Historia

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Araceli Ezquerro García-Noblejas: «Hemos perdonado y sólo nos limitamos a recordar a los nuestros»

Nieta de Tomás García-Noblejas Quevedo

Araceli Equerro
Araceli Equerrolarazon

La impronta de Tomás García-Noblejas Quevedo es una marca todavía hoy muy presente en su familia. Su nieta, Araceli Ezquerro García-Noblejas, contó como «en casa siempre se ha hablado mucho de él. Todavía recuerdo cuando le decía a mi madre que me aburría y me contestaba que “el abuelo decía que eso no era cosa más que de bobos”. Igual que cuando se rompía una muñeca o un juguete, “eso no le pasa a quien no tiene”, comentaba». Se cumplen ahora –el 4 de diciembre– 80 años de su asesinato en Paracuellos y desde entonces, una vez terminada la guerra, «nunca ha faltado alguien de la familia para llevarle flores o dedicarle una oración en su aniversario».

Es la imagen que hoy conservan los herederos de Tomás García-Noblejas. El relato de un hombre que, contra su voluntad, quedó para siempre ligado a la historia negra de Paracuellos del Jarama. Su vida en Mazanares (Ciudad Real) –donde fue una eminencia– era la de un ingeniero industrial y agricultor que de forma altruista llevó el agua hasta el pueblo. «Una persona sin una vida espectacular, de padre de familia. Eso sí, católico, de orden y muy trabajador», lo define su nieta.

Pero el capítulo, desgraciado, que hace recordar semejante figura comenzó en el otoño del 36, en la casa madrileña que la familia tenía en Claudio Coello, 72. Tal día como ése fueron a buscarle, «sólo ellos saben el motivo». Pero Tomás no estaba, no había llegado todavía, «por lo que se llevaron a sus hijos», recuerda Araceli. «Imagínese el dolor tremendo de ese padre al que le quitan lo que más quiere. Por ello se quedó en su casa a la espera de que fueran a por él». Ocurrió el 15 de noviembre de 1936, cuando se presentaron allí «unos policías nada normales» que llevaban en el coche una pancarta en la que se leía «Los sin Dios». «Mi abuelo no fue político. Simplemente era de Acción Católica y de las Conferencias de San Vicente de Paúl y en Paracuellos hubo, en gran medida, una persecución religiosa», puntualiza.

Una familia dividida

Con los hombres de la familia apresados sin motivo aparente, comenzó el infierno para la saga que había salido de un pueblo de Ciudad Real en busca de una nueva y mejor vida en la capital. Los esfuerzos de los García-Noblejas se concentraban desde este instante en la cárcel de Porlier. Allí estaban todos, o eso intuían. «Mis tíos coincidieron con mi abuelo. No se vieron, pero sabían que estaba ahí porque cuando llamaban para un recuento o vociferaban por la llegada de alguna carta lo escuchaban». A los días, el cabeza de familia fue llevado a Paracuellos para fusilarlo en una de las últimas sacas, mientras que sus hijos se salvaron in extremis, pues, con todo listo para emprender el fatídico mismo camino que su padre, llegó el cambio de caras en el consejero de Orden Público: se fue Santiago Carrillo para dejar sitio a Melchor Rodríguez, con el que se frenaría la matanza de Paracuellos.

Quedaba así dispersada una familia en la que las dos hijas –una de ellas madre de Araceli Ezquerro– tuvieron que irse hasta Vitoria, pasando por Francia, para pasar allí el resto de la guerra sin saber qué había sido de los suyos. Trabajaron de enfermeras en un hospital y en el Ministerio de Justicia con la incógnita de si su padreseguía vivo o no. Sospechaban su muerte por conversaciones que escucharon en las visitas a la cárcel, «pero no tuvimos la certeza hasta que terminó la guerra. Todos los días nos acordamos de mi abuelo Tomás, pero hay que mirar hacia delante. No puede ser que después de 80 años sigan abiertas las heridas del rencor», zanja Araceli.

Por otro lado, con ese apellido resulta inevitable sacar otro tema candente hoy: la retirada de nombres de calles a colación de la ley de memoria histórica. Y aquí Araceli es contundente con los sobrinos de su abuelos, los hermanos García-Noblejas, «unas personas comprometidas, generosas y capaces de dar la vida por todos –explica–. Me parece un disparate que se juegue ahora con esto. Son ganas de remover el pasado. Es increíble que ocho décadas después se siga hablando de una historia que llevamos en el corazón. Nosotros lo hemos perdonado todo y sólo nos limitamos a recordar a nuestros allegados».