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Desinformación e iluminados

Conspiranoicos, terraplanistas y otros iluminados: así es la plaga del siglo XXI

Un libro se acerca a los mecanismos psicológicos y los «razonamientos» de quienes insisten en creer «su verdad» por encima de los hechos

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Hay un ex jugador de fútbol al que pasean por los platós de televisión para decir que la Tierra es plana. El tipo no es un astrofísico o un ingeniero aeroespacial. No sé si tiene estudios. Solo es un opinador con ganas de fama del que se aprovechan las cadenas para tener audiencia. El hombre ha memorizado el argumentario terraplanista que circula desde hace años y lo suelta con destreza para decir que hay un complot histórico mundial para ocultar la verdad. Es la versión pro del cuñado navideño: no tiene dudas, pero tampoco evidencias.

El fenómeno de las teorías de la conspiración cuenta ya con análisis psicológicos y culturales porque está muy extendido en todos los ámbitos, desde el político y médico al alimenticio. Quizá en Italia están más adelantados que nosotros en el reconocimiento del fenómeno como un objeto de estudio. Allí se llama «dietrología» a la búsqueda obsesiva de una razón oculta a cada cosa, que suele acabar con la sugerencia de un complot malvado. Parece una broma, pero la situación es preocupante por la deriva irracional y anticientífica que supone, ya que revela sociedades en decadencia incapaces de generar asideros sólidos a sus ciudadanos.

Para acercarnos a este tema, Mattia Ferraresi, redactor jefe del periódico italiano «Domani» y colaborador de la prensa norteamericana, ha publicado «Los demonios de la mente» (Ediciones Encuentro, 2025). El subtítulo es muy acertado: «Relato de una época en la que no se confía en nada, pero se cree en todo». Ferraresi parte de la evidencia de que vivimos en un ambiente posmoderno y nihilista que tiende a la deconstrucción de la historia, la tradición, la razón, la ciencia y la fe. En ese vaciado, el individuo se aferra a cualquier extravagancia para dar sentido al mundo y a su existencia personal. Lo contó en su día Martin Heidegger en «Ser y tiempo» (1927): la búsqueda de una explicación a lo que nos rodea es una necesidad humana para asentar la mente. Y, claro, en un momento civilizatorio en el que la ciencia es una opinión cualquiera, es lógico que haya gente que se aferre a lo que Ferraresi llama «extravagancias explicativas» o teorías de la conspiración.

Los iluminados

El creyente en los complots jura que todo es un engaño, que las cosas no son lo que «nos han dicho», sino que existe una verdad oculta que hay que denunciar. El motivo del ocultamiento de esa verdad, recuerda Ferraresi, siempre es malvado, con lo que el relato del paranoico es una trama llena de conspiraciones urdidas en lugares misteriosos, con rituales secretos que se hunden en la historia, para fines aviesos que aseguren su poder. En dicha narración hay más preguntas que respuestas («¿Qué ocultan?»), más desafíos que evidencias («Un día se sabrá»), y se beneficia de la ignorancia y de los temores del oyente («La ley de la gravedad no existe. Es una simulación informática», por ejemplo).

Lo patológico es que el revelador del «engaño» siente que mantener una postura escéptica ante cualquier cosa le convierte en inteligente y libre, mientras que el resto del género humano –sí, usted también– es idiota y esclavo. El descubridor, cuenta Ferraresi, se siente superior a los demás, poseedor de un conocimiento del que los demás carecen. Esto produce una reacción química en el cerebro del iluminado –la segregación de dopamina– que le convierte en un yonki de «su verdad». Cuántas más veces repita su historia, más cerril se muestre, y más «secretos» desvele, más dopamina segregará su cerebro y más placer obtendrá. Por eso, una vez se aferran a una extravagancia, como la Tierra plana, asumen otras sin poder parar. Del terraplanismo pasan a las vacunas con microchips, los chemtrails, la Antártida con una civilización alienígena, los reptilianos entre nosotros, y otras historias parecidas.

