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Ethan y Joel Cohen: «La Academia nos da igual»

Ethan y Joel Cohen / Directores. Tanto monta cuando hablamos de ambos, aunque sea preferible ver su trabajo en la pantalla que tenerlos enfrente para entrevistarlos. Vuelven con «¡Ave, César!» a una comedia de arte mayor con innumerables referencias al Hollywood dorado y a los actores de aquella época. Josh Brolin, George Clooney y Scarlet Johansson encabezan el reparto

«¡Ave, César!»
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Vuelven con «¡Ave, César!» a una comedia de arte mayor con innumerables referencias al Hollywood dorado y a los actores de aquella época. Josh Brolin, George Clooney y Scarlet Johansson encabezan el reparto

En un perfil publicado recientemente en la revista «Variety», el autor se quejaba de algo que se ha convertido en un lugar común entre la prensa especializada: que los hermanos Coen son, como entrevistados, una auténtica piedra en el zapato. No les gusta hablar en general y reflexionar sobre su cine en particular. Da la impresión de que o ponen los ojos en blanco ante cualquier pregunta o responden a ella con lacónico sarcasmo. Se complementan como si fueran gemelos: donde no llega uno, se queda corto el otro. Parecen dos inteligencias pegadas por la espina dorsal del cinismo, aunque, aseguran los que les conocen bien, apenas se ven fuera del trabajo. La mañana después de inaugurar la Berlinale con la magnífica «¡Ave, César!», Joel estaba soñoliento, con los ojos entrecerrados, y Ethan lanzaba risas nerviosas, con las cejas enarcadas. Mientras tanto, los periodistas hicimos lo que pudimos.

La película es, entre otras muchas cosas, un encendido homenaje al Hollywood clásico. No hay género que se les resista. «Son las películas que veíamos de pequeños», explica Joel. «No sentimos nostalgia por esa época porque no la vivimos. Por eso diría que nuestra mirada es más romántica que nostálgica». A lo que añade Ethan: «Es lo que más disfrutamos rodando. En el guión teníamos: «Ahora viene una escena del Oeste». Y claro, luego, había que crearla desde cero en el plató. Eso sí, no repetiría la experiencia del musical acuático. Es la secuencia más digital de todas. Ahora es difícil encontrar nadadoras como Esther Williams ¡Fue un infierno hacerlo!», admite a carcajadas. Como en «Fargo», como en «El gran Lebowski», como en «Arizona Baby», aquí también hay un secuestro, en esta ocasión de una estrella un tanto volátil (George Clooney) que se pasa la película con faldilla romana y sandalias, y que será tentado por una pequeña secta de comunistas, con Herbert Marcuse como mentor, y un guapo bailarín que tiene cara de póster de obrero estalinista. «Tendremos que cambiar de tercio, ¿nos estaremos repitiendo?», bromea Ethan. «Tanto secuestro es una casualidad. En serio, no pensamos en esas cosas. Lo de la autoría no va con nosotros». ¿Tampoco han barajado la posibilidad de que la película se titulara «Las aventuras de Jesucristo en Beverly Hills?» ¿Acaso las referencias bíblicas, empezando por el homenaje paródico a «Ben Hur», son cosa del azar? ¿No es el protagonista de «¡Ave, César!», Eddie Mannix (Josh Brolin), un hombre de buena fe, adicto al confesionario y preocupado por salvarle el pellejo hasta al último mindundi del estudio en el que trabaja de sol a sol? «Es cierto que Eddie lleva los pecados de los demás a cuestas», reconoce Ethan, «pero es un rasgo de carácter que emergió del personaje cuando lo escribimos. No pensamos en su valor simbólico. Nos pareció divertido escribirlo así. Ni locos queríamos hacer una película religiosa». Joel asiente con la cabeza y después explica una anécdota del rodaje de «La última tentación de Cristo», al que asistió con su hijo, y que aparece literalmente en la película. «Debe de ser la única referencia consciente a Jesucristo que existía en el guión».

Que la caza de brujas del senador McCarthy tenga un papel tan importante en el argumento, ¿a qué se debe? «Nos parecía que es un periodo que no ha sido suficientemente aprovechado por el cine, pero si crees que queríamos hacer algún tipo de declaración política respecto a Hollywood, estás equivocado», dice Joel con severidad. Si hay algo que se ha achacado a los Coen durante su larga, prácticamente impoluta, carrera, es su falta de compromiso con la realidad social de su época.

