¡La cultura en guerra! Pero,¿qué es la cultura?
Somos osados. Hablamos de Contracultura cuando no sabemos qué es la Cultura. Como si nos refiriésemos a la Prehistoria sin tener clara la noción de Historia
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Dcía uno en Cádiz que cada vez que escuchaba la palabra «cultura» se echaba mano a la cartera. Y es que acaso tratar de echar el lazo a este concepto tan vaporoso y manoseado es lo que presuntamente se propone Juan Soto Ivars en su flamante ensayo «La trinchera de letras: la batalla cultural contra la libertad y el conocimiento». Una empresa que desde su mordaz ironía da por imposible, ya que considera que cada quién arrima el ascua a su sardina cuando se refiere a la cultura (de aquí en adelante en minúscula). Así encontramos tantas definiciones de cultura como personas hay: «cada uno utiliza este concepto según le interesa».
Opone el periodista murciano el concepto de cultura, al que por concretar acaba etiquetando como «un conocimiento prejuiciado y demarcado», precisamente al concepto de conocimiento, que en su definición sería «la cultura sin sesgos». Es importante: Soto Ivars habla del conocimiento como «el cimiento de la libertad». «Qué es la cultura no tiene respuesta ni me interesa», se escurre el autor. «Caricaturizo este debate ridículo, como cualquiera que vaya de etiquetas, en el primer capítulo de mi libro», añade el columnista de «El Confidencial». En cambio, su compañero de periódico, Alberto Olmos, habla de cultura como «todo lo que hace que la vida de una persona se diferencie de la vida de un oso pardo, desde comer comida japonesa a pintar o ir al psicólogo». Por su parte Javier Ors, periodista cultural de LA RAZÓN, afirma que «la cultura, las humanidades y las ciencias, porque la ciencia también es cultura, es una indagación del hombre y el mundo para intentar comprenderlos, a la vez que es una forma de expresión del espíritu humano a través de las distintas artes...».
«Estamos en una de esas épocas en la que los hombres no pueden abstraerse de tomar parte»Juan Soto Yvars
«Los progres han conseguido que LA RAZÓN tenga una sección de Contracultura», suelta a bocajarro Soto Ivars. «En los 70 ser feminista era lo antisistema. El sistema hegemónico era conservador en lo moral y en lo cultural. Esto [pone el ejemplo de este periódico] antes era impensable. Hoy, el sistema progre invita a la gente de derechas a plantear una batalla contracultural. En el presente, los toros, El Rocío ¡o el celibato! son contraculturales, porque son lo raro». ¿Entonces, en cuanto contraculturales, para el autor de «La trinchera de letras» los toros son cultura? «Cuando consideramos cultura a la Ruta del Bakalao, todo es cultura. Lo mejor que le puede pasar a la tauromaquia es que el Ministerio de Cultura la expulse de la cultura oficial. Es gasolina, le está dando la libertad de no tener deudas y regalándole la etiqueta de ‘‘contracultural’’».
Alberto Olmos opina que «uno puede hablar de contracultura como modo de acceder al mercado cultural con alguna particularidad o ventaja. Es un modo creativo de avanzar: hacer lo contrario de lo esperado, establecido o socialmente respetable». Ajam. «Hay una sana necesidad en muchas personas de probar en territorio prohibido, de diferenciarse y de dudar», agrega’. Para Ors lo que está claro es «que tanto cultura como contracultura lo que definen a la perfección es una dialéctica que pone de relieve y define bastante bien una dinámica presente en estos tiempos. Aparte, de que la contracultura, pasados unos años, pasa a ser cultura. Aunque sea cultura pop».
