«Red Army»: el deporte como arma ideológica
Con el hockey como excusa, Gabe Polsky analiza el enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS. Cualquier medio era bueno para mostrar el potencial de uno frente al otro y los soviéticos vieron en el hielo un filón
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Julián Herrero.- Con el hockey como excusa, Gabe Polsky analiza el enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS. Cualquier medio era bueno para mostrar el potencial de uno frente al otro y los soviéticos vieron en el hielo un filón
¿Sonrisa? ¿Qué es eso? «¡Esto es hockey!». Los militares habían tomado el hielo de los pabellones soviéticos y hacían de este juego algo más que un deporte. No se pasaba ni una. Era una academia más, una forma de dar ejemplo, una manera de sacar pecho con uno de los orgullos nacionales. Propaganda de la buena. Tanta que, allá por los sesenta, el país entero vivía volcado con sus héroes. Los niños no tenían en la cabeza nada más que no fuera un «stick» y una pastilla. Las pruebas para entrar en el «Ejército Rojo» –«Red Army»– comenzaban en cuanto la chavalería era capaz de ponerse en pie sobre la pista. Las familias ahorraban durante el tiempo que fuera necesario –dos, tres, cuatro años– para acumular los 200 o los 300 rublos que permitieran a sus hijos equiparse antes de probar suerte –previas filas kilométricas– ante los sargentos de hierro que juzgarían si eran «lo mejor de lo mejor de lo mejor». Porque no valía un simple crío que destacara por encima de la media; se quería a la élite. Y cuando ya formabas parte de estos pocos privilegiados, se trabajaba como si quedara todo un mundo por aprender. Por las malas si era necesario. Sólo así lograron llegar a la excelencia.
Todo este mundo es el que ha recogido Gabe Polsky en su película-documental «Red Army». Lejos de pasar desapercibida en España, por aquello de la poca afición al hockey, ha despertado el interés de muchos; «más de los esperados», afirman desde la distribuidora, Caramel. Y es que la hora y cuarto de imágenes de archivo y entrevistas que, arropadas por una folclórica y sugerente banda sonora, se mezclan en el filme de Polsky no requieren conocimiento alguno sobre el deporte de invierno. El hockey es sólo la excusa perfecta para hablar de «la historia de Rusia», como explica el propio director.
Porque no hay que olvidar el escenario de esos años: la guerra que la Unión Soviética y Estados Unidos mantenían por medio mundo. Todo valía, cualquier medio era bueno para demostrar que uno era superior al otro y la URSS encontró en el hockey su particular filón. No tenían rival. Habían revolucionado el juego. Los métodos toscos y rudos de antaño perdían peso dejando sitio a los nuevos que equiparaban a este deporte con el Bolshói y el ajedrez. Las coreografías del ballet se representaban ahora con los patines y las tácticas se supervisaban por eruditos de las 64 casillas. Todo era nuevo. Y había que mostrarlo al mundo, especialmente a Norteamérica. Para Polsky «fue el renacimiento del hockey».
La leyenda del hielo
Pero, pese a ir más allá del juego, el hilo conductor lo lleva todo un emblema del hielo, Vyacheslav Fetisov, «Slava». Capitán y figura del «Ejército Rojo» –como se conocía al CSKA de Moscú– y de la selección desde finales de los setenta hasta los noventa. El propio jugador saca su lado «más ruso», en palabras de Polsky; «se muestra algo alocado, divertido, irónico y oscuro, pero, principalmente, su personaje es muy ruso». Después de darlo todo durante años por su país y por su equipo y de haber viajado a EE UU en diferentes ocasiones, decidió dar el salto y cambiar la liga soviética por la NHL americana. Era algo inaudito, ¡el mejor patinador y estandarte de la URSS quería pasarse al bando enemigo! ¡Cambiaba los valores comunistas por el capitalismo! Rusia no podía consentirlo. El Gobierno comenzó a mover los hilos y rápidamente sus alargados tentáculos se extendían por todo su entorno. Hasta los amigos más íntimos habían sido tocados por el KGB. El capitán estaba solo y, mientras, veía cómo otras figuras sí que podían dar el salto a América. Se escapaban si hacía falta, tarea más que difícil con un cuerpo de espionaje que nos les dejaba libres ni un segundo. Dejar marchar a una leyenda al enemigo sería una derrota y «una vergüenza porque se les iba su gente» –dice el director–. Y más, de dentro de la propia Guerra Fría.
