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Carlos Saura: «Calderón me habría mandado a hacer puñetas»

Con 81 años, este joven talento del cine debuta en el teatro con «Una propuesta sobre el gran teatro del mundo», una revisión divertida del auto sacramental
larazonLa Razón

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Sale el planeta a escena, llamado por el Autor.
Sale el planeta a escena, llamado por el Autor. Y poco a poco, el rico, el pobre, el rey, el labrador, la prudencia, la belleza, el niño componen un retablo de sabiduría y determinismo, una alegoría religiosa y social en la que cada cual tiene un papel asignado. Con «El gran teatro del mundo», Pedro Calderón de la Barca situó al auto sacramental, un género habitual en el siglo XVII y casi un medio propagandístico de la Iglesia católica ante el empuje del protestantismo en Europa, en su culmen, su mayor cota de poesía y de popularidad. El texto regresa a Madrid en una nueva producción gracias a un veterano e impresindible cineasta que, a sus 81 años debuta en el teatro. Carlos Saura, que podría estar en la Historia cómodamente viviendo de su prestigio por sus dramas sociales («La caza», «La prima Angélica», «Cría cuervos»...), por sus versiones filmadas de clásicos del baile flamenco («Bodas de sangre», «Carmen», «El amor brujo») o por sus hermosísimos viajes documentales musicales («Flamenco», «Sevillanas», «Tango»), ha decidido dar otro salto. En el pasado, había dirigido óperas y un espectáculo de flamenco, pero nunca teatro. Le ofrecieron llevar a escena este Calderón y no lo dudó. Eso sí, lo ha hecho con su sello, con mucho humor, y reinventando la historia, con el propio dramaturgo del Siglo de Oro en escena (interpretado por José Luis García Pérez) dirigiendo a una compañía de actores que preparan, en un caótico y reivindicativo ensayo, la obra. En el reparto, nombres de tirón: Fele Martínez, Antonio Gil, Adriana Ugarte, Emilio Buale, Ruth Gabriel, Raúl Fernández de Pablo y Eulalia Ramón, esposa de Saura. El director tuvo el detalle de organizar un ensayo general para que la Prensa viera el montaje antes de sentarse a hacer entrevistas sin saber ni de lo que se habla. Es más, lo exigió, como se hace por cierto en el mundo del cine; no estaría mal que el teatro se apuntara a este sistema. Así, una vez visto, y disfrutado, atendió a LA RAZÓN. Hablamos, claro, de lo divino y lo humano.
-El mundo ha cambiado mucho desde la época de Calderón: la religiosidad, la relación con Dios... ¿Cómo se entiende hoy en día «El gran teatro del mundo»?
-El problema que tenía yo siempre es esa duplicidad que hay en la obra. Por un lado, eso que me fascina tanto: que unos actores representen determinados personajes, que me parece una idea fantástica. Incluso la posible rebelión, que está sólo abocetada en Calderón, porque el pobre tiene que ser pobre y el rico, aunque esté encantado, rico. Lo que pasa es que es una rebelión pequeña y un poco clasista. Y luego está el sentido religioso que tiene la obra, que a mí se me escapa muchas veces. Hombre, lo entiendo, pero me parece que a veces está cogido por los pelos. Mete la eucaristía casi con desgana, de Calderón, como si tuviera que quedar bien con la Iglesia. Yo soy agnóstico, pero he querido respetar el final de Calderón. No hay Eucaristía, pero sí cierto respeto al original, porque si no, sería una traición total. Aunque los personajes sí son válidos para hoy, Calderón habla de otros que no aparecen: el maestro, los militares... En cambio, mete a la pobreza. Hay contradicciones interesantes cuando lo lees despacio.
-Además, ¿un respeto total al texto, actualmente, habría sido una traición total?
-Es que a mí no me apetece nada hacer ahora «El gran teatro del mundo» en una iglesia con dos mil personas. Prefería una cosa popular, pequeña, un ensayo casi familiar. Y buscar los intersticios que hay dentro de la obra. Luego, yo he estimulado mucho lo que más me interesaba, que es la rebelión de los actores contra el director.
