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El robo de las cabezas de los apóstoles Pedro y Pablo

José María Zavala adelanta en este artículo la tesis de su nuevo libro «Los Doce», donde da cuenta de la aventura de los restos de estos dos apóstoles

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Los intentos de robo de las cabezas de los apóstoles Pedro y Pablo constituyen uno de los episodios más desconocidos y fascinantes en la legendaria historia del cristianismo. Ahora, en mi nuevo libro «Los Doce» (Espasa), el próximo miércoles ya en librerías, salen a relucir otras historias tan increíbles como la localización del dedo índice con que el apóstol Tomás tocó las llagas de Jesús resucitado; la visita a la isla Tiberina, en Roma, donde se encuentran los restos del también apóstol Bartolomé; o el reciente estudio científico que cuestiona la autenticidad de la cabeza de Santiago el Menor, venerada hoy en la Capilla de las Reliquias de la Catedral compostelana.

Sobre «Los Doce», el escritor y columnista Juan Manuel de Prada asegura que se trata de «un retrato de los Apóstoles lleno de sorpresas e iluminaciones» y, en definitiva, de «un libro cautivador».

Pero centrémonos ahora en otra Catedral, la de San Juan de Letrán, que ostenta hoy el venerable título de «Madre y cabeza de todas las iglesias». El sacerdote alemán Engelbert Kirschbaum, antiguo profesor de Arqueología e Historia del Arte en la Universidad Pontificia de Roma, tuvo el privilegio de formar parte del equipo que rescató de las profundidades de la Iglesia de San Pedro el sepulcro del apóstol.

Kirschbaum no se resistió tampoco a visitar numerosas veces la Catedral de San Juan de Letrán donde se conservan hoy dos de las más preciadas reliquias de toda la Cristiandad: las cabezas de Pedro y Pablo, los dos príncipes de los apóstoles de Jesús. Llegó a resultarle así muy familiar al clérigo arqueólogo contemplar en aquel digno recinto eclesiástico un alto ciborio gótico sobre el altar mayor que servía como puente hacia el pasado. La orden para su construcción emanó del papa Urbano V (1362-1370) al regresar de Avignon, donde los pontífices residieron desde 1309 hasta 1377.

Constaba el ciborio de dos pisos y se levantaba a una altura el doble de la normal, dado que este baldaquino encerraba, como flotando sobre el altar, el relicario de plata con las dos testas de Pedro y Pablo, llevadas primero a la capilla del cercano palacio Laterano, residencia pontificia de la Edad Media, probablemente ya en el siglo IX, aunque sólo exista constancia documental de su estancia en aquel lugar desde el siglo XI.

Un delicado traslado

Allí permanecieron las cabezas de los apóstoles, en el interior de un altar para el que el papa Inocencio III (1198-1216) hizo construir una puerta de bronce en cuyas hojas estaban representadas ambas reliquias, que constituían un tesoro muy venerado por la Iglesia y por la ciudad de Roma.

Cuando Honorio III (1216-1227) se enteró de la llegada de los cruzados a Tierra Santa, organizó una procesión de rogativas desde San Juan de Letrán hasta Santa María la Mayor, en las que se portaron de modo solemne las cabezas de los apóstoles. En 1241, cuando el emperador Federico II marchó sobre Roma amenazándola, y los romanos pensaron ya en abrirle las puertas de la ciudad, el papa Gregorio IX (1227-1241) trasladó las cabezas de los apóstoles a la Basílica de San Pedro.

El desplazamiento desde la capilla del palacio lateranense al nuevo ciborio de la Catedral de San Juan de Letrán tuvo lugar el 15 de abril, lunes de Pascua, de 1370. Las reliquias se introdujeron en valiosos bustos de metal que representaban a Pedro con las llaves y a Pablo con la espada. No se ahorraron oro ni plata, ni tampoco piedras preciosas, hasta el punto de que el rey Carlos V de Francia y su hermana Juana contribuyeron a los preciosos adornos con elevadas sumas de dinero.

Una gran conmoción

Las alhajas, con toda su rica pedrería, valían tanto que en 1438 se produjo un lamentable robo que J. M. Soresinus, beneficiado de San Juan de Letrán, relataba en un documento fechado en 1673 con el título en latín «De capitibus Sanctorum Apostolorum Petri et Pauli in sacro santa Lateranensi Ecclesia asservatis» («De las cabezas de los apóstoles Pedro y Pablo consagradas en la sagrada Iglesia de Letrán»). La historia de la sustracción, que causó entonces una gran conmoción en toda Roma, comenzó cuando un rico veneciano imploró la intercesión de Pedro y Pablo mientras agonizaba en el lecho de muerte. Tenía una perla preciosa y prometió donarla si se curaba. El milagro se produjo finalmente y, una vez sanado, envió la perla a Roma para adornar con ella el relicario de los apóstoles.