Un Festisov desesperado y defenestrado buscó ayuda en su primer mentor, Tasorov. El gran entrenador de su carrera, muy lejos del actual: Viktor Tikhonov, uno de esos malos de cuento, que le da otro de los alicientes al documental. El lado oscuro. Precisamente haciendo gala de esa «maldad», fue el único protagonista que declinó su participación en «Red Army», «uno de los grandes misterios del cine», bromeó Polsky. Tikhonov fue el primero en prometerle la salida a «Slava» y, también, el primero en recular, aunque tampoco fue algo que le pilló por sorpresa. El entrenador era poco menos que la extensión de los de arriba. Les obligó a vivir por y para el hockey, recluyó al equipo once meses al año, militarizó por completo las concentraciones, convirtió todo en un suplicio... Algunos terminaron por abandonar y retirarse. «Llegaron esos resultados a pesar de haber tenido ese adiestramiento tan militar y rígido», se sorprende Polsky para alabar la calidad innata de aquel equipo comandado por Fetisov que «hacía lo que quería».
Pero tras años de luchas, de promesas incumplidas, de decepciones y plantes del propio «Slava», lo consiguió. Se pasó al lado americano. Su sueño ya era un hecho... O no. Porque no todo era tan bonito como lo pintaban. En la Liga no les aceptaban y no eran capaces de desarrollar el hockey de ballet con el que habían encandilado al mundo. Según explica Polsky, «la gente no les quería. Dentro de la NHL estaban asustados por la llegada de jugadores con ese talento porque se pensaban que les iban a robar el trabajo. Tanto los deportistas como los entrenadores se sentían amenazados». Cada equipo tenía a su ruso, pero no era suficiente. Nadie entendía sus jugadas. Braceaban solos en un océano de hielo.
Pero no por mucho tiempo. Con unos inicios difíciles en la NHL en los que no eran más que «rookies» –novatos– pasados de edad –superaban ampliamente la treintena–, los Red Wings de Detroit dieron con la tecla: juntar en un mismo equipo a varios de los soviéticos. ¡Bingo! Las danzas del Bolshói y los movimientos de ajedrecista volvieron a verse. ¿Resultado? Stanley Cup –nombre del trofeo–, ganada. Todo era tan fácil como rodear a los rusos de más rusos. Les costó, pero los soviéticos que cruzaron medio mundo para demostrar que eran los mejores en esto terminaron haciendo lo propio. ¿Quién había ganado entonces? ¿EE UU, que arrebató a su máximo rival sus emblemas, o Rusia –cuando ganan, la URSS ya había desaparecido–, que consiguió que cinco de sus hombres se hicieran con uno de los trofeos más deseados dentro de Norteamérica?
«Biopic» de los Polsky
«Es un homenaje a mis padres», explica el director. Y es que su familia sabe mejor que nadie la soledad que sintieron los jugadores de hockey que protagonizan «Red Army» en su salto a América. Cuando él nació, en 1979, los Polsky ya se habían instalado en Chicago procedentes de la extinguida URSS, de Ucrania concretamente, por lo que desde pequeño ha vivido en el «capitalismo americano», pero aún así tiene en mente que tanto su madre como su padre «tuvieron el mismo problema de integración, y no porque la gente fuera a acogerles mal, sino porque también se llega con unos prejuicios que te frenan», explica el cineasta. Además, el hockey es un deporte que en la ciudad de Illinois se vive los 365 días del año y Gabe Polsky –en la imagen–, como buen amante de la pastilla y el «stick», lo practicó ya de pequeño, llegando a coincidir con un entrenador soviético, pero «no de los de la vieja escuela, mi ‘‘coach’’ no fue tan duro como los métodos que empleaba Tikhonov», explica el director.
El detalle
Los Cinco Rusos: lo mejor que ha visto el hockey
Todos los focos estaban puestos en Estados Unidos y en su «impresionante» liga de hockey. No había nadie capaz de superarlos... Salvo un grupo de cinco rusos que hacían cosas que nunca se habían visto. Sergei Makarov, Alexei Kasatonov, Igor Larionov, Viacheslav Fetisov y Vladimir Krutov –de izquierda a derecha en la imagen– eran sus nombres. Combinaban entre ellos a velocidades de vértigo; el defensa era tan peligroso o más que el que jugaba arriba, no perdonaban delante de la portería, se multiplicaban en el campo... «Eran con mucha diferencia lo mejor que ha visto este deporte», cuentan los expertos. Les costó dar el salto del «Ejército Rojo» a la NHL y aún más consagrarse, pero una vez se acoplaron, demostraron que el hockey no es –sólo– un deporte de contacto, que también se puede jugar bailando. Años después de aquello y con Krutov ya fallecido al mes de finalizar el rodaje de «Red Army», los «Cinco Rusos» restantes ocupan importantes cargos en el Gobierno de Putin y en la Federación Rusa de hockey en una reconquista de los héroes.