Estreno
Crítica de "Sirat": danzad, danzad, malditos ★★★★★
Dirección: Oliver Laxe. Guion: Oliver Laxe y Santiago Fillol. Intérpretes: Sergi López, Bruno Núñez, Stefania Gadda, Joshua Liam Henderson. España, 2025. Duración: 115 minutos. Drama.
“Baila como si nadie te viera”. Estas palabras del poeta persa y maestro sufí Rumi parecen sobrevolar las vistas de una rave en pleno desierto, presididas por altavoces que se alzan como tótems de una vieja deidad, que laten con ritmos que nacen de lo más profundo de los cuerpos, de todos aquellos cuerpos que, mutilados o polvorientos, solo miran hacia el fin del mundo. Cualquiera diría que Oliver Laxe ha hecho una película sobre esa mirada, que es también la del fin de una civilización en la que, para seguir vivos, hay que moverse, saltar, andar, hay que bailar, malditos seamos, como si la música electrónica circulara por nuestras venas.
El día en que dejemos de bailar -en el que dejemos de ser tribu, en el de que dejemos de explorar y ponernos en peligro- no habrá más imágenes. Por eso “Sirât” debe entenderse como una película de aventuras que empieza como un western crepuscular (como un “Centauros del desierto” del futuro, en el que Sergi López/John Wayne busca a su hija desaparecida), sigue como una ‘road movie’ apocalíptica y acaba como una fábula mística, o metafísica: será que Laxe cree en las imágenes, como cree en los humanos, y quiere que sigamos bailando.
Empezamos en John Ford y acabamos en los westerns opacos de Monte Hellman, y en su lógica deriva al volante, la excelente “Carretera asfaltada en dos direcciones”. Como en “Mimosas”, también como en “O que arde”, con esos bellos árboles incendiados, el hombre es incapaz de conquistar el paisaje, es el paisaje el que lo conquista a él. Se nos informa que “sirât” es el camino hacia el paraíso que pasa por el infierno, y el paraíso, lo sabemos, es un fuera de campo. Como toda película de viaje iniciático, este es un viaje existencial, pero Laxe nunca se olvida de convertirlo en una experiencia eminentemente física, inmersiva, en la que el espectador muerda el polvo, sienta los baches, tenga sed y sude bajo el sol del mediodía. “Sirât” es una película áspera pero hipnótica, es imposible librarse de su influjo.
Cuando Laxe y Santiago Fillol acometen su giro de guion más osado, sabe lo que se juega: que su propuesta entre en los anales de ese mal llamado cine de la crueldad, que parece triunfar en festivales atravesado por un cínico nihilismo. Pero no hay ni un gramo de cinismo en “Sirât”: simplemente se abren las puertas del infierno porque hay que atravesarlo, hay que descender por las curvas del abismo y volver a bailar, aun a riesgo de perderlo todo. Laxe apuesta por acompañar hasta el final a esta familia disfuncional, mutilada (física y emocionalmente), marginal, porque el mundo será de los seres periféricos, de los que nunca se pongan por encima de las leyes de la naturaleza (hay algo muy alucinado, muy herzoguiano, en el viaje), de los que conserven la fe, tal vez en el cine, en las últimas imágenes que nos quedan, si son tan poderosas como estas.
Lo mejor:
Premio del Jurado en Cannes, es la película más accesible, pero también la más radical, de su autor.
Lo peor:
Es fácil malinterpretar su arriesgado giro de guion como un viraje hacia el tremendismo emocional.