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María Isabel de Braganza, la reina que hizo posible la creación del Museo del Prado

El edificio que acoge la gran Pinacoteca fue diseñada, bajo orden de Carlos III, por Juan de Villanueva, pero su destino final se debe al impulso y apoyo de esta monarca
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Caminar entre la Fuente de Cibeles y la Estación de Atocha de Madrid conlleva envolverse de jardines y majestuosos edificios. En el Paseo del Prado desembocan el imponente Banco de España o la linealidad del Museo Thyssen Bornemisza. Pero, si hay una estructura en particular que dota de encanto al Paseo, que lo envuelve con la máxima de que el arte debe gozar de todo el espacio que necesite, ese es el Museo del Prado. Se trata de una de las pinacotecas más importantes y reconocidas del mundo, templo de grandes pintores como Francisco de Goya o Diego Velázquez, entre muchos otros, y lugar imprescindible para celebrar hoy el Día Internacional de los Museos. Pero, además del incalculable valor de su interior, lo que envuelve a estas innumerables obras de arte tiene también su historia y su por qué.
El edificio que hoy sirve de sede al Museo Nacional del Prado fue diseñado por Juan de Villanueva en 1785, arquitecto español y máximo exponente de la arquitectura neoclásica nacional. Responsabilidad suya son también las estructuras del Real Observatorio de Madrid o gran parte de la imagen actual de la Plaza Mayor de la capital, que reconstruyó tras el incendio de 1790, cerrando el viejo recinto urbano a través de grandes arcos. Volviendo al Prado, fue un proyecto que ordenó Carlos III y que, en su momento, iba a ser destinado a funcionar como Gabinete de Ciencias Naturales.
El objetivo inicial nunca fue alcanzado, pues el destino de este edificio no estuvo claro hasta que el nieto del mencionado monarca, Fernando VII, impulsado por su esposa la reina María Isabel de Braganza, tomó la decisión de destinar este edificio a la creación de un Real Museo de Pinturas y Esculturas. Por tanto, si bien hay estudios que atribuyen el mérito de la existencia de la Pinacoteca a Fernando VII, fue realmente idea de su mujer, tal y como se confirma en la web oficial del museo, aunque ella nunca llegó a visitarlo, pues poco antes de su inauguración tuvo una hija y ambas fallecieron. Si bien el espacio abrió en su momento con 311 obras de arte, la reina consorte se encargó de que entre ellas ya figurasen algunas de las joyas que hoy permanecen, como “Las Meninas” de Velázquez o “La familia del pajarito” de Murillo.
El Real Museo, que pasaría pronto a denominarse Museo Nacional de Pintura y Escultura y posteriormente Museo Nacional del Prado, abrió por primera vez al público en 1819. Para entonces, si bien se exhibió la cantidad mencionada de obras, el almacén del museo ya contaba con unas 1.510 pinturas procedentes de los Reales Sitios y de las valiosísimas Colecciones Reales, germen de la colección actual de la Pinacoteca.

Un campus museístico

Actualmente, el Museo del Prado, como institución, conforma un campus museístico compuesto por varios inmuebles: el edificio Villanueva -en honor a su creador-, el Claustro de los Jerónimos, el Casón del Buen Retiro, el edificio administrativo de la calle Ruiz de Alarcón y el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, el cual se ha incorporado de manera reciente. Todo ello, teniendo en cuenta las salas del edificio principal, en las que se reparten las obras de arte por categorías y con un sentido estudiado. Por ejemplo, en 2004, dada la necesidad de espacio para acoger distintos servicios del museo, las salas de la segunda planta quedaron fuera del recorrido para acoger almacenes temporales de obras de arte, despachos administrativos y talleres de restauración.
Por su parte, destaca la sala, quizá, más concurrida del museo, dejando a un lado la que acoge a “Las Meninas” de Velázquez: la del Bosco, que muestra un montaje original desde el punto de vista técnico. Asimismo, la Pinacoteca potencia el interés del visitante en zonas como las Salas de Pintura Gótica, que son resultado “de una intensa actividad de investigación y recuperación de esta colección presentada con la amenidad necesaria para despertar la curiosidad del mayor número de visitantes”, asegura la institución.
En definitiva, la colección del Museo del Prado comenzó a tomar su forma más consolidada bajo los auspicios del emperador Carlos V, así como fueron enriquecidas por los monarcas que le sucedieron, ya fueran Austrias o Borbones. Fue en este tiempo cuando aterrizaron a la Pinacoteca joyas como “El jardín de las Delicias”, de El Bosco”, “El caballero de la mano en el pecho”, de El Greco”, “El lavatorio”, de Tintoretto” o “La familia de Carlos IV”, de Goya.