Alberto Olmos: «Ante una chica muy guapa nos volvemos muy tontos»
Publica «Tía buena», un ensayo sobre el fenómeno antropológico de las mujeres despampanantes
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El escritor Alberto Olmos, brillante columnista, ha tenido la ocurrencia, casi la temeridad para los tiempos que corren, de escribir un libro sobre tías buenas. Más que sobre tías buenas, sobre las tías buenas: sobre el concepto mismo como fenómeno antropológico ante el que nadie, ni hombres ni mujeres, permanece ajeno. Un divertidísimo e imprescindible ensayo («Hace dos años era una gilipollez y ahora lo tengo aquí, con 300 páginas. Eso es maravilloso»). Una singular ocurrencia que no deja indiferente.
Parece casi imprudente hoy en día titular un libro «Tía buena».
El por qué se llama así es una de las cosas que he averiguado después de escribirlo: porque todo el mundo lo entiende. Cuando un hombre ve a una mujer espectacular, a la cabeza lo que le viene es un «tía buena». Es el atajo verbal exacto, el reflejo del capital erótico femenino en la mirada masculina. No se podía titular «belleza femenina», ni «mujeres de bandera». Se tenía que titular «Tía buena».
Y la mirada es importante para la tía buena.
Conforme lo escribía, todo me remitía a él. Aparecía Chanel en televisión, las presentadoras de televisión eran todas guapas y jóvenes, las políticas también, las canciones hablaban de tías buenas... Es un tema que parece frívolo pero que, en realidad, es el día a día. Y tan amplio, que decidí limitarme al matiz de la mirada: ver chicas guapas qué provoca en el hombre y por qué algunas mujeres quieren provocar eso. Y me di cuenta de que en casi todos los entornos (una empresa, un bar, un aula) siempre hay una mujer que desempeña ese papel; que todos los días, en ese entorno, ella decide que, al mirarla, los demás piensen «qué buena está».
Entonces es una elección.
Totalmente. No depende de una buena genética. Es un modo de ser, un modo de hablar, un modo de actuar, que te hace ser la tía buena. Es mera voluntad. Y luego hay mucho truco al servicio de ello: ropa, maquillaje, filtros...
¿Cuándo decide una mujer que quiere ser tía buena?
Hay un momento en la pubertad en que las chicas se dan cuenta de que tienen una especie de poder, y que si se escotan y se ajustan, y no están gorditas, de repente los señores por la calle las miran, la gente las trata mejor, los hombres se ponen nerviosos. Y entienden que tienen algo que los demás quieren y que pueden gestionar a su favor. Y es muy difícil renunciar a eso. Con todo el feminismo actual incluso, lo escaso es que una muchacha con veinte años que se ha dado cuenta de ello se ponga unos vaqueros y una camiseta y salga así a la calle. Porque sabe que, si va mona, el del autobús la esperará fuera de la parada, el tipo que tiene lleno el bar la dejará entrar, el que está cerrando la tienda la atenderá... Ante una chica muy mona los hombres nos volvemos muy tontos.
Entonces, el valor está en la mirada del hombre.
Los hombres miran a las mujeres y las mujeres se miran a sí mismas siendo observadas. Hay un deseo de ser mirada.
¿No entra en conflicto con el feminismo actual?
Ese conflicto entre feminismo y biología se ha resuelto diciendo que, si una chica quiere ir despampanante y exactamente como le gusta a los hombres, eso es también feminismo. Y ya está. Porque si no, no funciona: tendrían que reconocer que se le está dando valor a la mirada del hombre. Que una chica decida enseñar ombligo o escote implica llamar la atención, que todo el mundo se fije en ella y la juzgue. Algo tiene de beneficio, evidentemente, y algo tienen de perjuicio. Y hoy en día nadie ha renunciado a eso. No hay ninguna ideología ni discurso que vaya contra eso porque entrarían en conflicto.
¿Y si quiere la tía buena ser valorada por algo más que su físico?
Sería como si Messi quisiera que le valorasen por algo más que la calidad de su juego. No me interesan tus sentimientos, Messi, ni si cocinas bien. Lo siento. Así es como funciona hoy el mundo, y la obsesión por el físico puede generar un enorme vacío. Pero es que has conseguido estar muy buena, matándote en el gimnasio, vistiéndote sexy, maquillándote a todas horas, y ahora quieres que te valoremos por algo más. Pues es complicado, sobre todo en los hombres, si lo que propones de entrada es «mira lo buena que estoy».
El tío bueno entonces no es análogo a la tía buena.
La diferencia es que cualquier hombre con cualquier físico, si consigue un nivel de éxito social, es atractivo para todas las tías buenas. El hombre, por imperativo biológico, tiene la ventaja de que con cincuenta años, cierta personalidad y cierto estatus profesional llamativo, resulta muy atractivo para chicas jóvenes muy guapas.