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cultura
La batalla de las fronteras abiertas en España
La emigración masiva ha sumido a Europa en una crisis cultural, mientras se niega el debate público sobre la política de fronteras abiertas imperante

A finales de agosto de 2018, el partido de derecha radical Alternativa por Alemania publicó en sus redes sociales una felicitación al PSOE: «España está haciendo frente a los inmigrantes ilegales que invaden las fronteras y atacan a la policía y al Estado». Alice Weidel, líder de la formación, explicó que las órdenes del ministro de Interior español,Fernando Grande-Marlaksa, encarnaban las políticas que ella aspiraba a aplicar, por eso aprobó que se compartiera su imagen junto a la frase «España nos muestra el camino. 116 delincuentes africanos expulsados de inmediato». No fue la única: el ministro de Interior italiano, Matteo Salvini, recordó que Pedro Sánchez le había llamado «charlatán» por defender políticas de expulsión parecidas: «Después de haber superado la frontera española en Ceuta y agredido a los agentes, estos señores fueron enviados de vuelta a Marruecos gracias a un acuerdo de hace veinte años. Si lo propongo yo, entonces soy racista, fascista e inhumano», denunciaba.
El nombre de Salvini es importante porque este mismo mes de diciembre fue absuelto por impedir el desembarco en Lampedusa de migrantes traídos a Europa por la organización Open Arms. «Estoy feliz porque después de tres años ha ganado el sentido común y el concepto de que defender la patria, luchar contra los traficantes de personas y proteger a nuestros hijos no es un delito, sino un derecho», aseveró a su salida del tribunal de Palermo. «Hemos tardado un poco pero ahora seguiré adelante con más determinación. El tribunal no solo ha absuelto a Salvini, sino una idea de país. Quien usa a los inmigrantes para hacer batalla política ha perdido. Hoy vuelven a España con las manos vacías. Es una jornada bellísima para Italia. Feliz Navidad», se despidió.
La natalidad
El mismo día de la sentencia, el partido socialdemócrata de Portugal, actualmente en el gobierno, proponía suspender el acceso a la sanidad universal gratuita a los emigrantes ilegales. ¿Cómo es posible que el PSOE de Pedro Sánchez se haya pasado más de una legislatura llamando racistas a todos los gobiernos que no se muestran partidarios de las fronteras abiertas al mismo tiempo que aplicaba políticas restrictivas cuando lo consideraba conveniente? ¿Cómo ha podido defender que la emigración masiva era una amenaza ficticia, creado por «la ultraderecha», hasta que una encuesta del CIS registró que era considerado como el problema que más preocupa a los españoles? ¿Cómo puede Pedro Sánchez explicar alegremente que el problema de la natalidad negativa y de la falta de dinero para pagar las pensiones va a resolverse –de manera mágica– con la llegada de más migrantes?
Antes de nada, debemos aclarar que estamos ante un debate hurtado a los españoles, ya que en ningún medio de comunicación hemos visto confrontar de manera directa a partidarios y detractores de las fronteras abiertas. Ni siquiera hemos escuchado a expertos informar sobre cifras de llegada, modelos de integración y tasas de criminalidad. Jorge Verstrynge, una de las pocas voces que ha argumentado contra el discurso dominante, fue censurado por Eldiario.es en ese verano de 2018, cuando desde el digital progresista le pidieron un texto sobre la crisis migratoria. Lo tituló «Hipócritas» y comenzaba denunciando a «los que ocultan la verdad (ONG, tertulianos, periodistas…) que saben, pero no lo cuentan, que subirse a una barcaza le cuesta a cada migrante un mínimo de 3.000 euros. Ese dinero, al sur del Sáhara, es una cantidad más que suficiente para montar una empresa o hacerse con una explotación agraria o ganadera... teniendo en cuenta que aquí no vienen cabreros, sino gente emprendedora, valiente, y con formación profesional como mínimo. Se trata de una gran sangría injusta para el país emisor», explicaba entre otras cosas.
