Muere William Klein, maestro y “outsider” de la fotografía
Autor de “New York”, una de las grandes obras de la historia de la fotografía y con un estilo crudo y directo, grande entre los retratistas de moda
Creada:
Última actualización:
El siglo XX se ha empeñado en marcharse de golpe, con la misma violencia con la que arrancó la Gran Guerra y cayeron al final las Torres. Ayer, «apaciblemente» y en su propia casa, como informó su hijo a los medios, se detenía para siempre el obturador del mítico fotógrafo estadounidense William Klein, quizá el más importante en el retrato de moda, la fotografía estética y el lujo contemporáneo. Nacido y criado en el Nueva York más pijo, entre algodones de las marcas más caras, Klein fue una víctima más del «crack» de 1929, que se acabó llevando por delante el negocio de sus padres. Ello llevó al joven, de pasión artística y siempre marcado por el antisemitismo que recorría la Gran Manzana en el período de entreguerras, a fijarse en el oficio de su tío Louis, un importante abogado de la ciudad. Entre sus clientes, Mae West, Charles Chaplin o el mismísimo Salvador Dalí.
Fue uno de los grandes dela fotografía. William Klein fue maestro y “outsider”, fotógrafo de la realidad cotidiana y de la realidad construida para la moda. Y es que fue dueño de un estilo que tenía el mismo gusto por las fotografías movidas, urgentes y borrosas de la calle más inesperada que del refinamiento y el laboratorio de las poses que lucían las mejores modelos de su tiempo.
Y es que tras la Segunda Guerra Mundial, Klein se instaló en Francia como aprendiz del pintor cubista Fernard Lèger y adquirió fama como fotógrafo en los círculos artísticos. Con ese prestigio, a su regreso a Estados Unidos, comenzó a trabajar para la revista “Vogue”, donde se erigió en uno de los mayores referentes a nivel internacional en fotografía de moda. Su estilo, dinámico y lleno de contrastes le hizo célebre. También dirigió algunos largometrajes, entre ellos el filme de 1966 “Qui êtes-vous, Polly Maggoo?” y la sátira antiestadounidense “Mr. Freedom”.
Los focos y las vanidades rápidamente llamaron la atención de Klein, quien siempre contó en vida que su primera cámara la ganó en una partida de póker. La anécdota, entre lo real y lo mágico, sería pues mito fundacional de uno de los mejores capturadores de instantes de los que se ha servido el mundo de la gran pasarela. Hijo en lo estético de Fritz Lang, gustoso del contraste alto y de la iluminación cruda, se mudó en los cincuenta a París, donde intentó dedicarse a la pintura y donde conoció a la misma Jeanne Florin a la que convertiría en su principal modelo (y esposa). Y fue en su periplo europeo, justo en 1954, cuando su vida cambió para siempre: gracias a una exposición suya de esculturas en Italia conoció a Federico Fellini, quien le invitó a participar en el diseño de producción de «Las noches de Cabiria», y así también dio con Alexander Liberman, uno de los directores de leyenda de la revista «Vogue».
Entre el cine y la fotografía, Klein se hizo un nombre para el Occidente cosmopolita, ese mismo al que le había cogido manía en Nueva York y para el que trabajó durante casi cuatro décadas. Gracias a la confianza de Liberman, la moda salió por primera vez a las calles de Manhattan, mezclando vestidos de «haute couture» con el asfalto sucio y creando una iconografía de contrastes que nos acompaña hasta nuestros días: no es demasiado aventurado afirmar que la imagen de una mujer en tacones corriendo con las escapatorias de vapor del metro detrás es suya. Entre los méritos de su cámara, siempre mágica, siempre veraz, la reubicación del fotolibro como obra válida por sí misma y no como catálogo prescindible, la revalorización del gran angular en lo publicitario y, en definitiva, el triunfo de los ángulos como escena aspiracional.