«La comuna»: El fracaso de las utopías

A Vinterberg no se le dan bien las parábolas. No sabe extrapolar, le cuesta utilizar lo micro para entender lo macro. Se maneja mejor en los mundos autosuficientes, como en «Celebración». Cuando su mirada sobre la vida en comunidad pide a gritos una apertura a la reflexión social, como es el caso de «La comuna», su cine cierra el objetivo, se hace pobre y estrecho, condicionado como está por su tendencia al golpe de efecto dramático. Así las cosas, por mucho que la película esté ambientada en la era del amor libre y el desafío a lo que Deleuze y Foucault denominaron «instituciones de control», Vinterberg prefiere obviar el contexto que podría haber enriquecido su retrato coral. La coralidad es una excusa, lo colectivo se diluye en beneficio de lo melodramático. Un adulterio, un imposible triángulo amoroso y ya está: lo que permanece fuera de foco es pura decoración. Por eso «La comuna» no es una película sobre el fracaso de las utopías. A Vinterberg solo le interesa filmar la depresión de una mujer (excelente Dyrholm) cuando deja de sentirse querida, y se acuerda del resto de miembros de la comuna para machacar el ánimo del espectador con una tragedia que ni siquiera viene a cuento.