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Federico Fellini es el protagonista de "Fellini de los espíritus", que se estrena el 22 de enero en cines

Fellini, el último artesano de lo onírico

Magia, religión y hasta LSD se dan cita en “Fellini de los espíritus”, documental que explora las fuentes de inspiración del genio

En esa suma de caprichos y casualidades sobre las que se ha construido la historia del cine, son pocos los que imaginan la importancia que tuvo una encendida discusión entre dos filósofos en Zúrich cuando corría 1913. El año en el que se construyó Bollywood y que vio como todavía Mary Pickford o Alice Guy firmaban los mismos contratos que cualquier hombre, también fue el de la ruptura de la colaboración entre Sigmund Freud y Carl Gustav Jung. El primero, más cerebral y empírico, no soportaba que su colega quisiera analizar los sueños y construir un método alrededor de lo onírico. El segundo, libre ya de cualquier atadura estrictamente científica, se imbuyó en el análisis de lo etéreo y hasta de lo paranormal. En sus «Recuerdos, sueños, pensamientos», escrito junto a Aniela Jaffé, Jung se confiesa: «¿En qué mito vive el hombre de hoy? En el mito cristiano, podría decirse. “¿Vives tú en él?”, me preguntaba. Si debo ser sincero, no. No es el mito en el que yo vivo. ¿Entonces ya no tenemos mito? No, al parecer ya no tenemos mito. “¿Pero cuál es, pues, tu mito, el mito en que tú vives?”, dije. Entonces me sentí a disgusto y dejé de pensar. Había llegado al límite».

Las complicadas preguntas que cosía en su paranoia el autor fueron la inspiración principal del cine –y casi el leitmotiv vital- de Federico Fellini. El hijo de un vendedor de Rimini, que se labró una carrera sólida como periodista en Roma, acogió los preceptos de Jung como una invitación a rebasar el límite y a buscar la honestidad allá donde sus colegas se dejaban llamar por los cantos de sirena del socialismo y del cine de lo real. Al menos esa es la tesis principal de «Fellini de los espíritus», un documental que se estrena el próximo 22 de enero, está dirigido por Anselma Dell’Olio y que, además de homenajear a su gran título surrealista («Giuletta de los espíritus») se entiende como la reflexión definitiva sobre el hombre más allá del mito, ese que anteponía la honestidad de su cine a la deconstrucción social que se podía hacer de él y que nunca cejó en su empeño de mostrarnos la vida como un eterno vodevil y un viaje de descubrimiento donde el destino es lo menos importante.

La ácida decepción

En uno de los archivos que muestra con excelente ritmo la película, un Roberto Benigni que colaboró estrechamente con Fellini en sus últimas películas («La voz de la luna»), lo explica meridianamente: «A Federico no le interesaba el psicoanálisis, porque tenía la sensación de que Freud lo quería explicar todo. Fellini no quería que le explicasen todo ni hacer lo mismo con el espectador, Fellini quería llevarte al abismo y que tú decidieras cuál era el siguiente paso. Por eso era de Jung, porque creía que ambos eran plebeyos en un mundo que no alcanzaban a comprender».

Quizá por esa constante búsqueda de explicaciones y de respuestas a los grandes misterios de la existencia, Fellini quiso alzar el vuelo. En 1954, durante el proceso de producción de «La strada» (su primer gran éxito comercial y de crítica que le costó una severa depresión) se negó en rotundo a las drogas que le ofrecían sus amigos del mundillo, pero una década más tarde, cuando necesitaba saber cómo darle forma a los espíritus y ensoñaciones a los que enfrentaría a su propia esposa y actriz fetiche, Giulietta Masina, Fellini se dirigió a la oficina de su terapeuta Emilio Servadio a demandarle ácido lisérgico (LSD). Después de semanas de experimentación, las conclusiones del realizador no pudieron ser más explícitas: «Ha sido profundamente decepcionante. He fracasado. No hay nada para mí en el ácido», explica en una entrevista reproducida en el documental.

