Arte

El arte bajo las bombas

Con la ayuda de la poeta Sofia Kosenko, Omar Jerez y Julia Martínez vuelven a superarse en su nueva performance

Junto a la poeta Sofía Kosenko, Omar Jerez ha realizado una performance en Odesa, bajo el título "Vyshyvanka o barbarie"
Junto a la poeta Sofía Kosenko, Omar Jerez ha realizado una performance en Odesa, bajo el título "Vyshyvanka o barbarie"Julia Martínez

Muchas son las obras artísticas que tratan «sobre» la guerra. Pero muy pocas son las que se realizan «en» el mismo territorio del conflicto bélico. Entre el «arte político de salón» y aquel en el que el artista compromete su integridad física hay un abismo. Y ese abismo es el que, una vez más, el tándem conformado por Omar Jerez y Julia Martínez, han vuelto a superar en su nueva performance: «Vyshyvanka o barbarie». Con una trayectoria que les ha llevado a actuar en algunos de los lugares más «calientes» y peligrosos del mundo –como, por ejemplo, Ciudad Juárez y Celaya–, Jerez y Martínez han recalado, en esta ocasión, en Odesa, una de las ciudades más castigadas por los bombardeos rusos. Ayudados por la poeta Sofia Kosenko –quien tuvo que sacar a su madre y abuela de Kiev durante los días más intensos del conflicto–, la performance se desarrolla ante la cámara de Julia Martínez: mientras Omar Jerez come palomitas –como metáfora de la condición de Ucrania como granero del mundo– y Kosenko viste una Vyshyvanka –la prenda tradicional ucraniana y símbolo de la identidad de este país–, las alarmas de Odesa suenan para advertir a la población civil que Rusia acaba de lanzar un ataque con misiles o drones. En lugar de buscar refugio, Omar Jerez y Kosenko permanecen inalterables en su posición, desafiando el peligro.

La estrategia urdida, en esta ocasión, por Jerez y Martínez busca combatir la acción bélica rusa mediante un ejercicio de inmovilidad física. Los cuerpos del artista granadino y de la poeta ucraniana convierten su inacción en un gesto de entereza moral. El despliegue militar ruso no se puede igualar mediante una acción de similar escala, pero sí desde la fortaleza ética generada por el emplazamiento inalterable de ambos cuerpos. La pasividad creadora derrota, en este sentido, a la agencia destructiva. Además, la decisión de Omar Jerez de comer palomitas conecta esta performance con otras anteriores –recuérdese, por ejemplo, la llevada a cabo en la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur–, en las que la comida opera como el principal elemento de conexión entre lo moral y lo geopolítico. Que Jerez ingiera palomitas introduce, en este sentido, un elemento lúdico, de distensión, que deconstruye la gravedad del fanatismo que se halla detrás de la pulsión expansionista e invasora de Putin. El totalitarismo siempre se muestra incapaz de metabolizar el humor y, por extensión, los instantes de ocio. Un psicópata como Putin jamás se relaja ni rebaja su tensión destructiva. La realidad nunca se relativiza porque se trata de un destino escrito fatalmente. Cuando, en plena alerta por bombardeo, Omar Jerez mastica palomitas, lanza un claro mensaje al dictador Putin: tu empresa sagrada es, en rigor, una gran ficción ante la que solo cabe comer maíz tostado.