Verstrynge también recordó que «ocultan que estamos ante unos traficantes que ‘‘trabajan con todas las garantías’’. Sólo beneficios: una vez subidos a las barcazas y llevados a cierta distancia de la costa, a los migrantes se les abandona, y se les confía a las fuerzas de la marina europea, llamadas al rescate, vía llamada de móvil (muy barato); si llegan a tiempo, bien y si no... desembarcados en las costas europeas, si no se les da asilo, tampoco (o muy difícilmente) se les puede echar», explicaba. Sabemos que el texto fue censurado porque luego vio la luz en el blog de Fernando Sánchez Dragó.
El caso de Francia
Hablamos de un negocio redondo del que se benefician organizaciones hipsersubvencionadas como Open Arms, beatificadas por las celebridades globalistas (Jordi Évole, Richard Gere, Javier Bardem…) en la típica exhibición de buenismo desinformado. El pasado enero, la policía italiana detuvo a dos traficantes de personas egipcios que viajaban a bordo de un barco de la presunta ONG, además de que Frontex (agencia europea para la seguridad en las fronteras) tiene abierta una investigación contra la presunta ONG. Debate hurtado, digo, porque nos quieren convencer de que ser de izquierdas te obliga a defender las fronteras abiertas, cuando la realidad es que las socialdemocracia del norte de Europa siempre fueron partidarias del control estricto, ya que sus sindicatos sabían que el «ejército de reserva» de los parados sirve a las patronales para bajar los salarios (ejemplo práctico: Óscar Camps, directivo de Open Armas, fue condenado en 2018 por despedir a un trabajador que intentaba montar una sección sindical en su empresa Pro-Activa Serveis Aquàtics S.L).
En enero de 1981, George Marchais, Secretario General del Partido Comunista Francés y candidato a las elecciones, publicó en el periódico de su partido, «L’Humanité», una carta abierta el rector de la mezquita de París, donde escribía cosas como esta: «En cuanto a la patronal y al gobierno francés, recurren a la inmigración masiva, de la misma manera que se practicó en el pasado la trata de esclavos, para obtener una mano de obra de esclavos modernos, sobreexplotados y mal pagados. Esta mano de obra les permite obtener mayores beneficios y ejercer una mayor presión sobre los salarios, las condiciones de trabajo y de vida y los derechos de todos los trabajadores de Francia, inmigrantes o no. Esta política es contraria tanto a los intereses de los trabajadores inmigrantes y de la mayoría de sus países de origen como a los intereses de los trabajadores franceses y de Francia», remataba. Marchais obtuvo cuatro millones y medio de votos en las elecciones de ese junio, mientras que en 2022 los comunistas franceses eran irrelevantes y usaban su influencia para pedir el voto en segunda ronda para Emmanuel Macron, candidato preferido por el sector financiero de París.
También te dicen que si eres católico debes estar a favor de las fronteras abiertas. No es cierto en absoluto. En los últimos años, hemos visto cómo el lucrativo tráfico de personas ha convertido el mediterráneo en una siniestra fosa común. Lo que defiende la Iglesia de Roma es el «Derecho a no emigrar», como explicaron los dos últimos papas, Benedicto XVI y Francisco. «Emigrar debería ser una elección libre y nunca la única posible. De hecho, el derecho de migrar para muchos se ha convertido en una obligación mientras que debería existir un derecho a no migrar para poder quedarse en su tierra», explicó Francisco en septiembre de 2023, desde la ventana del Palacio Apostólico en la Plaza de San Pedro.
No es una cuestión de racismo, sino de arraigo. En las últimas décadas, hemos visto cómo Francia se partía en dos por la conquista islámica de las «banlieues», periferias de las grandes urbes que han sido desnacionalizadas. El problema radica en una masa de jóvenes que no se sienten franceses pero tampoco se son aceptados en los países de origen de su familia. No son de dentro ni de fuera, convirtiéndose en carne de cañón para cualquier que les ofrezca un destello de identidad, a cambio de lo que sea. El problema lo resume de manera muy clara el filósofo marxista y católico Terry Eagleton: «Lo único peor que tener una identidad es no tenerla».
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