Como antiguo periodista y caricaturista, Fellini se inmortalizó varias veces a sí mismo, como en este autorretrato de 1977
Como antiguo periodista y caricaturista, Fellini se inmortalizó varias veces a sí mismo, como en este autorretrato de 1977La Razón

Esa decepción terrenal, a la que el realizador estaba acostumbrado, no le detuvo en su exploración de las tesis de Jung hasta darse de bruces con el oscurantismo. Annalisa Carluci, la «amiga mágica», como se refería Fellini a ella o Marina Ceratto, la cual le introdujo en el mundo del tarot y recientemente ha publicado el libro «La cartomante di Fellini» («La cartomancia de Fellini»), se dejan entrevistar para arrojar luz sobre una faceta que el director nunca pretendió cercar a su esfera privada: «En casa de Federico y Giulietta, en Vía Archímede, se hacían sesiones de espiritismo de manera habitual, pero pararon en seco cuando Fellini llegó a hacer el arco histérico junto a la chimenea. Giulietta se asustó y lo alejó de ese mundo», explica una de las médiums. La curiosa expresión hace referencia al arqueo completo de la columna hacia atrás que, según se explica en el documental a través de varias fuentes, habría protagonizado el director en pleno trance.

De Bernhard a Bernini

Más allá del legado de Fellini como «mago blanco», del que dan fe autores tan reconocidos de la crítica cinematográfica transalpina como Vincenzo Mollica, «Fellini de los espíritus» es también la historia de la batalla entre las dos pulsiones que daban forma al cine del genio improbable: su relación con el psicoanalista Ernest Bernhard y su profunda educación en la fe católica.

Tras un primer período de neorrealismo puro, el encuentro con Bernhard, alumno aventajado de Jung y que pronto se convirtió en amigo del director pese al poco tiempo que pudieron compartir, cambió para siempre su percepción del séptimo arte. En sus diarios, Fellini explica la causalidad de sus encuentros: «Estoy en un laberinto de caminos sinuosos. La película ya no me habla. Hay que hacer algo». Lo que el ganador de cuatro Oscars dejaba en «algo», según el documental, era la exploración de los sueños a la que le invitaba el filósofo y que se demuestra crucial al escucharle en las entrevistas para Televisión Española que se pueden ver en la película: «No hay nada más sincero que un sueño», explica Fellini antes de añadir: «Es extraño y mágico, porque el soñador es un visitante de su propia vida».

Esa seducción por los significados poco dogmáticos explotaba en la alegoría del gran director de la democracia cristiana en Italia, esa misma que le había vapuleado durante años por su retrato de la Iglesia en «La dolce vita». «Frente a Pasolini o Bertolucci, la clasificación del cine de Fellini como reaccionario es injusta», explica Mollica. Y sigue: «Estaba obsesionado con San Pablo, sí, y su mejor forma de explicar la vida era invitarnos a escuchar los sonidos de la Plaza de San Pedro del Vaticano, pero era un hombre que solo se guiaba por la filosofía de rosacruz: una mente pura, un corazón noble, un cuerpo sano». De hecho, ese camino de contradicciones solo responde a la genialidad de aquel que cree en la evolución y el progreso constantes: «Yo soy, no me hace falta creer», le llegó a espetar a un periodista francés que le preguntó sobre su complicada relación con Dios.

Esos golpes de autoridad «felliniana», para los que la película de Dell’Ollio reserva un lugar especial, se cruzan en el documental con brochazos que ayudan a dar forma a (casi) todas las aristas de su figura. En lo personal, ese hombre iracundo «de buen corazón», como le definía su esposa, se conjuga con un padre que perdió prematuramente al único hijo que tuvo y que vio cómo su propia figura paterna se apagaba sin solucionar sus cuentas pendientes. También hay espacio para sus últimos días, esos que dedicó triste al duelo por su incondicional compositor Nino Rota y que le llevó a dirigir una película sin una sola nota musical solo para homenajearle, o incluso para su obsesión con la aprobación de sus colegas, que se materializó con una gloriosa misiva de André Bazin. En definitiva, todos los Federicos que cabían en Fellini y que, como él mismo definió, daban forma al «disperso entre los dispersos».

Los guiones de un periodista, los bosquejos de un fan de Marvel

Quiso la casualidad que un virus diera, en 1965, con el director en un hospital de Nueva York. Confinado, se vio obligado a leer los cómics que se reservaban para las plantas infantiles. Fue tal la obsesión de Fellini con las aventuras de Spider-Man y Hulk en formato tebeo, como antiguo caricaturista y periodista, que llamó a las oficinas de Marvel para concertar una cita con el hombre detrás de todo aquello: Stan Lee. «Hay un tal Fred Felony que quiere verte», se leía en la nota de la secretaria de Lee que fue revelada en la Comic Con de 2007. «A mi oficina llegó con tres amigos productores, todos con abrigos negros. Era el tipo más italiano que he conocido, pero se esforzaba por hablar inglés», relató el historietista. Reivindicado ahora por quienes ven en los superhéroes una amenaza para el cine, Fellini mantuvo una sólida amistad con Lee y le solía invitar a Broadway.