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El asesino como estrella del rock: ¿por qué nos fascinan los criminales?

Los casos de Alcàsser, Rocío Wanninkof o Mario Biondo enganchan junto a los «true crime» anglosajones mientras devoramos noticias de Daniel Sancho
Daniel Sancho
Daniel SanchoInstagram

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El caso de Daniel Sancho se ha convertido en todo un fenómeno mediático. Desde que el pasado lunes, siete de agosto, el hijo del actor Rodolfo Sancho fuese detenido tras confesar que había matado y descuartizado a un hombre, Edwin Arrieta Arteaga, cirujano colombiano de 44 años, en Tailandia, no hay día en que su nombre no sea Trending Topic en las redes, y en los medios aparezcan nuevos datos sobre su vida y las circunstancias que rodean al caso. Más que un asesino, parece una «rockstar»: guapo, de buena familia, solvente, profesional y, ahora, célebre. Sabemos dónde trabajaba, dónde vivía, sus aficiones, sus lazos familiares. Todo. Han hablado sobre él públicamente desde psicólogos a amigos de la infancia. Cada novedad sobre el caso, por mínima que esta sea, es noticia inmediatamente y aparece en todos los medios, a tiempo real. No es el único caso. Parece que la fascinación por los criminales está de moda. Desde series y películas, o documentales, a libros y podcasts, hay cierta fascinación morbosa por todo lo que rodea al mundo del crimen. Esta sería la versión ligth, la de andar por casa: engancharse al «true crime» de turno. Ya sea el último, sobre la muerte del marido de la presentadora Raquel Sánchez Silva, otro caso mediático envuelto en misterios y dudas con famosos incluidos, o los clásicos: Alcasser, Rocío Wanninkhof, la pequeña Asunta Basterra. O bien a las series y películas que ficcional sus vidas: Dahmer, Ed Gain, Las cintas de Ted Bundy…
Llevado al extremo ese morbo, nos encontramos con asesinos encarcelados recibiendo cartas de fans, como si fuesen cantantes o actores, o con subastas de objetos que les pertenecieron, por los que se pagan cifras astronómicas. El Asesino de la Catana, José Rabadán, por ejemplo, recibía innumerables cartas de admiradoras, con alguna de las cuales llegó a tener relación (con una de ellas, una hija). E incluso un par de esas admiradoras con las que mantenía correspondencia, afirmaban sobre él que era su ídolo, acabaron asesinando de 25 puñaladas a la adolescente Clara García. También Miguel Carcaño, que mató a Marta del Castillo recibe cartas de fans. Charles Manson y Ted Bundy se casaron con admiradoras. La prótesis dental de Manson, precisamente, fue vendida a un museo de Las Vegas y su ficha policial, con sus huellas, fue subastada en 2021. Las gafas de Ricardo Barreda, que asesinó a su esposa, su suegra y sus dos hijas, fueron vendidas por casi cien mil euros. En la página Serialkillersink se pueden encontrar, desde 2009, toda clase de objetos coleccionables que tienen que ver con el crimen. «Todos los productos son 100% auténticos artefactos del crimen real y de los locos y asesinos más infames de la historia moderna», afirman, y entre ellos podemos encontrar desde una tarjeta firmada por Charles Manson, por 500 dólares, a la credencial identificativa de la prisión de Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, por 8.500 dólares. El interés por el crimen y los criminales es pop.
Contracultura
ContraculturaJae Tanaka
¿A qué se debe este fenómeno, esta fascinación general por sucesos violentos y por los sujetos que los llevan a cabo? Según el psicólogo Coltan Scrivner, miembro de del Instituto de Estudio de la Mente y la Biología de la Universidad de Chicago, tiene que ver con la curiosidad morbosa y sería un mecanismo similar al que emplean los animales cuando observan a sus depredadores naturales: las presas necesitan, para sobrevivir, evitar a sus depredadores. Para conseguirlo, los observan cuando no están cazando para aprender sobre ellos. En la especie humana ocurriría algo parecido cuando disfrutamos viendo, escuchando o leyendo historias sobre asesinos reales, pues podemos inspeccionar y analizar el comportamiento de nuestros posibles depredadores, aprendiendo de situaciones peligrosas, sin ningún riesgo real. La clave, pues, de esta fascinación que, en general, sentimos por el crimen, estaría en que, como especie, hemos desarrollado estrategias contra los depredadores (incluidos los humanos) que se basan en aprender sobre ellos y conocerlos. Así que nuestra mente interpreta esas historias, especialmente las reales (noticias, «true crime», documentales, etc), pero también las ficticias (por nuestra capacidad de fabulación), como óptimas oportunidades de aprendizaje.
¿Y qué hemos aprendido hasta ahora? Pues sabemos, por ejemplo, que los asesinos, los hombres malvados, suelen puntuar alto en lo que en psicología se denomina «la triada oscura», y que son tres rasgos de la personalidad que, en estos casos, confluyen en un patrón conductual subclínico. Esa triada oscura la forman el maquiavelismo, el narcisismo y la psicopatía. Pero… ¿solo ellos matan? Parece que no. La criminóloga Paz Velasco de la Fuente, autora de los ensayos «Criminalmente» y «Homo Criminalis», señalaba precisamente en este último que «los asesinos no son maestros ni genios del mal, y la gran mayoría de ellos son como cada uno de nosotros». Y, citando a la psicóloga y divulgadora Julia Shaw, añade: «los humanos matan porque están diseñados para hacerlo». Apunta, basándose en un estudio científico publicado en 2018. nueve rasgos de la personalidad que definirían la maldad y entre los que se encuentran esos tres que conforman la triada oscura de la que hablábamos: el egoísmo, el maquiavelismo, la falta de ética y sentido moral, el narcisismo, el derecho psicológico, la psicopatía, el sadismo, el interés social y material y el rencor o malevolencia.
Apunta la autora a los años noventa y al fenómeno de los asesinos en serie como el inicio de esa «macabra cultura de celebrities», aunque sería Jack el Destripador, en 1888, el primer asesino en serie de la modernidad que se convertiría en fenómeno mediático y cuya fama persiste. Pero es en los años noventa cuando, en Estados Unidos, se convierte el crimen en fuente de entretenimiento para la sociedad. Es entonces cuando empiezan a aparecer de manera generalizada en prensa y televisión, en películas, en libros, documentales… Surgieron clubs de fans y coleccionistas de toda clase de objetos relacionados con ellos. La repercusión mediática, señala, conlleva la celebridad y la notoriedad, y «hay una relación de simbiosis entre los asesinos en serie y los medios de comunicación», como escribe en su ensayo: «estos buscan rentabilizar los índices de audiencia a través del crimen, y algunos asesinos buscan la fama y la notoriedad que los medios les pueden dar». Actualmente, con las nuevas tecnologías, el fenómeno se multiplica y, como estamos viendo en el caso de Daniel Sancho, la cobertura mediática, ya de por sí ingente, se vuelve viral en redes y su repercusión aumenta notablemente. «Los medios de comunicación», escribe Velasco de la Fuente, «han alimentado la avidez morbosa y voraz, tanto de los lectores como de la audiencia, por el sensacionalismo y el crimen, elevando a la categoría de “celebridades” a una gran cantidad de asesinos (más que a asesinas)».
No es de extrañar, pues, que lo sepamos todo de Daniel Sancho pero no tanto de su víctima. Y es que no despierta el mismo interés. En un estudio sobre curiosidad morbosa publicado en 2022, se preguntó a los participantes en este si preferían ver la fotografía del hombre que salvó a su amigo o la del que mató a su novia y se la comió. Adivinen lo que eligió la mayoría.