que llegó a reunirse, la aracnofobia de su operadora principal de cámara y el primer taquillazo de una carrera que promete, Vanicek, en LA RAZÓN.
"Vermin: la plaga" está protagonizada por Théo Christine, Finnegan Oldfield o Lisa Nyarko
"Vermin: la plaga" está protagonizada por Théo Christine, Finnegan Oldfield o Lisa Nyarko ADSO FILMS
PREGUNTA.-¿Cuándo decidió decantarse por las arañas? No tiene nada que ver con lo que había desarrollado en sus cortometrajes, por ejemplo.
RESPUESTA.-Tenía claro que quería contar una historia de terror, porque todo mi trabajo anterior bebía de historias reales. Todo tenía que ver con vidas normales, no demasiado extraordinarias, así que quería ir al otro extremo. Quería que la gente saliera de la sala habiéndose enfrentado a la mejor experiencia posible en un cine. Mi intención era que la gente saliera removida del cine, y se me ocurrió la metáfora de las arañas. Quería hablar de cómo la gente de los suburbios es percibida en París, y en el resto de Francia, como personas de las que alejarse, simplemente por cómo visten, cómo hablan o cómo lucen, en general. Era un paralelo perfecto, porque no hay insecto más juzgado y estudiado que el de la araña, que nos despierta un prejuicio primitivo, una intención inmediata de acabar con ellas.
-Usted se enorgullece de no venir del mundo nepotista de las escuelas de cine, y con razón, pero, ¿le fue más difícil por ello encontrar el dinero para “Vermin: la plaga”?
-Lo fue, hasta que dejó de serlo. Llevo diez años haciendo cortometrajes en mi tiempo libre, compaginándolo con trabajos de cajero en supermercados o en DisneyLand París, por ejemplo. Con ese dinero y los premios de los cortos he podido ir ahorrando, pero jamás sería suficiente. Eso sí, en 2021 se me dio la oportunidad de hacer varios anuncios y eso me reportó más beneficio. No tanto por el dinero, porque así conocí a Harry Tordjman, mi productor. Es uno de los tipos que más y mejor está buscando otros cines en Francia, así que confié en él. Me preguntó si tenía algo en mente para un largometraje, y así empezamos a desarrollar la película desde una de las escenas, la del pasillo con el temporizador de la luz, que es la que siempre tuve en mente. Quería intensidad, ante todo, pero a él le interesaba más el paralelismo social con los suburbios, y me acabó convenciendo de darle más peso a esa parte de la película. Teníamos un concepto sólido y, además, una tesis, ¿por qué no intentar buscar dinero en serio?
"El auteurismo, en Francia y Europa, muchas veces acaba consumiendo las propuestas, es una cuestión casi nacionalista (...). Poco a poco está cambiando, eso sí, gracias a directores como J. A. Bayona. Me pude reunir con él, gracias a Netflix, y hablamos de “El orfanato”. Él es la prueba viviente de que puedes hacer cine de género, entretenido y, además, hacer un comentario social sobre lo que creas conveniente".Sébastien Vanicek
-¿Y qué hicieron?
-Llegamos a Netflix, a quien le interesó muchísimo la idea. Ahí todo se facilitó mucho, porque con ellos a bordo de la película no teníamos que venderla demasiado. Además, querían llevarla a cines, por lo que no podía pedir mucho más. Diez años de trabajo y dos años de rodaje, doce años para que se vea.
-Si hablamos de cine de terror y comentario social, podemos buscar las raíces de ello hasta “La noche de los muertos vivientes”, pero, ¿cómo le ha dado forma al concepto para no resultar demasiado obvio, para no terminar haciendo un panfleto?
-Tiene que ver con la idiosincrasia francesa. Estamos subyugados al cine de autor, a una idea de cine intelectual que aliena a la mayoría de la población. Muchas veces de manera involuntaria, pero lo hace. Es como si tuvieras que elegir si quieres ser un cineasta burdo o uno pedante, y creo que se puede hacer entretenimiento con un cierto poso, que no esté vacío y siga siendo divertido de ver. Quería una película que a mí me gustase ver en la cartelera y en la sala. Pero el auteurismo, en Francia, muchas veces acaba consumiendo las propuestas, es una cuestión casi nacionalista, como si tuvieras que hacer ese tipo de cine sí o sí. Pero no creo que es algo que me toque contarle a un periodista español, puesto que creo que es algo que pasa en toda Europa. Poco a poco está cambiando, eso sí, gracias a directores como J. A. Bayona. Me pude reunir con él, gracias a Netflix, y hablamos de “El orfanato”. Él es la prueba viviente de que puedes hacer cine de género, entretenido y, además, hacer un comentario social sobre lo que creas conveniente. La idea era hacer una película que se pudiera comentar después de verla, que te exhorta a pensarla, a darle vueltas. Si alguien llamó a su amigo de la infancia después de verla, algo hice bien.
-¿Ha sido complicado rodar con arañas reales?
-No especialmente, porque estoy cómodo entre arañas. No las juzgo por su aspecto. Pero claro, entre mis amigos del equipo, que eran todos, había varios asustados. La primera operadora de cámara, por ejemplo, se tuvo que someter a una sesión de hipnosis para poder rodar. ¡Y funcionó! Yo no lo creía, pero funcionó. A los tres días ya estaba completamente cómoda entre las arañas. Para el final del rodaje, todo el mundo las amaba, porque las había entendido en su extraña belleza. Son criaturas muy delicadas y muy fáciles de entender. Y una cosa que la gente no sabe es que se cansan muy rápido, que después de sus horas de actividad son capaces de quedarse quietas durante horas. Hay que tratarlas bien, y era una preocupación que tuve siempre, quería tratarlas mejor que a los actores, casi, como si fueran niños. Y lo agradecieron, con su interpretación (ríe).
-¿Cómo trabajó el diseño arquitectónico de la película, tan propio y tan rico, en esos pasillos y pisos tan pequeños? Sobre todo por la luz, porque es una de las pocas películas contemporáneas donde, por fin, vemos todo lo que ocurre en las escenas más oscuras…
-Fue la misma pregunta que nos hicimos con el director de fotografía (Alexandre Jamin). Casi toda la película sería a oscuras, así que nos planteamos cómo iluminar la oscuridad. Y, en realidad, todo estaba ya en mi cabeza porque el edificio está recreando el edificio en el que me crie. Lo primero que se me vino a la mente fue que, en un edificio, nunca estarás del todo a oscuras. Siempre se cuela algo por el pasillo o hay luces de emergencia en las escaleras. ¿Por qué íbamos a mentir, entonces? ¿Por qué falsearlo? Así que tiramos de esos puntos de luz, de esos colores que tintan las luces, los naranjas y los verdes, realzándolos de manera un poco más artificial. Así que entre eso y las luces que portan los personajes, las linternas, lo arreglamos para la posproducción. Para que te hagas una idea, casi todas las escenas están rodadas con luz verde o luz roja, que luego desaparece en posproducción, para que se pudieran agregar las arañas digitales con tranquilidad. Pero, como tú, estoy harto del concepto de no enseñar al monstruo porque no hay dinero. Si no tienes dinero, como nos ha enseñado la historia del terror, lo que más tienes que hacer es enseñar al monstruo.