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Crítica de clásica

Dos conciertos con sonoridad italiana

Obras de Rossini, Mozart, Berlioz, Respighi-Rossini, Walton, Bartók y Rave. Solistas: Michael Barenboim, violín y Antoine Tamestit, viola. Orquesta de la RAI italiana Torino. Director: Andrés Orozco Estrada. Auditorio Nacional. Madrid, 5 y 6-XI-2025

El director de orquesta colombiano Andrés Orozco Estrada
El director de orquesta colombiano Andrés Orozco EstradaWerner Kmetitsch

La Orquesta Sinfónica de la RAI Torino tenía que habernos visitado hace años, pero la pandemia lo impidió. Llega ahora en una gira que ha empezado en Madrid. La agrupación nació en 1994 mediante la fusión de las de la RAI de Turín, Roma, Milán y Nápoles y por ella han pasado maestros de peso como Sinopoli, Prêtre, Giulini, Maazel, Mehta, Gergiev, Petrenko, Chailly, etc. Andrés Orozco-Estrada accedió a su titularidad el pasado año, sucediendo a James Conlon.

El primer programa comenzó de forma muy italiana, con la obertura del «Guillermo Tell» rossiniano, una pieza emblemática que sintetiza el genio teatral del compositor. Su introducción bucólica evoca la calma alpina con un delicado canto de los violonchelos, bien iniciado por su solista, seguido de la tormenta que antecede a la marcha triunfal final. Orozco Estrada y la RAI resaltaron el dramatismo y la precisión de sus contrastes dinámicos. A continuación el «Concierto para violín nº 5» de Mozart, cuyo sobrenombre, «El Turco», procede del episodio rítmico exótico del tercer movimiento, en el que Mozart juega con acentos irregulares y ritmos animados, que son un reto endiablado para los solistas. Michael Barenboim, hijo de Daniel, no se mostró a la altura de otras ocasiones ni por caudal sonoro ni por contrastes, ofreciendo una interpretación de belleza contenida. La orquesta y el solista intentaron dialogar, sin lograrlo siempre, con el refinamiento camerístico que encarna el equilibrio mozartiano entre claridad melódica y humor sutil. El violinista concedió de propina una pieza de Kreisler que no aportó gran cosa. Cerró la tarde una sinfonía que, tiempos atrás, teníamos hasta en la sopa, pero que ya no se programa con esa frecuencia y que siempre resulta de muy grata audición. Estrenada en 1830, revolucionó el lenguaje orquestal al narrar, casi cinematográficamente, la obsesión de un artista por su amada. Resulta sorprendente que la «Sinfonía Fantástica», fuese escrita apenas seis años después de la Novena beethoveniana. Su riqueza tímbrica y su audacia armónica marcan un punto de inflexión en la historia del género sinfónico narrativo. Sus cinco movimientos –desde sueño y la pasión al delirio final– constituyen un viaje emocional guiado por una idea fija melódica que reaparece transformada vez tras vez. Destacó en la lectura de Orozco Estrada su calidez expresiva latina, en vivo contraste con la precisión de la Royal Philharmonic que nos visitó en la apertura del ciclo de Ibermúsica.

El segundo programa exploró el siglo XX desde diferentes prismas del color orquestal. «La boutique fantasque» es un ballet en un acto compuesto en 1919 por Respighi, orquestando músicas de Rossini a petición de Diáguilev, que es tan poco programado como el ballet de Bartok «El mandarín maravilloso». Curiosamente es ofrecido estos días en el Teatro Real, con lo que se pudo apreciar que su orquesta no tiene nada que envidiar a la italiana sino, quizá, todo lo contrario. También «La Valse» (1920) la hemos escuchado esta misma semana con Argerich y Goerner y semanas antes con la OCNE. Cosas de la vida. El viejo mundo europeo se despedía tras la Gran Guerra descomponiendo un vals progresivamente en un torbellino apocalíptico. Algunos pensamos que no estamos muy lejos de entonces. A lo largo de la tarde, superior director y orquesta al día previo.

Pero lo mejor de ambas sesiones vino de la mano del «Concierto para viola» de William Walton (1929), de un lirismo británico contenido que combina melancolía y energía rítmica y que nos fue servido en una formidable interpretación de Antoine Tamestit, en la que la viola cantó con gran pureza y concentrado lirismo sin eludir el frecuente dramatismo de la partitura. Una lectura de un excelente músico, que hubo de conceder dos propinas –Bach y Vieuxtemps– antes del descanso. Por su parte, director y orquesta terminaron con otra, el Intermedio de «Cavalleria rusticana», con el sonido italiano con el que comenzaron su gira, pero que hemos escuchado otras veces con mayor vuelo. Éxito, como siempre.