-Lo cual, viniendo de un director, tiene mucho mérito...
-Es que adoro a los actores. Soy el peor del mundo, pero vivo con una actriz y antes estuve con otra. Hay que trabajar con cuidado con ellos, mimarlos casi como un padre. Es un trabajo que me gusta mucho, quizá lo que más me gusta de mi profesión, aunque no sé por qué hay que llamarla así.
-Bueno, según esta obra, sería un papel que le ha tocado desempeñar...
-¡Yo soy el autor del autor del autor! (Risas)
-Sí, según Calderón, el papel en la vida que le ha tocado representar.
-Bueno, creo que Calderón me habría mandado a hacer puñetas: ¡éste con qué derecho se mete a enmendarme la plana!
-¿Se siente cómodo con ese personaje?
-Sinceramente, creo que he tenido mucha suerte. La vida ha sido afortunada conmigo. He hecho cuarenta y tantas películas y cinco óperas, he escrito tres novelas, hago fotografía, tengo siete hijos maravillosos, me he casado varias veces... A mí la vida me ha tratado muy bien. Tengo 81 años y muchas ganas de hacer cosas. No puedo decir que me ha ido mal, sobre todo cuando veo alrededor mío que la gente se muere y está enferma. No puedo quejarme.
-La obra tiene retazos, huellas de su cine, pero a la vez es más lúdica, divertida. ¿Ha querido separarse un poco de esa mirada esteticista que tienen algunas de sus películas?
-Son cosas muy diferentes. Esta obra se prestaba a eso. El hecho de inventar la posibilidad de que fuera un ensayo, que lo dirigiera Calderón, es algo que no lo había pensado cuando me ofrecieron hacer la obra. Dije que sí porque me apetecía y conocía el texto bien, pero nunca se me había ocurrido meter a Calderón de protagonista. Y ése fue el quid. Automáticamente todo cambia: el propio Calderón está dirigiendo la obra ahora y con las libertades de este tiempo.
-Por otro lado, hay mucho de su cine en escena, los paneles de sombras, la música, el teatro dentro del teatro... ¿Puede considerarse una prolongación de su filmografía?
-¡Es que me gustaría hacer una película de esto! Lo que pasa es que los productores no están por la cosa. Más que de cine, yo tengo una educación visual. He sido fotógrafo toda mi vida, y tengo facilidad para la imagen. La escenografía es mía, la música la he elegido yo y la iluminación la voy a controlar, aunque tengo una persona estupenda para hacerlo. Tengo un concepto fundamentalmente visual. Yo veo el teatro como algo más visual, con otras posibilidades. De hecho, ya se está haciendo desde hace años un teatro distinto. Lo veo como una combinación de las imágenes, a veces cinematográficas, con lo teatral. La única limitación es que hay que verlo todo en un plano general de una hora y veinte.
-Lleva haciendo teatro toda su vida, a través de las películas, y a la vez nunca lo había dirigido. ¿Es un director de teatro que nunca ha hecho teatro?
-Un poco, sí. He escenificado, porque con Antonio Gades hice «Flamenco hoy» y luego he estrenado óperas, pero teatro con texto, no. No había tenido la oportunidad, hasta que me la ofrecieron. Luego hay otra cosa, algo que le oí a Ingmar Bergman, que decía que en el teatro estaba sentado, dirigiendo pero relajado. Tienes que subir a una montaña, bajar, ir a la carretera... Éste es un trabajo ya para mayores de edad.
-Hay en la obra de Calderón una reflexión sobre ricos y pobres, reyes y labradores...
-Eso está en la obra y es muy divertido. Bueno, nuestro labrador se ha vuelto muy de izquierdas y protesta enérgicamente, pero en aquella época no había comunistas.
-¿Hoy quizá los ricos de Calderón serían banqueros y el rey sería el presidente del Gobierno?
-¿Cómo quizá? Bueno, el rey a lo mejor sería el rey o el presidente. O alguien más cercano al Papa. Hoy hay más pobres y más ricos que nunca.

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