Arte para después de una guerra
El Museo Reina Sofía reivindica en una exposición de cerca de 1.000 piezas el arte que surgió entre 1939 y 1953, un periodo muchas veces infravalorado
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El Museo Reina Sofía reivindica en una exposición de cerca de 1.000 piezas el arte que surgió entre 1939 y 1953, un periodo muchas veces infravalorado
Había que reconstruir aquel país devastado y convertir las ruinas de la guerra en una victoria, o en algo que se le pareciera. Se hizo por vía de la idealización, de la propaganda, de toda una mitología inverosímil de héroes y de tótems, que son los recursos comunes de las dictaduras y los distintos totalitarismos. De la confrontación civil de 1936 salieron dos españas y no una, como pretendía alguno. Estaba la que cruzó la frontera por los Pirineos, por la Junquera, Portbou o cualquier otro paso, y que fotografió Robert Capa, y la que se quedó aquí para asistir a la dramaturgia de un renacimiento social y político presidido por los desfiles militares y los retratos de Pancho Cossío, cabeza de un efímero arte falangista, tan proclive a la monumentalización de los hombres. Mientras unos iban echando ya raíces en países diversos, los otros contemplaron la terca demonización de la ciudad, abono de tantas sediciones y rebeldías pasadas, y la santificación del campo como nueva Arcadia, punto de origen, según la teología del franquismo, de una nación fuerte. Se optó por la reconstrucción sobre el pilar de una arquitectura utilitaria y práctica (el pragmatismo, el orden, el control de lo irracional y los sentimientos desbocados son fobias comprobadas de las dictaduras), y la nacionalización acelerada de la patria a través de revistas coartadas por el pensamiento berroqueño del régimen, como «Signal» o «Vértice».
w Tierra de simiente
Toda esa larga posguerra, descrita habitualmente con una mirada gris y condescendiente, y que abarcó desde 1939 hasta los cincuenta, ocupa la exposición «Campo cerrado» –nombre inspirado en la novela de Max Aub– en el Museo Reina Sofía. Una exhibición, comisariada por María Dolores Jiménez-Blanco, que ha reunido cerca de un millar de piezas entre revistas, cuadros, esculturas, libros, películas y fotografías, que vienen a demostrar que esa enorme tierra baldía en ocasiones fue un terreno propicio para la simiente. Entre los resquicios de las nuevas publicaciones, perfiladas con una pre-tensión artística, cultural, y de esa cinematografía controlada y sumisa, hubo resquicios imprevistos por los que vio la luz el descontento. El humor, a través, por ejemplo, de «La cordoniz», resultó una de las rendijas por las que se filtró la disidencia, o sea, la crítica, el inconformismo. También influyó la memoria de Picasso, el genio ausente, pero presente siempre en los incipientes creadores de esta época; Dalí, que anunció la Segunda Guerra Mundial en su obra «El enigma de Hitler» o esta España inventada por Franco en «El retrato del embajador Juan Francisco Cárdenas» (que durante tres décadas ha estado desaparecido); o Miró, artista renombrado, que vivió enclaustrado en un exilio interior y que convirtió su estudio en la Meca de los artistas españoles, que acudían a allí en busca de maestría, de alguna lección que les ayudara a formar el estilo. Estas tres guías resultaron esenciales para la formación de los talentos futuros, próximos, los que eclosionarían en el 53. Igual que esos movimientos que a partir de 1943, cuando Hitler empezaba a perder su duelo con el mundo y Franco decidió alinearse con los aliados, fueron formándose. Ahí estuvo el postismo, de 1945 y creado en Madrid por Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, y que tuvo entre sus seguidores a Francisco Nieva; o la influencia de mujeres como Maruja Mallo, Remedios Varo y Dehly Tejero, a veces tan desvaídas por la historia. Iba así, entre regresos de artistas, exposiciones y la Academia Breve de Crítica de Arte, impulsada por Eugenio de D’Ors, madurando una mezcla inequívoca entre la tradición, reivindicada ahora, y la modernidad, que pretendía construir un nuevo horizonte de formas y expresiones. Al amparo del teatro, de la Escuela de Altamira, de la agitación que trajo consigo Mathías Goeritz o la creación del grupo Dau al Set, del que formarán parte Antoni Tàpies, Modest Cuixart y Joan-Josep Tharrats, se irían forjando estilos, maneras. Con la Guerra Fría y el respaldo que recibió el pabellón español en la IX Trienal de Milán, el régimen necesitaba arrojar una imagen de modernidad. Eran ya los cincuenta, que traerían a Millares, a Saura, a Palazuelo...