Descubrieron entonces que habían robado doce perlas y una gran cantidad de piedras preciosas, entre las que había dos rubíes de cuarenta y siete y cuarenta y ocho quilates, respectivamente, además de un zafiro y tres diamantes de gran tamaño. Lo extraño era que la perla del veneciano jamás llegase a su destino. La policía investigó el hecho y desenmascaró muy pronto a los ladrones: Domenico Capocciola y Giovanni Garofalo. Ambos perpetraron el robo el mismo día de la fiesta del apóstol Pedro y escondieron luego el botín en casa de su tío Nicola Andreuccio, de Perugia.

El castigo fue muy cruel, típico de la Edad Media. Antes de nada, se degradó a los tres en la Iglesia de Santa María, en Araceli, y se les exhibió después encerrados en una jaula de hierro, cual bestias salvajes, en la plaza del campo dei Fiori, en la antigua ciudad romana. A continuación, se les condujo desde el Capitolio hasta San Juan de Letrán, atravesando la ciudad. Nicola Andreuccio iba montado en un burro y llevaba sobre su cabeza una ridícula mitra de papel, convertido en el hazmerreír del populacho, mientras se arrastraba por el pavimento a Domenico Capocciola y a Giovanni Garofalo, atados a la cola de un caballo.

Robo sacrílego

Una vez en San Juan de Letrán, les cortaron a los dos la mano derecha y después los quemaron vivos. A Nicola Andreuccio, como mero encubridor del robo sacrílego, se le trató con «menor dureza»: primero lo martirizaron con tenazas incandescentes y finalmente lo ahorcaron. Un nuevo robo se produjo tres siglos y medio después, en 1799, con motivo de la ocupación de Roma por parte de las tropas francesas. Esta vez se llevaron los relicarios, pero dejaron de modo providencial las cabezas de los apóstoles en San Juan de Letrán por considerar que carecían de valor.

El 3 de julio de 1804, el papa Pío VII pudo comprobar sin ninguna duda que los sellos de Urbano V estaban todavía intactos. Cuando albergaron las reliquias de los apóstoles en unos nuevos y costosos relicarios, cosa que hizo el papa en persona, se comprobó que no quedaba ya mucho de las venerables cabezas: algunas vértebras, las mandíbulas con dientes, algunos de los cuales estaban ya casi deshechos, y una parte del cráneo. Siglo y medio después, el mundo recibió con gran júbilo la noticia por boca de Pablo VI: «Hemos llegado al final. Hemos encontrado los huesos de san Pedro identificados científicamente por especialistas», concluyó el pontífice. Previamente, el recién electo Pío XII había ordenado, en 1939, el inicio de las excavaciones bajo el Altar de la Confesión, a siete metros de profundidad en la Iglesia de San Pedro, donde la tradición situaba la primitiva sepultura del apóstol Pedro, en las mismas entrañas del Vaticano.

EL BRAZO DE JUDAS TADEO

►Como si bendijese a miles de personas, el brazo izquierdo del apóstol Judas Tadeo recorrió EE. UU. por primera vez en la Historia desde septiembre de 2023 hasta mayo de 2024, durante una gira organizada por un centenar de ciudades pertenecientes a estados como Nueva York, Texas, Pensilvania, Maryland, Luisiana o Arizona. Multitud de estadounidenses tuvieron así oportunidad de impetrar al Cielo todo tipo de gracias con ayuda de este intercesor de las causas más difíciles. La gira se organizó con el respaldo del ministerio de evangelización Treasures of the Church, dirigido por el sacerdote de los Compañeros de la Cruz, el padre Charles Martins, quien tuvo la deferencia de invitar al director Mel Gibson para que pudiese venerar el brazo de Judas Tadeo y fotografiarse con él, como gran devoto del santo apóstol. Cerrado po sellos en garantía de su autenticidad, el relicario se abrió por última vez en tiempos del cardenal Francesco Marchetti Selvaggiani, miembro de ese colegio por Pío XI mientras era vicario de Roma, así como arcipreste de la Basílica de San Juan de Letrán y secretario de la Congregación del Santo Oficio entre 1931 y 1951.