«Carmen» inmersa en el caos napolitano
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María José Montiel cantó de maravilla a pesar de que no la supieron colocar en escena. Zubin Metha sacó lo mejor de una orquesta que juega en segunda.
«Carmen», de George Bizet. Voces: M.J.Montiel, B.Jagde, E.Buratto, K.Smoriginas, etc. Orquesta y Coro del Teatro San Carlo de Nápoles. Dirección escénica: D. Finzi Pasca. Dirección musical: Z. Mehta. Teatro San Carlo. Nápoles, 13-12-2015.
Para muchos de ustedes, como para mí, una ópera o un concierto no son sólo el espectáculo en sí, sino también el antes y después y, a veces, estos pueden tener más jugo que la parte central. Así ha sido en la apertura de temporada napolitana y por una vez vale la pena recrearse en los prolegómenos.
El teatro informó de que, ante la presencia del presidente de la República, el público había de estar en sus asientos media hora antes del inicio. Los alrededores del teatro aparecían colapsados de furgones policiales con más de doscientos agentes. En París todo el mundo tenía que pasar por arcos detectores, pero en Nápoles había puertas en que sí y otras en que no. Un descontrol total. Al final de la representación acudí a saludar a nuestra Carmen a los camerinos. Nadie me puso obstáculo alguno para pasar, simplemente manifesté estar en una supuesta lista de autorizados que nunca apareció y que nadie consultó. Me tropecé con Sergio Mattarella y, divertido por la situación, le puse mi brazo sobre su hombro y le dije: «Ciao, presidente, come va?». Podía haber llevado una pistola, en fin... Tanto control absurdamente inútil.
A los críticos nos suelen reservar buenas localidades, aquí dispuse de una totalmente lateral en el penúltimo piso desde la que no se contemplaba ni una esquina del escenario. Y eso tras las intervenciones de Montiel, Mehta y Pinamonti, que estrenaba cargo como director artístico. No es de extrañar cuando en la cena posterior con los artistas, les hicieron pagar a éstos el cubierto de sus parejas. El turista ve Nápoles como si acabase de sufrir un bombardeo, pero la ruina lírica italiana no es para tanto. Tuve la suerte de poder charlar con un acomodador veterano que también había presenciado el enorme escándalo que montó hace unos cuarenta años Caballé en un «Trovador» defendiendo desde el escenario a un abucheado tenor. Se apiadó de mí y me cambió a un sitio más central, desde el que, poniéndome en pié, podía ver la escena.
Sinceramente, era tan penosa que mejor no haber visto nada. Celosías con iluminación verbenera para recordar España, capotes con nuestra bandera que parecían enormes alas de mariposas, contrabandistas vestidos en Dolce&Gabbana, un Escamillo perdido por las sierras andaluzas en traje de luces, una Carmen atada no por una cuerda sino por tubos fluorescentes... y una inexistente dirección actoral. Las sopranos no suelen saber bailar y menos con gracia gitana, por ello no se puede poner a Carmen a bailar al descubierto ante don José, sino que ha de recurrirse a soluciones diferentes para evitar el ridículo. Creanme que tras las tres nuevas producciones presenciadas en París y Nápoles en una semana se llega a la conclusión que mejor es ofrecer las óperas en concierto... y más barato. Ochocientos euros costaba la butaca en Nápoles.
A María José Montiel no le quedará el recuerdo que ella hubiera deseado, fundamentalmente porque no la supieron colocar en escena. Cantó maravillosamente bien el aria de las cartas y cosechó tras ella algunos «¡bravo!». Su visión tendió más a una Carmen liederista, con pianos y detalles preciosos, si exceptuamos el cuadro final que a la Carmen desgarrada habitual. Tan ovacionada como ella fue la Micaela de Eleonora Buratto y es que el papel es un bombón –hasta empalagoso– para cualquier soprano lírica de bonito timbre y musicalidad. Brian Jagde sacó adelante un don José con la voz adecuada para el personaje pero incapaz de perfumar el aria de la flor por ir siempre a piñón fijo de mezzo-forte y el Escamillo de Kostas Smoriginas no superó la discreción. Afortunadamente había un gran maestro en el foso. Zubin Mehta extrajo todo el impulso dramático de la partitura, velando por el lirismo de otras partes y sacó lo mejor de sí misma a una orquesta que, como la mayoría de las italianas, juega en segunda división. El público que llenaba el teatro respondió con entusiasmo controlado, exceptuando los vítores a Mehta y los abucheos a Daniele Finzi Pasca, director de escena. No puedo dejar de reflejar la emoción y envidia que sentí al escuchar cantar al público, en pié, su himno nacional bajo la batuta de Mehta.