Teatro

Berlín

¿Por qué los nazis no destruyeron París, como había ordenado Hitler?

La cinta refleja el apasionante cara a cara entre el general alemán Von Choltitz (sentado) y el diplomático sueco Raoul Nordling
La cinta refleja el apasionante cara a cara entre el general alemán Von Choltitz (sentado) y el diplomático sueco Raoul Nordlinglarazon

El director de cine Volker Schlöndorf recrea este capítulo de la historia en su película «Diplomacia»

Agosto de 1944. Las tropas aliadas cercan París. Hitler tiene la guerra perdida y, en un acto final de odio, ordena destruir por completo París: el Louvre, la Torre Eiffel, los Campos Elíseos, Nôtre Dame, Trocadero y los Inválidos... Todo debía ser dinamitado, la ciudad convertida en una ruina. Sin embargo, el general alemán al mando de la ciudad, Von Choltitz, no acató la orden. Hasta aquí, los hechos. Aquella mañana del día 25, el de la liberación, con Von Chlotiz a punto de dar la orden, un diplomático sueco, Raoul Nordling, se cuela en su despacho para hablar con él. Esta hipótesis, y la hora y media que sigue, de tiras y aflojas éticos e históricos entre ambos, militar y cónsul, conforman «Diplomacia», la obra de teatro de Cyril Gely que Volker Schlöndorff ha convertido en su nuevo filme, un trabajo austero apoyado en las impresionantes interpretaciones de André Dussollier (Nordling) y Niels Arestrup (Von Choltitz).

–Su primera intención fue hacer un telefilme con esta obra, pero luego decidió que fuera un largo para salas. ¿Por qué?

–He rodado ya tantas películas sobre la II Guerra Mundial que no me apetecía hacer otra más. Era escéptico también porque había visto hace poco una copia restaurada de «¿Arde París?» en la Cinemateca [se refiere al filme de René Clément de 1966 sobre el mismo tema]. Creo que hubo dos cosas que me convencieron. La primera fue la ciudad. Pensé que sería agradable homenajearla con el filme. Para mí ha sido muy importante: llegué allí con 15 o 16 años, en 1965, y he pasado en ella la mitad de mi vida, con interrupciones. Para mí es la ciudad clave, mucho más que Berlín, Múnich o el lugar de donde procedo, un pueblo en el centro de Alemania. París es la ciudad de mi vida. La otra razón fueron los dos actores, especialmente la idea de tener a Niels Arestrup, francés, interpretando a un general alemán. Pero no imaginé, al menos hasta que estábamos metidos en el rodaje, que habría suspense. Y eso que todo el mundo sabe cómo acaba la historia, pero lo hay, puedes sentir la tensión, e, incluso más sorprendente, la emoción.

–¿Cuánto hay de ficción y cuánto de hechos reales en la historia?

–El escenario histórico es totalmente auténtico. Sabemos que el general recibió una carta manuscrita de Hitler tres semanas antes en la que le decía qué debía hacer, y que había realizado todas las preparaciones para volar los puentes y los monumentos. Y es verdad que ese cónsul mantuvo varias reuniones con el general. Pero no sobre volar o no volar París. Hablaron del armisticio, de los prisioneros de guerra... Desde luego, y está en la autobiografía de ambos, hablaron de si era posible defender París de los aliados que estaban llegando, de si tenía sentido estratégico hacerlo... Pero nunca le dijo al general: «No debes hacer esto». Ahí entra la obra, con esa última visita nocturna a través de esa puerta secreta. Eso es ficción. Aunque creo que la mayoría de los argumentos que se intercambian en esa noche, de una forma u otra habrían estado en la cabeza del general. Era obvio. Mucha gente fue a verle: el alcalde de París, incluso el embajador alemán y otros generales... Es cierto también que los aliados le dieron una carta al cónsul para que se la llevara esa última noche, sin emabrgo, éste sufrió un infarto y fue su hermano quien la llevó. Hay mucha realidad en el filme, pero la pugna entre ambos a lo largo de esa noche, eso es ficción.

–Hoy podríamos mirar a Von Choltitz como el hombre que tenía órdenes de destruir París y decidió no hacerlo. Para un alemán como usted, ¿cuesta pensar en un general nazi como un héroe?

–No, porque él mismo no se veía como tal. Cuando sube al tejado y manda detener la orden es un hombre roto, acabado. Mientras estábamos rodando en el Hotel Meurice, el director llamó al viejo barman, que tenía 94 años. Él me contó que en los 50, vio un día al general entrando por las puertas giratorias. El barman le saludó y le ofreció una copa, y éste se mostró visiblemente molesto por haber sido reconocido, la rechazó, diciéndole que tan sólo quería echar un vistazo, y se marchó. No es un héroe, no es el salvador de París: su personaje es demasiado ambiguo para serlo. No creo que haya un ganador y un perdedor. El cónsul gana porque logró salvar a la ciudad, pero a la vez comprometió su integridad, y el general también vence, pero ante todo es un perdedor, porque no hay nada peor para un militar que la capitulación.

–Hace años ya que Alemania rompió el tabú del cine sobre el nazismo y la II Guerra Mundial. Ahora, de hecho, ocurre lo contrario: es un tema recurrente. ¿Hasta cuándo será necesario seguir abordándolo en el cine?

–Probablemente, dentro de cien años se seguirán haciendo películas europeas sobre la II Guerra Mundial. Espero que sea porque es la última vez que tenemos una confrontación así. Yo no puedo decir: «Ya está bien». No quiero hacer más filmes con este tema. Pero lo cierto es que hay un millón de historias que no han sido contadas. Es un poco como con la Guerra Civil española. Creo que dentro de 50 años, aún habrá gente que haga filmes sobre ella de vez en cuando. La memoria de la gente es más lenta que la actualidad. Recuerdo cuando era un niño y con mi hermano teníamos que acompañar a mi padre, que era médico, al campo. Entre paciente y paciente, nos enseñaba latín. A veces nos topábamos con algún anciano que aún hablaba de Napoleón, que había cruzado el Rhin 150 años antes... El Holocausto es una masa crítica.

–¿La sensación de culpa sigue existiendo?

–Yo nunca sentí culpa, sino vergüenza de pertenecer a una civilización en la que son posibles cosas así. Y por lo tanto, siempre te preguntas: ¿cómo ocurrió? Pero no puedo sentirme culpable por cosas que no he hecho. Para mí, ha supuesto una ocupación de por vida, algo de lo que no puedo desprenderme. Pero, admitámoslo, también ocurre que cuando un productor me dice: «Tengo una historia para ti», hay un 99% de posibilidades de que sea de la II Guerra Mundial. Tengo otros dos proyectos, que son contemporáneos, y no logré conseguir financiación. Estoy seguro de que si hago otra historia de la II Guerra Mundial la lograría al momento.

–¿Ni siquiera le ayuda su curriculum?

–Da igual. El mercado se ha vuelto imposible en estos momentos. Hace tiempo vivimos los años dorados del cine, pero hoy es difícil para todo el mundo. Podría decir lo mismo de mis colegas Wim Wenders o Werner Herzog: les cuesta rodar los largometrajes que quieren hacer. Que tu nombre sea conocido no implica que vayas a conseguir financiación.