Stanley Donen, cantando la historia de Hollywood
El director de “Cantando bajo la lluvia”, entre otras películas emblemáticas, falleció ayer a los 94 años un día antes de que se entreguen los Oscar, que solo recibió a título honorífico
El niño que soñaba con volar bailando como Fred Astaire consiguió hacerlo realidad cuando lo dirigió en «Bodas reales» (1951) e hizo que bailar por las paredes y el techo, desafiando las leyes de la gravedad y en una de las más memorables escenas del cine musical, coreografiada por Nick Castle. La genialidad de Donen y Astaire fue pensar que la escena podría lograrse. El departamento de decoración creó una habitación inscrita en una rueda que giraba cada vez que el bailarín parecía subirse por la paredes hasta bailar en el techo en un plano secuencia, con tres imperceptibles cortes, nunca antes creado ni luego superado. Una cámara fija enfocaba la secuencia de una perfección técnica pareja a su aparente simplicidad.
Ese fue siempre el sello del virtuosismo de Fred Astaire, además de su elegancia y perfección técnica, que adoptó Stanley Donen a lo largo de su carrera como director de musicales, comedias y dramas tan amargos como «La escalera» (1969), con Rex Harrison y Richard Burton interpretando a dos locas amargadas, estrenada el año de los disturbios de Stonewall. Era lógico que después de su extraordinario debut en «Un día en Nueva York» (1949), realizada con su amigo Gene Kelly, Fred Astaire lo llamara para dirigir dos de sus más emblemáticas comedias musicales de los años 50: «Bodas reales» (1951) y «Una cara con ángel» (1957), ya en el ocaso de su carrera.
Innovador
En la primera rendía tributo al Hollywood del musical clásico, rodada en estudio, mientras que en la segunda, tras la ruptura que supuso «Un día en Nueva York», cuyos exteriores se rodaron en esa ciudad con una libertad que anunciaba «West Side Story» (1962), volvía a dirigir a Fred Astaire y a Audrey Hepburn por la calles de París con originales secuencias como la del museo del Louvre y la cava «enfaticalista», en la que Hepburn parodiaba a los existencialistas, y la bajaba por las escalinatas como una moderna Victoria alada de Samotracia fotografiada por Richard Avedon. Donen imprimió a sus musicales tres innovaciones esenciales: la filmación en exteriores, un mayor grado de realismo y la integración dramática del baile en la trama. Gene Kelly, Frank Sinatra y Jules Munshin conferían a su escapada por Nueva York de una vitalidad, dinamismo y energía inusuales en el cine de la MGM, gracias al productor Alan Fred. De toda su obra, «Cantando bajo la lluvia» (1952) es sin duda la obra maestra del género. Todo su cine, incluidas cintas tan maravillosas y rompedores como «Siete novias para siete hermanos» (1954) y la ya citada «Una cara con ángel» (1957) quedarán en un segundo plano comparada con «Cantando bajo la lluvia».
Era evidente que Gene Kelly quería que Stanley Donen codirigiera la película en la que tenía un papel protagonista cantando y bailando con tal entusiasmo que dotaba al filme de un ritmo tan vertiginoso que requería de alguien capaz de visualizar con largos planos a la altura de la mirada los números musicales. De hecho, todo el filme es un homenaje al cine dentro del cine. Una parodia de Hollywood con la irrución del cine sonoro y la abrupta adaptación de las estrellas al nuevo medio, además de un «revival» de temas musicales del cine clásico de los años 30, con los que rendían homenaje a Busby Berkeley, con quien Gene Kelly había trabajado, revolucionando a su vez la comedia musical. El número de Gene Kelly de «Cantando bajo la lluvia» está considerado como una de las secuencias cumbres del cine. Todos sus números son memorables, como sus intérpretes. Debbie Reynolds ya había protagonizado «Tres chicas con suerte» (1953) y fue la perfecta y dulce pareja de Gene Kelly junto a la vampiresa y magistral bailarina de piernas interminables Cyd Charisse, la sublime Jane Hagen como Lina Lamont, parodiando a las extravagantes estrellas del cien mudo, y Donald O'Connor, impresionante con su número «Haz reír».
Murmullos en la audiencia
Cuando Stanley Donen, de nuevo con Gene Kelly, dirigió «Siempre hace buen tiempo» (1955), la comedia musical como la había concebido la MGM, aburrió a los espectadores. Cada vez que el diálogo daba paso a una canción, los espectadores murmuraban: «Van a ponerse a cantar». Lo que fue una lástima, porque el filme era muy superior a «Un día en Nueva York», al que le añadía un deje amargo que se irá acentuando hasta culminar en «Dos en la carretera» (1967).
Los años 50 fueron los de los grandes musicales, comenzando por «Siete novias para siete hermanos», que Stanley Donen no consiguió rodar en exteriores, perdiendo en realismo lo que ganaba en cromatismo kitsch, hasta convertirse en una de esas joyas musicales siempre vivas. La influencia del coreógrafo Jack Cole, en «Bésame, Kate» (1953), película que no firmó Donen, es patente en Bob Fosse, que coreografió «Juego de pijamas» (1957) y «Malditos yanquis» (1958), preludiando su carrera como renovador y modernizador del musical, como había hecho Stanley Donen en los 50.