Ferraresi detalla el proceso para convertirse en un paranoico de este tipo. Lo primero es la «iluminación». El paciente vive en una supuesta oscuridad de conocimientos, frustrado por no entender la realidad, y de pronto tiene una iluminación como una revelación religiosa. Es un momento mágico por el que una palabra, una lectura, un vídeo o un podcast le muestra «la verdad». Es una epifanía del conocimiento. Una vez ha visto la luz se produce, dice Ferraresi, «el despertar», y se dedica a denunciar el «engaño» o lo que «está mal». Esto encaja con el «wokismo» y el posmodernismo: una sociedad basada en la dominación de unos sobre otros a la que hay dar la vuelta con métodos autoritarios y anticientíficos como la cancelación, o la resignificación de museos y bibliotecas, o la reescritura de novelas clásicas. Estos posmodernos ven conspiraciones por todos lados, en el pasado y en el presente, y se atribuyen la misión histórica de arreglarlos desvelando la verdad.

¿Cómo hemos llegado a esta plaga? Ferraresi cuenta en el libro que es un fenómeno que ocurre en grupos de izquierdas y de derechas. Ambos pivotan sobre la idea de que la realidad es un engaño que esconde una manipulación. Unos culpan al capital, a la Iglesia católica y al hombre blanco heterosexual, cisgénero y de mediana edad; y otros a la élite globalista, con su agenda de feminismo, ecologismo y colectivismo. Esta floración de paranoias se ha producido, según Ferraresi, por cinco acontecimientos. El primero es la crisis política de comienzos del siglo XXI, donde ha aumentado la sensación de que la democracia no es la solución sino el problema, y se tacha de truco oligárquico. El segundo suceso es económico, basado en la certeza de que vivimos en un sistema que se puede desmoronar en cualquier momento, como pasó en 2008. La tercera circunstancia es el miedo creciente al mundo digital provocado por la incógnita de los límites de la Inteligencia Artificial. La cuarta es la desconfianza hacia la ciencia y la medicina como efecto de la epidemia de covid-19 y los desastres naturales. Y, finalmente, la idea de que tenemos la guerra en nuestra puerta desde la invasión rusa de Ucrania y el conflicto en Gaza.

Vivir en «Matrix»

El conjunto ha extendido la creencia en las teorías de la conspiración, que consideran que nuestra idea del mundo es un engaño urdido por quienes tienen el poder. Ferraresi va poniendo ejemplos en cada capítulo. Es el caso de los hombres murciélago en la cara oculta de la Luna, la creencia de que vivimos en un matrix –que es una versión del mito de la caverna de Platón–, el alunizaje escenificado en Hollywood, los atentados del 11-S organizados por la administración estadounidense, la evolución humana impulsada por alienígenas, el clima controlado por el «gobierno mundial», o que los pájaros son drones de vigilancia. Quienes no ven estas cosas, dicen los conspiranoicos, son ingenuos, crédulos, cómplices o víctimas de un lavado de cerebro para la dominación mundial por un designio oculto.

Quizá en la virtud del libro de Ferraresi está su carencia, que sin serlo, es bueno apuntar. El libro se lee con mucha facilidad por el tono periodístico, pero le faltan detalles. Podría haber profundizado más en el medio de información por excelencia en este siglo XXI, las redes sociales, ya que proporcionan una versión del mundo sin fact-checking. Pilar Carrera cuenta ese influjo en el inconsciente colectivo en «La comunicación en el diván. Efectos políticos del imaginario digital» (Cátedra, 2025). También hubiera sido interesante profundizar en el desplazamiento de la autoridad en la comunicación de la información y su efecto en la verdad, asunto que trata David Cerdá en «El dilema de Neo. ¿Cuánta verdad hay en nuestras vidas?» (Rialp, 2024). Esto no quita que sea un libro muy entretenido y útil.