De limpiador a estrella del arte
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Pasar de ser un limpiador de oficinas con turno de noche a un reputado artista cuyas obras se venden por 400.000 dólares podría ser un argumento para una película de Hollywood. Esas a las que les encanta explotar el sueño americano con estrellas de cara guapa con tirón en taquilla. Pero no es el caso. Ésta es la historia real de Óscar Murillo, un colombiano de 27 años afincado en Londres que se ha convertido en la nueva «sensation». Los galeristas de todo el mundo le tienen en el punto de mira. Las casas de subastas acumulan una larga fila de ceros cuando se baja el martillo tras la venta de sus pinturas. Y los actores americanos –los mismos que podrían «interpretarle» en la gran pantalla– se han convertido en clientes habituales. No son los únicos. Aparte de los eruditos y de los nombres de siempre que dominan el negocio, roqueros como Mick Jagger ya han sucumbido a sus encantos.
Una especie de «anomalía»
Pero la locura no ha hecho más que empezar. David Zwirner, considerado por Artreview como el segundo personaje del mundo del arte más influyente confirmó el mes pasado que va a representar al colombiano. Murillo pasa, por tanto, a la misma lista de Luc Tuymans y Marlene Dumas. En definitiva, otra liga, otra dimensión. No es de extrañar que los dos lienzos que se exhibieron recientemente en Frieze Fair Art se vendieran en horas. Se pagaron 120.000 dólares por cada uno. El protagonista considera que lo que le está pasando es una especie de «anomalía». No se ve como un artista colombiano y mucho menos como uno británico, sino como uno interesado en la «dinámica global». Su reputación se compara ya con la de otros compatriotas de la talla de Fernando Botero y Doris Salcedo.
Su trabajo divide a los críticos y aunque son los menos los que no se rinden a sus pies, aún se escuchan voces como la de la comisaria Lucrecia Piedrahita, que asegura que lo que hace sigue las pautas de la mayoría: el tema de lo urbano, del grafiti, del lienzo sucio, al estilo de Jackson Pollock, la mezcla de técnicas... En realidad, Murillo pone en práctica su visión del arte a través de la pintura sobre lienzo, las performances y el vídeo. Construye su discurso por medio de los materiales que acumula en el estudio, así como restos físicos, como latas, de momentos vividos en distintas situaciones sociales. Con su obra desafía los contextos, refiriéndose no sólo a la fricción de clases de su Colombia natal, sino de cualquier parte del mundo. Esta adherencia a sus raíces, se saborea también en su entorno. Mientras que las jóvenes promesas, los llamados «niños mimados», tiran de catering pijo para celebrar su primera exposición, él acude a los generosos (y deliciosos) platos de carne de cerdo y arroz cocinados por su tía para deleitar a los presentes.
Ocurrió en South London Gallery el pasado mes, cuando se inauguró su primera exhibición en solitario en el Reino Unido. Los críticos se quedaron asombrados cuando familia y amigos comenzaron a bailar salsa. La muestra se puede ver hasta diciembre. Según explica un portavoz de la galería a LA RAZÓN, «para esta exposición, Murillo llevó la mayor parte de sus contenidos de estudio a la galería con el fin de crear una instalación que es en sí misma una obra en progreso». A lo largo de una pared hay una línea salpicada de envases de diversos productos alimenticios y de materiales utilizados en su día a día que hacen referencia al título: «Si tuviera que dibujar una línea, este viaje comenzó a 400 kilómetros al norte de la línea ecuatorial». Lo cierto es que empezó en marzo de 1997, cuando se trasladó con su familia de su La Paila querida a la capital británica, una ciudad que le impactó, pero que, en un principio, no le hacía feliz. De hecho, al poco tiempo le pidió a su padre un billete de avión de regreso. El señor Caicedo (Murillo es el apellido de su madre, a la que quiso homenajear) no accedió, y el arte se acabó convirtiendo en una especie de terapia.
Jamás llegó a plantearse que podía vivir de esto. Su mujer, Angélica Fernández –con la que tiene una niña de tres años–, fue la que le animó a dedicarse a su pasión. Empezó en la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad de Westminster y acabó luego matriculado en la Royal College of Art (RCA). Son pocos los que entran en la reputada institución, pero a Murillo no sólo le admitieron al ver su portafolio, sino que además le becaron. Aquello no le hizo dejar su trabajo como hombre de la limpieza. Tenía que pagar la comida y el alquiler. Aunque estuvo una época como asistente de profesor, se dio cuenta de que limpiando oficinas durante la noche ganaba el mismo dinero y tenía el día libre para dedicarse a sus obras.
Estando en la RCA no sólo captó la atención del super poderoso Charles Saatchi –compró 8 de sus piezas–, sino que también aprendió a no creerse eso de que «tú eres uno de los mejores». El elitista mundo del College contrastaba con el barrio donde vivía y con la gente con la que se movía. Además, él ya tenía su propio estudio y siempre que podía trabajaba de asistente en galerías, de técnico o de lo que hiciera falta para ampliar sus miras. Pero, poco a poco, empezaron a llegar trabajos de EE UU y su trabajo como limpiador desapareció. No es algo que pase todos los días, pero no es el único caso: la vida de la soprano Anna Netrebko cambió radicalmente cuando el legendario director de orquesta Guérguiev la descubrió mientras fregaba el Mariinsky.
Los trabajos de Murillo superan cifras astronómicas en las casas de subastas. En julio, un lienzo alcanzó los 391.475 dólares, en Christie's. Sotheby's vendió otro por 177.456 y Phillips, por su parte, otro por 400.000. En la mayoría de los casos, el artista no ha visto una libra porque eran pinturas vendidas anteriormente. Eso no quita que cuando le mandaron los números por un mensaje tuviera que sentarse y asimilarlos con un whisky. «Nuestras estimaciones son conservadoras y luego dejamos que el mercado decida», asegura Beatriz Ordovas, de Christie's en Londres, quien recalca que es «muy difícil hoy en día» conseguir uno de los cuadros que provengan de su estudio. «Independientemente de los precios obtenidos, se trata de un artista prometedor con un futuro prometedor. Al fin y al cabo, los Rubell –familia responsable de una de las colecciones más importantes de arte contemporáneo– no eligen a cualquiera». La residencia y exhibición de Murillo en 2012 en el Rubell Family Collection fue tan exitosa que inspiró al equipo de curadores a lanzar un programa de residencias anual. En definitiva, que el homenaje a su madre eligiendo su apellido no ha podido salir más redondo.