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Buero Vallejo, en batín y zapatillas

Se publica la primera parte del cálido y fraternal epistolario inédito entre el dramaturgo y su amigo del alma, el escritor Vicente Soto y que descubre la gran humanidad del autor de «Fiesta»
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Se publica la primera parte del cálido y fraternal epistolario inédito entre el dramaturgo y su amigo del alma, el escritor Vicente Soto y que descubre la gran humanidad del autor de «Fiesta»
Hacía pocos años que la guerra civil había concluido. La vida, no sin titánico esfuerzo, regresaba a la normalidad. El Café Lisboa se había convertido en uno de los focos tertulianos del Madrid de la posguerra. Entre sus paredes se daban cita intelectuales consagrados y artistas que despuntaban. Antonio Buero Vallejo estaba recién salido de prisión, donde había estado siete años preso. Vicente Soto (un escritor muy injustamente olvidado) llegaba a la capital desde su Valencia natal para poner tierra de por medio con su pasado republicano. Allí se conocieron. Ambos estaban condenados a entenderse. Y a mantener una riquísima relación epistolar que hasta ahora permanecía inédita y que ha recuperado la Fundación Banco de Santander con ocasión del Centenario del nacimiento del autor de «El tragaluz», por el que se ha pasado de puntillas, craso error. Hubo más de cuatrocientas misivas cruzadas y de ellas se han seleccionado 200. Son cartas del amigo al amigo, de Toni, como las firma el dramaturgo, a Vicente. Papeles adornados por la caligrafía y el dibujo del autor de «Historia de una escalera», en los que traza palomas de alas puntiagudas, tan esquemáticas, y en los que su amigo le perfila con unos cuantos trazos en un retrato con fecha del 66. «Ningún escritor de la talla de Buero Vallejo generó un espistolario para un único destinatario de tal magnitud», dijo ayer Domingo Ródenas, que ha empleado tres años en la selección de estas misivas que constituyen «dos autobiografías». Sin duda es así. Ambos se ayudaron desde la distancia y el uno estuvo presente en la vida del otro.
A través de cincuenta años de relación, de 1954 a 2000, se da cuenta de las carreras literarias de ambos, tan distintas, llenas de altos y bajos, de alegrías y sinsabores que comparten. Hay en estas misivas alegría. Y melancolía. Se acusa en ellas el paso y el peso de los años, se ansía ese reencuentro soñados tantas veces por ambos en España o en Inglaterra. Está en ellas el autor al que agasajan con un premio y quiere compartirlo de inmediato con su colega, como el «estreno triunfal de ‘‘Hoy es fiesta’’» el 20 de septiembre de 1956, lo que le da enormes fuerzas, pero se muestra cauto ante su nueva obra: «Closas la estrenará en la Comedia de Madrid el 18 de enero, que se presenta de nuevo. En este momento –como suele ocurrirme– estoy ciego y desmoralizado ante lo escrito. Además, supongo que habrá que pagar el éxito de ‘‘Hoy es fiesta’’ y que me esperan con serruchos tras las esquinas...».
Hablan de la edad, como cuando Buero le anuncia sus cuarenta años: «También esto comporta una leve melancolía. Pero estoy bien y hasta hago algún ejercicio de yoga que pocos pueden hacer», y le dibuja dos ejemplos en posturas imposibles. Soto le narra sus estrecheces económicas y cómo éstas se disiparían con un contrato en la BBC: «¿Sabes lo que significaría para mí entrar en la BBC? Acaso la solución de mi vida: sueldo espléndido (superior, con mucho, a cuanto yo hubiera podido imaginar) y un horario de trabajo que siempre te deja medio día libre. Es decir, ahuyentado el problema económico y resuelto el del tiempo para lo que, a parte de mi familia, más me interesa: escribir». Soto recibe con alborozo y verdadera alegría la noticia del enlace de su amigo Toni con Victoria Rodríguez y le pregunta, como haría cualquier amigo a un recién casado, por lo que necesita: «(...) Si no me habláis me descolgaré con algo absurdo. Estoy hecho un lío. ¿Cortinas? ¿Vasos? ¿Libros? Hablad». Tiempo después le cuenta Buero la llegada de su hijo Carlos al mundo, un «chico guapo, llorón, despejado y bien hecho», le escribe.
w La envidia de Sastre
Las intimidades van dejando espacio a los éxitos teatrales y a las suspicacias de éstos, por ejemplo, con el estreno de «Las Meninas». Estamos en mayo de 1961: «No te puedes imaginar la murga que me han dado con que si yo falseaba la historia y a Velázquez. Lo cual, por otra parte, no es cierto, dentro de la libertad de creación del género histórico(...) Los amigos del señor Sastre, eso, sí, comentaron que en la obra se advertía cierto ‘‘posibilismo monárquico’’. Y es que él y un grupito se morían –pues nada varió al respecto desde tus tiempos– de envidia». Soto, desde Inglaterra, añora España, y Buero le abre los ojos de golpe en 1966: «Toma sin vacilar todo lo que Inglaterra puede darte que siempre será más de lo que esta madrastra da nunca». Entrañable es la que le escribe el dramaturgo al novelista al conocer que éste ha ganado el Premio Nadal en 1967 con «La zancada» («Los Reyes Magos no vienen si uno no trabaja –ni sufre–. Tú has trabajado y sufrido, y te han visitado»). Y el amigo le habla del terror que siente ante las entrevistas: «No sirvo. Me asusta el periodista (el español y el inglés). Entrevistas cargadas de tensión».
Las pérdidas y los duelos también están: la muerte de la madre de Soto, que le parte en dos y la carta, que se rezaga pero que acaba por ir al correo: «La madre es la tierra, el hilo directo con el misterioso Dios de los genes y de los electrones. Y eso muere(...)», una misiva honda y humana. Y Luther King, la España de Massiel y el «La la la» y hasta un banquete de torrijas copan esta conjunto único de cartas que felizmente ve la luz.