Arte

Mira mi piel tatuada, la vendo a buen precio

El pasado 8 de febrero, cuando, en la Pinakothek der Moderne de Múnich, el performer austriaco Wolfgang Flatz subastó su propia piel

Mira mi piel tatuada, la vendo a buen precioArtista alemán subasta su piel en una peculiar obra de arte póstuma
Artista alemán subasta su piel en una peculiar obra de arte póstumaLa Razón

La idea de que cualquier cosa puede ser arte parece haber quedado obsoleta al lado de esa otra realidad –todavía más asombrosa e inasible– de que todo, absolutamente todo, se vende como arte y, además, encontrará un comprador. La última constatación de este hecho tuvo lugar el pasado 8 de febrero, cuando, en la Pinakothek der Moderne de Múnich, el performer austriaco Wolfgang Flatz subastó su piel tatuada. O, para ser más precisos, dicha subasta nunca se llegó a realizar, ya que las doce piezas de piel del artista fueron adquiridas por un coleccionista antes de que comenzase el acto por una suma que –según ha trascendido– era de siete cifras. ¿Quién paga más de un millón de euros por piel humana? Y, en el caso de que se pudiera obviar esta nada baladí pregunta, surge otra mayor: ¿cómo se vende la propia piel a un tercero? La respuesta a esta segunda interrogante supone darle otra vuelta de tuerca más a los ya complejos sistemas de compra-venta que proliferan en el mercado del arte: de manera inmediata, el coleccionista recibirá fotografías únicas de las partes de piel tatuadas que ha adquirido. Y, una vez que el artista haya fallecido, los trozos de piel serán extirpados de su cuerpo y entregados al comprador. Como se puede comprobar, el simple hecho de subastar piel humana ya supone un acto performativo y, por tanto, un obra artística en sí misma. Las transformación en arte de las estrategias mercantiles es algo que se remonta a 1959, cuando Yves Klein vendía «Zonas de sensibilidad sensible inmaterial». Pero es evidente que, en el caso de Wolfgang Platz, hay algo más que creatividad mercantil; nos encontramos ante el primer caso de una subasta de piel humana como arte.

Con anterioridad a este hito, el arte nos ha ofrecido ejemplos de artistas que han arrendado su propio cuerpo a un coleccionista; la norteamericana Andrea Fraser vendió una noche de sexo a un coleccionista, mientras una cámara los filmaba; y el británico Marc Quinn comenzó en 1991 una serie titulada «Self», integrada por autorretratos realizada con cinco litros de su propia sangre. Incluso, algunos artistas chinos adquirieron fetos de bebés no natos en el mercado negro para realizar obras y el estadounidense John Duncan compró en México el cadáver de una mujer para mantener relaciones sexuales con ella antes de hacerse la vasectomía. Quiere esto decir que, en el mundo del arte, se ha vendido y traficado muchas veces con material humano. Pero, hasta este momento, nunca se había planteado de una manera tan abierta y oficial. Es lógico que, tras el «caso Platz», surja la siguiente interrogante de calado: ¿qué diferencia hay entre vender material humano como arte y traficar ilegalmente con él? ¿Nos encontramos ante realidades diferentes, frente a una laguna legal o ante un hecho clasificable como delito? El debate está abierto y resulta, desde luego, apasionante. Sí Wolfgang Platz ha encontrado un resquicio legal para subastar su piel nadie asegura que, no dentro de mucho, cualquier otro artista ponga a la venta un órgano de su cuerpo. Es indudable que, o el código penal se reformula para adaptarse a los muchos desafíos que le propone el arte contemporáneo, o los conflictos legales van a ser continuos.