Clásica
Crítica de la OCNE en el Auditorio Nacional
Obras de Gluck, Boccherini y Mozart. Julia Hagen (violonchelo). OCNE. Dirección musical: Giovanni Antonini. Auditorio Nacional. 11 - II- 2024
No es algo que se pueda defender fácilmente, y de entrada parece una idea bañada en el aura mítica del Romanticismo, pero lo cierto es que en ese último movimiento de la «Sinfonía n.º 41 en Do Mayor» da la sensación de que Mozart se está despidiendo de muchas cosas. Es su último arrebato sinfónico, aunque le quedan años de maravillas, pero hay un uso de la oscuridad, una disonancia mantenida que se le transparentaron al compositor sin querer. La sinfonía le iba muy bien al perfil de Antonini, un director que revolucionó con su Giardino Armonico, que nos empapó con unas «Cuatro Estaciones» portentosas y hoy dedica buena parte de sus esfuerzos a una integral sinfónica de Haydn magnífica. Arrancó el concierto con la Suite de Don Juan, un semillero de donde Gluck sacó un poco de todo para furias, Elíseos y óperas varias. Aquí lo importante es no perder la cara a una música sobrada de drama y de conexión con el público, pero que fácilmente pierde empaste y balance. Antonini estuvo donde se le esperaba, con vibrato controlado y una visión polarizada en cuanto a los acentos que fue entrando en combustión hasta la «Danza de las furias» final. Fantástica intervención de Robert Silla, solista de oboe. La primera parte se completaba con el Concierto para violonchelo en Si bemol mayor de Boccherini, mucho menos amable para el solista que para el público. Julia Hagen se entregó con desparpajo y se lanzó a los continuos sobreagudos con resolución digna de elogio.
Y volvemos al principio. La segunda parte era la Sinfonía n.º 41 en Do Mayor, un monumento inabarcable que fue tratado con la mejor de las realidades tímbricas que puede ofrecer la ONE, que es mucha. La flexibilidad que muestra la orquesta es admirable. Antonini propuso energía, expresividad y aristas, no por falta de cuidado en el sonido sino por no huir de los contrastes y sin atenuar el empuje en una sola repetición. Refinamiento en el «Andante cantabile», luminosidad en el «Menuetto» y, como comentábamos, toda la rabia precisa para encarar un último movimiento donde lo estructural (la fuga a 5), lo melódico y lo emocional se dan la mano. Conmoción y entusiasmo final para despedir un repertorio brillante. Y oscuro.