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Historia

La carta perdida de "Ginka" a su amigo Juan Pablo II

Regina Reinsenfeld era una judía rubia que compartió juventud con Karol Wojtyla mucho antes de ser Papa. Su belleza tenía encandilada a casi toda la pandilla

Juan Pablo II deja flores en Auschwitz
Juan Pablo II deja flores en Auschwitz AFP

De la juventud de Karol Wojtyla, futuro Juan Pablo II, emerge el recuerdo de su amiga Regina Reinsenfeld, conocida por el apelativo de «Ginka» entre familiares y amigos. «Ginka» era una joven rubia y judía que tenía encandilados por su atractivo a casi todos los miembros de la pandilla. Residía en un piso de la calle Koscielna, número 7.

Ella recuerda, siendo ya anciana, lo felices que Karol y ella se sintieron cuando les asignaron los papeles protagonistas en una obra del teatro escolar: «Tuve mucha suerte –subraya, sonriente– al ser elegida para el papel de heroína en aquella obra, ya que todo el mundo deseaba actuar en ella. “Lolek”, como llamábamos a Karol, era un magnífico actor y tanbién fue elegido a pesar de su aspecto juvenil, por lo que tuvo que ponerse un bigote postizo para aparentar ser un poco mayor. Los dos nos llevábamos muy bien. Él era un joven tímido, atento y amable, siempre dispuesto a acompañarme a los ensayos, pero desde luego no existió entre nosotros ni el más inocente romance».

Hacia 1936, cuando Hitler ya había tomado el poder en Alemania, los Reinsenfeld comprendieron que una nube de terror iba a descargarse sobre los judíos residentes en Europa. Resolvieron entonces enviar a «Ginka» con su hermana Helena a Palestina: «Wadowice –recuerda “Ginka”– era una hermosa ciudad y un lugar agradable para vivir. Yo era la única judía a la que se le había permitido estudiar en la escuela privada y sabía que contaba con la amistad de mis compañeros polacos, pero también existía el antisemitismo. Curiosamente, la única familia que nunca mostró hostilidad racial hacia nosotros fue la formada por “Lolek” y su padre, el señor Karol Wojtyla, que vivían solos desde la muerte de la esposa de éste, Emilia... Entonces decidimos abandonar Polonia y venir a Palestina porque las circunstancias eran demasiado tensas para los judíos. Yo debía marcharme primero y mis padres me seguirían».

«Ginka» y Helen se salvaron. No así sus padres, que cuando quisieron escapar ya era demasiado tarde. Reinsenfeld murió desterrado en Rusia y su mujer, gaseada en Auschwitz. «Ginka» se casó en Israel, tuvo hijos y se convirtió en abuela. Una tarde de octubre de 1978 supo que a su antiguo amigo Karol le habían elegido Papa de la Iglesisa Católica. No se atrevió a escribirle. Pero siguió por los periódicos la visita de Juan Pablo II a Polonia, y lloró emocionada el día que contempló una foto del pontífice arrodillado en el campo de concentración de Auschwitz.

«Ginka» decidió entonces escribir a Karol a Roma, dándole las gracias «porque había rezado por su madre». Pero al cabo de varios meses, aún no había llegado contestación a su carta desde Roma. Ella se sintió algo decepcionada y tuvo ocasión de decírselo en persona a su antiguo amigo, durante una visita a Roma con su marido.

Previamente, un grupo de paisanos suyos de Wadowice les insistió para que les acompañasen hasta la plaza de San Pedro: «No me encontraba en Roma para ver al Papa», aclara “Ginka”. «Me gusta Italia y he pasado allí algunas vacaciones. Tampoco sentía grandes deseos de acudir a la plaza de San Pedro, la verdad, pues lo que había sucedido en Polonia no me traía más que malos recuerdos. Era incapaz de olvidarme de Auschwitz. Pero finalmente me decidí. Al principio, Juan Pablo II no me reconoció. Después de todo, habían transcurrido más de cuarenta años desde la última vez que nos vimos y entonces yo era joven, mientras que ahora ya soy abuela». Cuando el Papa llegó a su altura, todos gritaron: «¡Es “Ginka”! ¡Es “Ginka”!», señalándola con el dedo. El Papa se detuvo y le miró atento. «¿Me recuerdas?», le preguntó. «Naturalmente que sí –asintió él–: Eres Regina. Vivíamos en la misma casa. ¿Cómo está tu hermana Helen?».

Al oír esto, comprendió que se acordaba de ella, pues conocía el nombre de su hermana mayor. Siguió caminando y, cuando ya estaba a dos metros de ella, no pudo contenerse y gritó: «¡ “Lolek”! ¿Por qué no contestaste mi carta?». El Papa regresó: «¿Qué carta? Nunca recibí nada. De haberlo hecho, te hubiera escrito enseguida. ¿Qué me decías en ella...?». Entonces «Ginka» le contó el motivo que le había impulsado a escribirle, le habló de Auschwitz y al enterarse de que su madre había muerto, él tomó sus manos entre las suyas y durante casi dos minutos la bendijo y rezó delante de ella.

EL ESCALADOR

►Con apenas once años, «Lolek» había descubierto con su hermano Edmund la pasión por escalar o esquiar en los montes Tatra, la cadena montañosa de los Cárpatos, que constituye una frontera natural entre Polonia y Eslovaquia. La montaña siempre le fascinó. «Desde que nací soy un hombre de montaña», recalcaría él siempre. Subió a los montes de Leskowiec, Babia Góra i Madohora. Este último lo recordaba con nostalgia en su propio poema «List do przyjaciela» («Carta a un amigo»), compuesto en la primavera de 1939, en Cracovia, meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Anduvo por los montes Beskides, Pieninos, Gorce, Bieszczady, los Sudetes, los Tatra... No había un solo paisaje escarpado que se resistiese a sus ansias y dotes de escalador. Las montañas formaron parte de su vida, incluso siendo Papa. Veraneaba en Les Combes, en el valle de Aosta, desde donde se divisa el Mont Blanc.