Crítica de cine

El precio es el mensaje

La Razón
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Los diagnósticos estaban errados. En realidad, la espantada del público de las salas de cine no se debía exclusiva o principalmente a un cambio en el paradigma de consumo. Había algo más que la sociología actual –quizá por demasiado evidente y simple– no había sabido valorar en toda su magnitud: las entradas resultaron muy caras para la mayoría de los ciudadanos. La celebración, durante la semana pasada, de «La fiesta del cine» así lo ha demostrado: la considerable reducción del precio del ticket ha supuesto el regreso inmediato de aquellas imágenes de antaño de los auditorios a rebosar, en espera de que las luces se apagaran y dejaran paso al momento mágico de la proyección. Así es: la pantalla grande sigue teniendo tirón, y, si la gente no la frecuenta más, es porque económicamente le resulta insostenible.

La experiencia y sus resultados han aportado a la comprensión del panorama cultural español más elocuencia que la suma del conjunto de los estudios publicados sobre la cuestión a lo largo de los últimos años: en España, la cultura tiene un peso reducido entre las prioridades reales de los ciudadanos, de manera que, a poco que su acceso se dificulte o se eleve inmoderamente su grado de exigencia, queda en un breve plazo excluida de su normalidad cotidiana. No sucede lo mismo en el resto de países. En Inglaterra, por ejemplo, los organizadores de la feria de arte contemporáneo Frieze pusieron un precio prohibitivo a las entradas (50 libras), a fin de ahuyentar al público no especializado y forzar así la profesionalización del evento. Fracasaron: más de sesenta mil personas adquirieron el ticket y demostraron que, para los británicos, la cultura es una necesidad por la que están dispuestos a pagar un alto precio. Como en España las cosas pintan de otro color muy diferente, la cuestión que cabe plantear con urgencia es la siguiente: ¿no les valdría la pena a los distribuidores y propietarios de salas de cine reducir el margen de beneficio por espectador, para optar por una «política de cines llenos» que, a la postre, redundaría en una mejora moderada de los expectativas? En España, en estos momentos, el mejor mensaje es el precio. No comprender este extremo es renunciar a una revolución del consumo cultural.