- Vacío histórico

Son posmodernos que trabajan en un vacío histórico, a pesar de que este año, siendo presidentes del jurado en Cannes, otorgaran la Palma de Oro a «Dheepan», de Jacques Audiard, que relata las vicisitudes de un refugiado en un barrio suburbial de París. «Los gestos políticos pueden hacerse de muchas maneras, pero es un error hacer una película política si no tienes la necesidad. Sentirlo como obligación es algo estúpido». Tienen toda la razón, y seguramente tampoco erran el tiro cuando dicen que los Oscar no son importantes. «Cuando hablamos del problema de diversidad racial que hay en la Academia, no queríamos decir que la diversidad nos da igual. Lo que nos da igual es la Academia», sostiene Ethan. Y eso lo dicen con cuatro Oscar a sus espaldas. Los Coen no hacen ascos a trabajar a sueldo. Colaboraron en el guión de «Invencible», de Angelina Jolie; firman el libreto de «Suburbicon», el próximo filme dirigido por George Clooney; y están nominados por el mejor guión adaptado por «El puente de los espías». «El de Clooney es un guión que teníamos guardado en un cajón desde hace treinta años, y el de Spielberg, un trabajo de reescritura», cuenta Ethan. «De vez en cuando es refrescante recibir órdenes de otro que no sea tu hermano», se ríe Joel. «Por suerte, no nos hemos quedado nunca en blanco, como le ocurría a Barton Fink». Es otra manera de volver al pasado, de disfrazarse de aquellos guionistas que cobraban por semanas y reescribían por horas esas películas que, en «¡Ave, César!», se facturan en cadena, en una fábrica de sueños que está abierta 24 horas al día, sensible al escrutinio de dos periodistas cotillas (ambas Tilda Swinton) y expuesta a todo tipo de desastres, eróticos, románticos y submarinos.

Clooney, idiota de película

No es que ni Joel ni Ethan quieran meterse a saco con George Clooney. Todo lo contrario. Lo admiran profundamente y por eso han decidido contar de nuevo con su presencia en el reparto. «Nos divierte. Como actor no tiene vanidad y sí un gran ‘‘timing’’ cómico. Además, a George se le da de maravilla hacer el idiota, y lo disfruta de veras. Era necesario que estuviera», responden a una sola voz cuando se les pregunta por la vena cómica del actor.

El detalle

De récord, 8 horas de cine filipino

¿Qué tienen en común Miles Davis y Lav Diaz? Podría decirse que el trabajo con la duración. Si, en su etapa más experimental, la que incluye joyas como «In a Silent Way», el famoso e inestable trompetista podía grabar piezas de veinte minutos, el cineasta filipino acostumbra a hacer películas que duran de cinco a once horas. La que concursaba ayer en la Berlinale, «A Lullaby to the Sorrowful Mistery», duraba ocho. Todo un gesto programarla en sección oficial. Era raro asistir a una sesión de gala a las nueve y media de la mañana, con la delegación filipina vestida de fiesta, toda vez que la película, que reivindica la memoria histórica de una nación vilipendiada a partir de una meditación sobre la revolución filipina, a finales del siglo XIX, contra la larga y cruel colonización española, es una imperfecta anomalía. Díaz exige que el espectador navegue a través de sus imágenes, a veces «tableaux» vivants, a veces circunloquios logorreicos, en un devenir pendular que debería ir acompañado de un seminario intensivo sobre historia filipina. Su compatriota Raya Martin hizo algo parecido en «A Short Film About Indio National» e «Independencia» de una manera más sintética y evocadora. Precisamente es la capacidad de síntesis y la fluidez discontinua las que guían a Don Cheadle en su notable ópera prima, «Miles Ahead». Este «biopic» no tiene un afán completista, su intención es captar el espíritu mercurial de Davis centrándose en su época más oscura, finales de los setenta, para invocar, casi como en uno de sus imprevisibles «solos», los fantasmas del pasado y profundizar en su relación con Frances, su primera esposa. Cheadle se ata corto en su interpretación, trabaja con inventiva las transiciones entre los distintos tiempos del relato y ofrece un retrato del artista atormentado de una humildad reconfortante.