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Bret Easton Ellis: «La libertad cultural es justo lo que se ha cargado la izquierda»

El escritor norteamericano, que se queja de la política de la cancelación, vuelve a los años 80 en «Los destrozos», una novela salpicada de rock, sexo y violencia
Bret Eston Ellis ha regresado con "Los destrozos"
Bret Eston Ellis ha regresado con "Los destrozos"Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

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«Parte de mi escritura pasó a la vida real durante ese periodo. Inventaba chismorreos falsos de mis compañeros, tenía la novia más guapa del instituto y yo era gay, estudiaba asignaturas que no me interesaban y me había dado cuenta de que un profesor estaba liado con una estudiante. Mi adolescencia se estaba convirtiendo en una fachada y yo me había convertido en un convincente mentiroso». Bret Easton Ellis recuerda con estas palabras cómo era en los ochenta, cuando tenía la talla de un adolescente con diecisiete inviernos a sus espaldas, pero soñaba ya con escribir «Menos que cero», que con el tiempo se convertiría en su primer libro.
El novelista, que ha regresado al género de la ficción 13 años después de su última incursión, evoca ahora en «Los destrozos» (Random House) aquel tiempo, cuando no existían los teléfonos móviles, en los cines se estrenaban pelis como «El resplandor», Stephen King reinaba en las librerías y en las radios sonaba Blondie. La novela –que contiene todos los ingredientes que le singularizan: rock, marcas, drogas, sexo y violencia– es un poderoso y extenso texto narrativo, aplaudido por la crítica como su mejor novela junto a su clásico «American Psycho», que relata el trágico devenir de un grupo de estudiantes en 1981, cuando un asesino en serie apodado el «Arrastradero» irrumpe en los barrios de su ciudad y de manera imprevista entra en sus vidas arrancándoles la inocencia.
Esta es la primera obra que Bret Easton Ellis ubica en el pasado. El escritor, una de las referencias ineludibles de la literatura norteamericana actual, reconoce que es «autobiografía en un 50 o 60 por ciento, hasta el punto de que la chica que describo era mi novia de entonces. De hecho, ella misma se puso en contacto conmigo 40 años después de estar juntos a través de Facebook. Me reprochó que hubiera escogido para ella el nombre de Debbie, que es el que más odia».
Lo que parece que no ha cambiado entre esa distante década del siglo XX y hoy es la franqueza que caracteriza al escritor, que sigue siendo igual. En este apartado, Easton Ellis, que a lo largo de su trayectoria literaria ha sabido conjurar los diferentes males que han aquejado a Estados Unidos, continúa sin defraudar: «Lo que ha sucedido a la Generación X, que es mi generación, es que se están haciendo liberales. Lo eran antes respecto a la cultura, pero hoy han tenido que hacerse conservadores para rechazar el planteamiento de ser todos silenciados que trae consigo la izquierda. Yo no soy conservador. Tampoco lo son mis amigos. Esto no tiene nada que ver con la política. Lo que ha empujado a que muchas personas se pasen a la derecha ha sido la reacción contra la izquierda de lo que se puede decir y no se puede decir».
Easton Ellis, que con esta diatriba recupera algunas de las críticas que vertía en «Blanco», su anterior obra, introduce una pausa para matizar: «Estas personas se han hecho conservadores porque no soportan las condiciones de la otra parte. En este caso, inclinarse hacia la derecha no es ser de derechas, sino ser liberal a nivel cultural. Y ser libre a nivel cultural es justo lo que se ha cargado la izquierda. Esto no quiere decir que exista un ejército de derechas en la Generación X, sino que muchos de ellos ya eran liberales en lo cultural. Creían en la libertad de expresión. Ahora la izquierda no incluye eso».
Easton Ellis recuerda cómo era en su juventud: «La verdad es que ahora, desde hoy, no sé qué consejo podría decirle a ese Bret de antes, salvo que se metiera menos cocaína», comenta. Pero sí saca pecho por su manera de defender, quizá por osadía, quizá por inconsciencia juvenil, la integridad textual de su primer libro a pesar de las voces disonantes que demandaban que se censurara. «Me gusta la postura que mantuve cuando se quería cancelar mi novela. La defendí bien. A pesar de que había tenido un enorme éxito, todavía había algunos que reclamaban que se retiraran fragmentos... No sé cómo aguanté. Supongo que es porque era un niño mimado o porque creía en el libro de verdad».
El novelista reconoce «que me gusta la generación X y formar parte de ella» porque «compartimos una visión de la vida, como la ironía, y una mirada sin entusiasmo sobre el mundo. Si no te puedes reír de todo, no te puedes reír de nada. Crecimos en un momento de libertad de expresión. Esto ya no existe a día de hoy». Y sin apenas tomar aire para respirar añade que «hemos llegado a un punto en el que no puedes decir lo que quieras. Antes no había un ejército de personas que te señalaba para indicarte lo que puedes decir o si eso está prohibido decirlo. Ya no puedes hablar como una mujer ni tampoco como un indígena, no puedes incluir ciertos chistes en las películas... si haces ese tipo de bromas, eres un exiliado. Antes teníamos libertad plena para expresarte como querías».
El autor de «Lunar Park» o «Glamourama», que no ha perdido su espíritu combativo, sabe que la corrección política no le afecta. Explica que ya es mayor y que es justo lo que se espera de él, aunque reconoce, lo hace con un encogimiento de hombros, que está «preocupado por la gente joven, que no se atreve a expresarse por miedo a ofender o dañar los sentimientos de alguien... Pues si una persona se ofende por algo que escribo, que no lo lea, pero que un editor no me diga que no lo publique por no molestar. No hay que tolerar esta mentalidad. El humor tiene que ver con la injusticia, con lo marginal. La libertad de expresión es tener la capacidad para poderte reflejar cómo eres, con tus ideas, sin que nadie te haga callar». Y por eso mismo, Bret Easton Ellis, carga contra los sectores que defienden la cancelación: «A la Generación X no les gustan las reglas autoritarias sobre bromas, tuits o lo que sea... Ahora hay rabia, poder y un intento de controlar a las personas. Eso no es felicidad».