Pero ¿estamos en guerra? ¿Qué es eso de la batalla cultural? ¿Cuáles son los bandos en contienda? ¿Podemos abstraernos de la misma? Soto Ivars habla en su libro hasta de nueve frentes bélicos contraculturales que están abiertos, y, llamativamente, no se refiere a ellos como X contra Y, sino como X e Y, ya que en este conflicto considera que todo está mezclado, es un pandemonio donde cada uno tenemos un poco de lo uno y de lo otro, pese a que la herejía esté fuertemente castigada.
Quedan por tanto los capítulos del ensayo enunciados de la siguiente manera: «Transgresores y moralistas», «Jóvenes y viejos», «Narcisos y curiosos», «Creyentes y herejes», «Irónicos y literales», «Mujeres y hombres», «Legalistas y populistas», «Conservadores y progresistas», amén de caricaturas contra caricaturas. «Hablan de la cultura como un teatro, no de espectáculos, sino de operaciones. En ella se concentran los esfuerzos bélicos de la política populista. Alguien empezó a tirar desaforadamente de una cuerda y, con el paso del tiempo, la tensión innecesaria provocó que otros tirasen en sentido contrario», responde el periodista murciano a que nos explique la guerra cultural. A continuación, desgrana el mecanismo de cómo opera la misma: «Toda batalla cultural se desata cuando un grupo con aire redentor desea acceder a una posición de predominio desde la que contagiar al resto su visión del mundo, pero percibe una barrera. El grupo imagina esa barrera como una suerte de tiranía simbólica compuesta por costumbres, ritos, mensajes mediáticos o complejas estructuras y superestructuras ciertas o inventadas. Este muro se llama hegemonía y para romperlo hay que usar la transgresión».
«La guerra cultural es entre lo ‘‘woke’’, que está contra la vida, y el sentido común»Alberto Olmos
Si el autor de «La trinchera de letras» opone la derecha populista o identitaria, como puede ser el caso de Milei o Trump, a la izquierda «woke», hegemónica hoy día; para Alberto Olmos «la guerra cultura es entre lo ‘‘woke’’, que está contra la vida, y el sentido común, defendido esto último por quien tenga ganas de meterse en fregados, no necesariamente de derechas». También alude al sentido común el periodista cultural de esta casa: «Puede que haya que tomar parte en esa guerra. Lo que me pregunto es si se puede hacer sin tomar parte en ninguno de esos bandos. Tomar parte por un bando: el que acabe con las guerras culturales, y opte por poner algo de orden y un poco de sentido común en todo esto».
Para nuestro autor, la mejor manera de escapar de esta envenenada dialéctica de bandos es mediante la ironía, tema que aborda mediante un ejemplo real en su penúltimo libro «Nadie se va a reír». Contrapone Soto Ivars la ironía a la literalidad, un gran problema de nuestra época magnificado por las redes sociales. «La ironía no tiene por qué buscar una carcajada. Puede ser, al contrario, el recurso que agita el pensamiento donde está dormido y despierta una reflexión original».
Pese a contar con recursos irónicos, a veces es imposible escapar del guerraculturalismo, y sin quererlo nos vemos parapetados tras una trinchera. Surge la pregunta: ¿Podemos ser neutrales en esta batalla como Suiza en la Segunda Guerra Mundial? El columnista murciano refleja que «estamos en una de esas épocas en la que los hombres no pueden abstraerse de tomar parte». Y agrega: «Yo participo en la guerra cultural y pido perdón por participar, porque precisamente es lo que critico. Si te abstraes de la guerra cultural el mercado o una horda te va a castigar».
En cambio, Olmos es del parecer de que «la batalla cultural, es una cuestión minoritaria de las ciudades. La mayoría no sabe de qué le hablas, lo cual no impediría que les afectara, y en alguna medida todo afecta a todo el mundo. Pero creo que hay muchísima gente que vive ajena a estas peleas y temáticas (lo trans, por ejemplo) y que la sociedad no está dividida 50/50 sino 90/10, y que es dentro de ese 10 donde hay un 50/50 teatralizando guerras simbólicas». Ea. Y tú, ¿de quién eres?